El viaje de Luci para reconciliar a la abuela Josefina con Galicia

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

ARGENTINA

CAPOTILLO

La nieta de una vecina de Cerponzóns emigrada a Argentina tras mucha penuria vino a buscar sus raíces

03 abr 2019 . Actualizado a las 10:31 h.

Un sol que no calentaba demasiado se posaba ayer al mediodía sobre las piedras del atrio de la iglesia de San Vicente de Cerponzóns (Pontevedra). Allí andaba trajinando Luis, el sacristán, que contaba con tristeza que el párroco lleva un tiempo de convalecencia tras una caída. Luis miraba el reloj sin prisa y hablaba de ir a cargar una carretilla de leña mientras ponía los ojos en las espectaculares vistas de la parroquia que desde allí se divisan. Todo permanecía en la más absoluta calma. Todo era silencio hasta que llegó un ciclón en forma de mujer. Se llama Luci Otero y apareció por allí flanqueada por su marido y dos vecinas de la parroquia, Marta y Liliana. No es que llegase haciendo ruido. Es que desembarcó preñada de emoción a Cerponzóns. «He llorado antes de venir, lloro ahora y lloraré después», anunciaba esta mujer. La historia que trae consigo no es para menos.

Luci Otero es argentina de Buenos Aires. Se crio pegada a la falda de su abuela paterna, la abuela Josefina. Esta mujer era una emigrante gallega que, con 18 años, tuvo que coger la maleta y cruzar el océano en busca de porvenir. A Luci le encantaba escuchar a la abuela hablar de aquella tierra que había abandonado: «Me hablaba de que iba a moler al molino, de que iba al río a lavar... y a mí me encantaba escucharla».

Pero conforme la nieta fue creciendo y haciendo preguntas, la abuela Josefina se fue cerrando en banda. «Contaba algunas cosas pero no quería hablar demasiado. Galicia le daba dolor de corazón», dice Luci entre lágrimas. Cuenta luego que poco a poco se fue enterando de que su bisabuela, la madre de Josefina, murió cuando ella nació. Y que Josefina no tuvo una infancia feliz. Sin saber ni leer ni escribir, se metió igualmente en un barco hacia Argentina: «La reclamó una tía suya. No me imagino lo que debió suponer aquel viaje», dice Luci.

Una auténtica emprendedora

Pero Josefina era una auténtica luchadora. Y en Buenos Aires aprendió las letras a la velocidad de la luz. Además, demostró pronto que lo suyo era emprender: «Montó un centro de planchado de camisas y se especializó en planchar muy bien los cuellos, llegó a trabajar para comercios importantes», cuenta la nieta. Josefina se casó con un emigrante que había llegado de Cambados que falleció muy pronto. Antes de que muriese, del matrimonio nació el padre de Luci.

La abuela Josefina murió longeva, llevándose con ella la memoria de sus recuerdos en Galicia y sin haber vuelto a pisar su tierra. «A veces decía que era de la zona de Pontevedra y otras de la de A Coruña, nunca quería concretar demasiado. Era parca cuando hablaba de sus orígenes», señala Ernesto Bernal, marido de Luci. Así, la nieta nunca lograba ubicar al milímetro en qué lugar había nacido Josefina. Hasta que un día oyó la palabra Cerponzóns. Alguien dijo que la abuela era natural de ese lugar. Y Luci empezó a remover papeles en su casa. «Encontré partidas de nacimiento y algunos otros documentos y descubrí que sí, que era de Cerponzóns de donde había salido mi abuela», explica.

Llegó luego el momento de ubicar ese lugar en el mapa de Galicia. Y de soñar con visitarlo algún día. En esas estaba cuando descubrió que una vecina de Cerponzóns tenía un blog sobre esta parroquia gallega. Lo leyó de arriba a abajo y un día se decidió a escribir a Marta, la autora. Le contaba que iba a viajar en avión a Barcelona y que desde allí haría un crucero que acabaría recalando en Vigo. Y le explicaba que ella no quería ver ni Vigo, ni Pontevedra ni ninguna otra ciudad... que quería ir a Cerponzóns. Preguntaba cómo llegar. Marta le dijo que iría a buscarla al propio puerto vigués y Luci se puso tan contenta que ya empezó a llorar antes de salir de casa.

Ayer se produjo el encuentro en Vigo. Hubo lágrimas y abrazos. Y luego visita a Cerponzóns. A Luci la llevaron a ver un molino que, quién sabe, igual era al que iba la abuela Josefina. Luego vio la iglesia donde la abuela se bautizó, el paisaje... y sentenció: «Es todo como lo había soñado, es una emoción enorme».

A la abuela le pesaban algunos recuerdos gallegos y nunca aclaraba su lugar de partida