El emotivo reencuentro de Lucha y Milagros con la casa que las vio nacer

Antonio Garrido Viñas
antonio garrido MEIS / LA VOZ

ARGENTINA

MARTINA MISER

La Casa de Escudeiro fue juzgado y escuela en Meis mientras ambas vivían en ella

30 jun 2020 . Actualizado a las 11:47 h.

Muchos años hacía que Jesusa María de Lourdes, «aunque me llaman Lucha», y María de los Milagros Escudeiro Rodríguez no pisaban la casa donde nacieron. Ayer regresaron de la mano de la alcaldesa de Meis, Marta Giráldez, a su Casa de Escudeiro, que ahora se ha reconvertido en un centro social. Y con la visita regresaron, también, los recuerdos. «Aquí estaba mi habitación, y aquí el despacho de papá», contaba Lourdes, de un edificio que guarda un sinfín de historias y que encanta como quedó, aunque lo nota «más oscuro». «Era muy caliente. En este tiempo había que cerrar todas las contras porque si no, nos abrasaba la casa», afirma.

Fue el abuelo materno de Lourdes (87 años) y Milagros (75), Dionisio Rodríguez, quien adquirió a principios del siglo pasado una propiedad que llegó a estar bajo el paraguas de la Casa de Alba, pero que en aquel momento era de un hombre que había emigrado a Argentina. Dionisio tenía una flota de autocares que hacía la línea Cambados-Santiago y compró la casa, que estaba sin acabar, como inversión, y siguió viviendo en la villa del albariño. Su hija, sin embargo, sí tuvo la casa familiar en Meis. Se había casado con el secretario del Juzgado, que entonces estaba en el Concello. Llegó la guerra y quemaron el ayuntamiento, así que se trasladó el Juzgado a los dos salones de la Casa de Escudeiro, en la primera de las extraordinarias circunstancias que rodean al edificio. Otra la recuerda la extraordinaria memoria de Lourdes: «Querían traer la línea telefónica y no tenían local para poner la central, así que nos pidieron si podíamos traer la escuela. Le dijimos que sí y vinieron las niñas». De aquella, las clases estaban segregadas por sexo en los bajos del ayuntamiento. A un lado, la de niñas; al otro, la de niños. La madre de Lourdes y Milagros era maestra y a su casa comenzaron a ir hasta 70 niñas para tener clase. «No daban la lata. Eran estupendas», recuerdan ambas. «Era la época en la que los americanos daban queso y leche en polvo a los colegios. Se les preparaba en casa y a la hora del recreo se les daba», apunta Milagros. «El queso estaba estupendo, pero la leche, puaj», remacha Lourdes. Allí estuvo la escuela hasta que se construyó el grupo escolar.

Lourdes y Milagros guardan muy buenos recuerdos de sus años en Meis. «Antes de vender la casa nos reuníamos toda la familia. Marucha la de Queiro nos traía los callos, que los preparaba muy bien. Veníamos por San Benito y tomábamos también cocido, aunque hiciera calor. Los mariscos los traíamos de Sanxenxo», bromean. Desde uno de aquellos san Benito familiares no habían vuelto a entrar en la casa, que vendieron porque ya no podían ocuparse de ella. Algo que propició algún episodio desagradable. «Se metieron okupas. Fue de espanto. Robaban gallinas y las mataban en el cuarto de baño, dejaban las plumas y las tripas por todos lados. Comían en el salón comedor, que era donde estaba la chimenea. Taparon los ventanucos con plastilina. Teníamos donde estaba la escuela unas librerías enormes tapadas con unas telas, y todos los libros quedaron manchados de plastilina. Fue espantoso», dice Milagros, que recuerda que una hermana -que era quien se ocupaba del cuidado de la casa- «venía aquí y se encontraba la lavadora funcionando. Y tenía un miedo horrible».

Ahora, una casa con tantas historias se ha convertido en un centro social, que en estos momentos está cerrado por la pandemia. Pero no será ese el último capítulo de la extraordinaria vida del inmueble. Entre los planes de la alcaldesa Marta Giráldez, está convertir la primera planta del edificio, que ya ha acogido alguna exposición, en el salón para oficiar las bodas civiles del Concello. «Ah, pues muy bien», asienten Lourdes y Milagros ante esa idea.