Una pintora con raíces lucenses en La Boca

Ariadna Arias BUENOS AIRES

ARGENTINA

Ariadna Arias

Marta Grosso es nieta de uno de los primeros emigrantes gallegos: «Mi abuelo se fue a Argentina y no volvió a saber de su familia»

04 nov 2019 . Actualizado a las 11:03 h.

La Boca es un barrio al sur de Buenos Aires que tiene un encanto especial. Sus casas de chapas de colores, apodadas por los vecinos de forma sarcástica como «conventillos», conforman el barrio más pintoresco y turístico de la capital. En uno de esos conventillos se encuentra el taller de pintura de Marta Inés Grosso Seijas (Buenos Aires, 1947). Nieta de uno de los primeros inmigrantes gallegos, lleva veinte años exponiendo y vendiendo sus cuadros en el barrio. «Mis hijos me consiguieron el local y, cuando lo vi, quedé maravillada. Recuerdo que pensé: acá adentro es como si hubiera ángeles», cuenta con emoción.

El taller tiene paredes de color salmón y no hay ningún hueco donde no repose una de las pinturas de Marta. «Esta de aquí no la vendo por nada», dice señalando un cuadro de un tranvía y su conductor. «Es mi abuelo, trabajó toda la vida en el tranvía número 48 después de llegar a Buenos Aires», aclara.

Su abuelo se llamaba Constantino Seijas Seves y nació en el pueblo lucense de Torre de Carballido en 1893. «Él no hablaba mucho de Galicia, le entristecía», explica Marta. A los 19 años tuvo que emigrar a Argentina, tal y como lo habían hecho sus hermanos, para evitar la Primera Guerra Mundial. «Nunca más supo de sus padres», se lamenta la pintora. Él era pastor de ovejas, por eso Marta cree que tenía tierras en Galicia, pero no han podido ponerse nunca en contacto con la familia. «Cuando pude volver al pueblo de mi abuelo buscamos su apellido en la guía telefónica. Solo había dos familias Seijas. Ninguna tenía parientes emigrados a Argentina, así que no los hemos encontrado».

Se planteó ir a vivir a España, donde también tiene raíces castellanoleonesas por parte de madre, pero ya había formado una familia. Su marido, Antonio Cirillo, la ayuda en la tienda desde hace un año. Tienen tres hijos. «El mediano acaba de volver de un viaje por Galicia. Está muy contento. Dice que se sintió tan arropado por la gente como en su infancia, porque los gallegos son muy hospitalarios», cuenta Marta. «Estuvo en Pontevedra y, cuando llamaba a su mujer, la chica del hostal se ponía al teléfono y le decía que se viniera a vivir a Galicia, que iba a ser recibida con los brazos abiertos», prosigue. Ahora su hijo quiere mudarse a España, aunque prefiere un lugar menos lluvioso, como Alicante. «Viste, la historia se repite: mi abuelo vino acá y ahora mi hijo vuelve allá».

Y es que con la situación política y económica que atraviesa Argentina es difícil prosperar. «Ahora vienen unos años que van a ser muy malos», suspira Marta. Y el negocio de la pintura, ¿da para vivir en Buenos Aires? Ella se ríe. «No, no da. Nosotros [refiriéndose a ella y a su marido] cobramos la jubilación mínima, esto es un apoyo. Pero me encanta venir aquí, soy feliz».

La primera vez que Marta pudo viajar a Galicia fue a finales de los ochenta, cuando ya rondaba los cuarenta años. Desde entonces, vuelve siempre que puede. «Me encanta Galicia, su mar, sus montañas, ¡y sus mejillones!», exclama, risueña. Señala uno de sus cuadros: «Es la ría de Galicia». ¿Y la pasión por la pintura, de dónde le viene? «De mis tíos, ellos modelaban figuras», replica.

A la tienda no dejan de llegar curiosos que se quedan a charlar. Es momento de dejar que Marta siga trabajando. Ella y su marido se despiden. Ojalá algún día encuentren a la familia que perdieron en Galicia.