El argentino de abuela gallega que recorrió el mundo en bici: «Maradona nunca lo supo, pero me salvó varias veces»
ARGENTINA
Lleva 23 años sobre dos ruedas, 110 países en la mochila y 172.000 kilómetros de pedaleo. Próximo objetivo, el Mundial de Catar
20 sep 2022 . Actualizado a las 08:41 h.Pedaleando que es gerundio, el gerundio que define el estado habitual del bonaerense Pablo García, que lleva a la espalda 172.000 kilómetros recorridos sobre dos ruedas, 110 países, unas cuantas anécdotas mortales y el Mundial de Catar como próximo destino. Irá en bici, como siempre, pero, de manera excepcional, con un amigo.
Este julio contaba su historia en la calle Real de A Coruña, poco antes de llegar a Compostela por segundo año consecutivo. Visto y no visto. Ahora me atiende cerca de Roma: «Estoy yendo para el Mundial. Voy a encontrarme con un amigo en Nápoles, un lugar que es muy especial para los argentinos, por Maradona y todo eso. De ahí pedaleamos hacia Catar», cuenta.
Hace ya 23 años que solo se baja de la bicicleta lo justo. A los 16 años que estuvo dando la vuelta al mundo, suma otros siete (dos antes de empezar a recorrer el globo y cinco desde que acabó su vuelta, en el 2017). Dejé mi trabajo en el 99, cuando tenía 25 años —explica—. Yo tenía una agencia de turismo en Brasil. Y pasó como en todo: comenzamos a ganar dinero y empezaron las discusiones con mis socios, más responsabilidades... Y entonces me di cuenta de que no quería vivir como ellos, llevar un tipo de vida con tantos nervios, con compromisos. Cuando me di cuenta me vi dentro de un sistema que para mis 25 años dices: ‘¡Todavía no!». Tras desenjaularse, después de cinco años en Brasil, se volvió a su Buenos Aires en el 99. «Volví a mi tierra pedaleando, y estuve un año y medio armando el viaje de la vuelta al mundo». Y en el 2001 empezó a contarlo. Ese periplo llegó a su fin hace un lustro: «Fueron en total 16 años ininterrumpidos recorriendo el mundo en bici». Su trabajo durante el viaje consistía en buscar patrocinadores para su proyecto de serie documental sobre su aventura y en vender en la calle.
De su abuela materna («a la que perdimos el rastro, sabemos que era de Galicia, y no estamos seguros si de Sarria», apunta) le viene la morriña, que hace que en su corazón no haya rival para Argentina. Su tierra tira, pero él se mueve hacia delante. Su vuelta al globo concluyó hace cinco años, pero Pablo sigue en marcha. No ha dejado de ser un nómada sobre dos ruedas. Hoy, trabaja en el libro «que fue de la mano con el guion» de la serie. Su objetivo es vender a una plataforma este documental, en el que Pablo ha estado trabajando en la pandemia.
¿Cómo has cambiado y cómo ha cambiado tu vida durante esos 23 años? «Recién hablaba con un amigo y me di cuenta de lo que va cambiando. Un amigo que se metió en un trabajo de mucha responsabilidad, una empresa de distribución de alimentos con 50 empleados. Vive nervioso, al límite con su salud. Y yo... soy bastante egoísta, pienso en mí y en mi bienestar, más allá de lo que me rodea». ¿Egoísta por hacer lo que quieres? «Porque uno tiene que sacrificar los afectos, las relaciones personales. Yo he perdido un par de relaciones importantes. Hoy tengo una relación con una persona que fue novia mía hace mucho tiempo. Hoy, si bien viajo dos veces al año, puedo decir que vivo en Buenos Aires. Ella, que es profesora universitaria, viaja a mi encuentro cuando puede», cuenta.
Se conocieron «en una milonga, bailando tangos». Con letra de Gardel, surgió la chispa al abrigo «de la argentinidad que te entra tras varios años afuera». Él volvía entonces de un lustro en Brasil y empezaba a armar su viaje por el mundo. «La identidad es algo siempre presente». Su pareja, socióloga y politóloga, le ayuda con el guion de la serie. «Me empezó a ayudar y nos empezamos a enganchar de nuevo», comenta. Y en eso llevan más de un año. «Pero no es la relación 24/7, 365 días». «Tiene que ser una persona especial. Ella me lo dice mucho: ‘Solo yo te aguanto’», sonríe.
La relación contempla «ciertas cosas» que él no negocia. «Una, asistir al Mundial». Lo que mueve el amor... por el fútbol. Pablo pasó años sin ver a sus padres y durante cuatro años tuvo una compañera de viaje: «Una chica italiana que estuvo dos años pedaleando conmigo, pero hubo un momento en que se cansó, y yo pensé: ‘Yo no voy a parar. Esto es lo que elegí’».
