Raúl Grien: «Yo fui amigo de Borges»

Sofía Vázquez
Sofía Vázquez REDACCIÓN / LA VOZ

ARGENTINA

El economista Raúl Grién busca revitalizar la figura del escritor argentino, vilipendiado por el peronismo

12 ene 2019 . Actualizado a las 17:39 h.

Defendiendo sus 92 años, Raúl Grién (A Coruña, 2 de enero de 1924), economista y exasesor de gobiernos latinoamericanos, acaba de asentarse en Galicia, desde donde impulsa la idea de revitalizar y rehabilitar públicamente la figura de Jorge Luis Borges, escritor universal perseguido brutalmente por el peronismo. «Fue muy amigo mío. Era cultísimo y tenía un ingenio extraordinario. Me decía: “Siempre he desconfiado de los embajadores porque necesitan un agregado cultural”», recuerda entre risas Grién.

Vía de escape

Su querida Argentina. Se conocieron a petición del gallego, y al literato le interesó la oferta de amistad, quizá, supone Grién , porque él estaba en ese momento en Venezuela y Borges podría ver en esta opción una vía de escape si el Gobierno argentino de la época hacía todavía más insoportable su estancia en el país.

En sus viajes a Argentina, Grién lo iba a buscar a su casa y de esos encuentros tiene algunas fotos que en su reverso llevan escritos los siguientes textos: «Un día Z saliendo de casa del escritor en la calle Maipú 994 para el paseo habitual»; «En la calle Alvear, en Buenos Aires, con el legendario escritor; «Enero 1980, en la calle Alvear. Unos días antes llegó del Japón. Había cumplido 80 años y había sido operado de próstata dos meses antes»; «Borges, en un borroso primer plano mientras comíamos en El Galeón o Galeano, en Buenos Aires, un día X».

En los encuentros -Grién llevó en una ocasión a una secretaria que puso una cinta para grabar la conversación que él mismo provocó- hablaban de temas diversos, como, por ejemplo, de la literatura escandinava. Borges, entonces, le explicaba cómo surgieron los cuentos basados en las tradiciones y fueron variando hasta la fantasía. «Nos reíamos mucho -recuerda-. Creo que él merecía haber ganado el Nobel con el talento que derrochó en sus obras como, por ejemplo, en Historia de la eternidad». En su opinión, su interlocutor era «un hombre auténtico, pleno, satisfecho de sí mismo y a quien le fluía el pensamiento con una riqueza extraordinaria».

«A mí me gusta pensar. Yo no escribo, sino que pienso y luego relato». Estas palabras de Borges son recordadas por Grién, quien asegura que pocas fueron las conversaciones sobre los amores que el literato había tenido. Borges estuvo casado en varias ocasiones. Su primer matrimonio fue con un amor de juventud, Elsa Astete Millán, a la que las crónicas y la historia no tratan bien: no leía libros, no era culta y la obra de su esposo le interesaba por sus rendimientos económicos.

Grién no entra en este asunto porque insiste una y otra vez en la trascendencia del literato. «Era el escritor de la realidad, del pensamiento, y jamás el de la obediencia», recuerda.

Momento dramático

El peronismo lo persigue. Explica que, durante muchos años, Borges fue un autor minoritario y muy poco conocido, «hasta que con las críticas europeas hacia EE.UU. determinados grupos socio-políticos fueron reivindicando su valor, su pensamiento y su estilo». La fama le llegó de la mano de la revista Time, que lo convirtió en una figura universalmente relevante. Grién se recrea en la etapa vivida por Borges durante el peronismo. Fue un momento horrible. Surge a partir de 1945 tras la llegada al poder, con inseguridad y autoritarismo, de Juan Domingo Perón. «Esta nueva situación -dice el economista- puso a Borges en primera línea de los análisis y la curiosidad intelectual. Sobre esta época Grién escribió: «Por firmar un documento antiperonista perdió su empleo en la Biblioteca Nacional y fue humillado con un destino laboral en el mercado de abastos, concretamente en la sección de pesas y medidas. Calificado de burgués y elitista, la policía empezó a acosarlo arrestando a familiares, iniciando una persecución y la incompatibilidad o guerra declarada entre la familia de Borges y el régimen, que al escritor se le mostró desde el principio como dictatorial para Argentina y de fundamento fascista y retrógrado». «Todo esto -evoca en voz alta Grién- me lo contaba Borges entristecido. Me decía que él era el escritor de la realidad del pensamiento y no de la obediencia. Y me recordaba también que hay que permitir que el cerebro trabaje».

La humillación de Borges -«a quien nadie le marcaba su conducta»- y de su familia es recordada por el intelectual gallego en toda su crudeza. Su mente y su voz agolpan los recuerdos sobre su amigo: vive con su madre, Leonor Acevedo Haedo -«era el hijo de la vieja y ella por él sentía una auténtica adoración»-, y era de admirar los conocimientos que adquirió de Fanny Haslam, abuela por parte de padre. Esta mujer inglesa le ayuda a conocer en profundidad una lengua que le permitió a los 9 años realizar una traducción del cuento de Oscar Wilde El príncipe feliz.

Al estallar la Primera Guerra Mundial, recuerda Grién, el escritor realizó una ruta con su familia por países que fueron escenarios de la contienda. La tumba de Borges en Ginebra, explica, «es muy bonita. Está en frente a la de Juan Calvino». Allí, en la ciudad suiza se quiso quedar. Acompañado de María Kodama, compañera, lectora y esposa, condición que las hemerotecas revelan que asumió pocos meses antes de morir el literato (14 de junio de 1986) a los 87 años. 

La muerte

Ginebra fue la elección del escritor. ¿Por qué eligió Ginebra para morir? El escritor argentino envió a la agencia Efe una carta el 6 de mayo en la que decía: «Soy un hombre libre. He resuelto quedarme en Ginebra, porque Ginebra corresponde a los años más felices de mi vida. Buenos Aires sigue siendo el de las guitarras, el de las milongas, el de los aljibes, el de los patios. Nada de eso existe ahora. Es una gran ciudad como tantas otras. En Ginebra me siento extrañamente feliz. Eso nada tiene que ver con el culto de mis mayores y con el esencial amor a la patria».