UN MANTRA Y UN ÍDOLO
En su vuelta al mundo, Pablo ha aprendido «un mantra, una «vibración» que le ha acompañado «a lo largo del viaje». Lo aprendió en el punto de partida de su odisea, en Sudáfrica, donde conoció una comunidad Hare Krisna. Me regalaron el Bhagavad gita. «Me dijeron: ‘Cada vez que puedas, recita el mantra, te va a proteger’. Para mí, que he tenido una protección divina en los viajes, porque en situaciones de peligro he salido bien. Creo que el mantra me ha llevado a las personas correctas en los momentos en que más lo precisé. Hay una cosa que he desarrollado en mi viaje: la fe». No era una persona religiosa, pero, «cuando pasas tanto tiempo en soledad, a la deriva, y vives en la incertidumbre, es bueno tener un poco de fe. Te da la fuerza para seguir», asegura.
«Una vez me preguntaron: ¿Qué pensabas cuando estabas a 5.000 metros de altitud en el Tíbet? Me quedé pensando, le miré y dije: ‘En sobrevivir’. Y es eso. En situaciones extremas, solo piensas en cómo salir vivo». El miedo ha sido un buen compañero, «porque el miedo te mantiene alerta».
Curtido en Latinoamérica, «un lugar donde la violencia es algo cotidiano», Pablo se define como «un tipo desconfiado». «Cuando monto la tienda, estoy mirando a ver quién me está mirando cuando monto la tienda».
Una de las mayores sorpresas de su vuelta al mundo fue descubrir «la hospitalidad en los países musulmanes». Pablo recorrió «el cercano Oriente» con su pareja italiana y en Siria conocieron «familias completamente distintas a lo que uno acostumbra a ver por los medios». «Me encontré con una cultura fascinante que tiene interés con socializar con la occidental», afirma.
También le marcó a fuego la ceremonia del Tian Shan, «en español, el entierro celestial». En el Tíbet, cuando la gente muere, a más de 3.000 metros, «no hay tierra para hacer un pozo y enterrar al muerto. Tienen una costumbre ancestral que consiste en llevar el muerto al valle donde se practica este ritual. Hay un maestro en la ceremonia que agarra un cuchillo y filetea la carne del cadáver para ofrecerla a los buitres. Ellos consideran que el cuerpo es solo un vehículo en el que transita el alma a lo largo de la vida».
El Camino de Santiago es un capítulo aparte para él. «Mi abuela era de la tierra. Las cuatro ramas de las familias de mis abuelos vienen de España. Cuando estuve en el país, vi a parte de la familia en Segovia. La parte de Galicia no fue posible rastrearla, quedó perdida, pero siempre tuve en la cabeza hacer el Camino de Santiago», revela. Pedaleando por el norte de Europa, llegó al País Vasco un invierno. «Y ahí lo dejé...». Pero el año pasado cumplió ese destino pendiente: «Elegí el Camino Francés y, al llegar a Santiago, me quedé diez días contando mi historia, promocionando mi documental [para el que se autofinancia]». Tras esa primera experiencia, quiso repetir y volver a Compostela antes de ir al Mundial de Catar. Este año, la situación fue para él «decepcionante»: «En Santiago, la Policía se me acercó me dijo que no podía exponer mi historia y mi documental en el casco viejo con mi bicicleta. Me produjo tristeza. Yo incentivo a la gente a que haga nuevos caminos».
Este viajero la muerte la vio varias veces cerca. «Una fue cuando me perdí en el desierto de Danakil, en Yibuti. Era el 2003 —cuenta—. Y otra vez que la pasé muy fea fue la vez en la que irrumpí en una operación de tráfico de drogas buscando un lugar para acampar. Vi una fogata de lejos, pensé que era una familia, me acerqué y me encontré con los traficantes contando pilas de dinero, pilas de 40 centímetros. Al verme, se pusieron agresivos. Luego supe que era la ruta del opio que venía de Afganistán e iba para Turquía hacia Europa. Hablaban en farsi, y sentí que estaban debatiendo: ‘¿Qué hacemos con el gringo?’. Me pusieron contra la pared. En un acto de desesperación, me agarré a la bandera de Irán y dije: ‘Argentina, Argentina’. No me entendían. Entonces, dije ‘Maradona’ y entendieron. A un par de ellos les cambió la ficha. Uno se impuso, me dio agua y con la mano me dijo como ‘andate, vete’. Me fui temblando de aquel lugar. Diego nunca lo supo, pero creo que me salvó de situaciones de peligro más de una vez».