De Catoira a la Patagonia (I)

ð£ Fernando Salgado

ARGENTINA

Alberto Espinoza y Manuela Martínez, formaban parte de los 22 pobladores pioneros que en 1779 se asentaron en el inhóspito paraje de Río Negro y fundaron la actual Carmen de Patagones, la ciudad más austral de la provincia de Buenos Aires

13 oct 2014 . Actualizado a las 09:04 h.

La campaña propagandística de Astraudi, desplegada a través de pregones, bandos, circulares y edictos, tuvo amplia resonancia en un humilde hogar de San Mamede de Abalo, parroquia de Catoira enclavada en el arranque de la ría de Arousa. Tres hijos del matrimonio formado por Juan Espinoza y Dominga Coira decidieron embarcarse hacia la ignota tierra prometida: Alberto y sus hermanas Manuela y Juana. La hacienda real aseguraba a los pobladores, además de pasaje gratuito, «habitación» y tierras en propiedad, una o dos yuntas de bueyes para labrar los campos vírgenes de la Patagonia, semillas para la siembra y un real diario por persona, durante un año, para los gastos de manutención.

MÁS DE TRES MESES EN LA MAR

Después de semanas de espera en A Coruña, lugar de concentración de cientos de futuros colonos, los tres hermanos Espinoza embarcaron en la fragata Nuestra Señora de los Dolores, con destino a Montevideo. Con Alberto, herrero de oficio, 28 años de edad, «de bastante estatura, cara trigueña, barba, pelo y cejas de color rojo y ojos castaños», viaja también su esposa Manuela Martínez, una joven ferrolana que frisaba los 20 años. Y a Manuela Espinoza la acompaña su marido, Amaro Fernández, un agricultor de San Martiño de Andeiro, en Cambre. Sospecho que ambas parejas se conocieron y contrajeron matrimonio mientras aguardaban a ser embarcados. Las providencias reales alentaban los emparejamientos y otorgaban prioridad a los casados sobre los solteros, presumiblemente más propensos a desertar en algún momento del periplo.

La fragata Dolores, construida en el astillero de Esteiro -algunas fuentes rebajan su porte al de corbeta-, zarpó del puerto coruñés el 28 de diciembre de 1778, al mando del capitán Francisco Antonio de Parga. Era la primera de las diez expediciones masivas -meses antes, una avanzadilla de seis familias gallegas había partido en el buque-correo La Princesa- que, con destino al Río de la Plata, organizó la metrópoli entre 1778 y 1784. Apiñados en el navío, 146 emigrantes compartían espacio a bordo con tripulantes y enseres, entre ellos 107 arados romanos, azadas, picos y otros aperos de labranza. También, para aliviar las penas y entretener a los pasajeros, el intendente les había regalado diversos instrumentos musicales, concretamente «una guitarra, ocho panderos, doce sonajas y una gaita con su tamboril».

La navegación discurrió sin más contratiempos que los dictados por el capricho de los vientos. Durante la travesía, que duró cerca de tres meses y medio, fallecieron cinco personas -dos adultos y tres niños- y nació una niña. El 10 de abril de 1779, la fragata fondeó a la sombra de la Ciudadela, la fortaleza que nucleaba y custodiaba Montevideo, y desembarcaron 142 pobladores.

La familia Espinoza pasó tres meses en Montevideo, a la espera de que el virrey del Río de la Plata, Juan José de Vértiz, determinase su destino definitivo. Según los archivos oficiales, Juana, la hermana soltera, había llegado enferma y falleció poco después de su llegada. La anotación es falsa: probablemente desertó y sus hermanos, para encubrirla, arguyeron que había muerto. Lo cierto es que Juana se casó clandestinamente con el gallego Valentín Canabal, sin la preceptiva autorización del virrey, y la pareja, que tendría varios hijos, se instaló en una chacra (granja) de las afueras de Montevideo.

El 7 de junio se procedió al embarque, en el puerto de Montevideo, de la urca Visitación que debería transportar a los pobladores a la Patagonia. En el grupo, quince familias y seis solteros, figuraban Alberto y Manuela Espinoza, y sus cónyuges Manuela Martínez y Amaro Fernández. La nómina, seleccionada por las autoridades coloniales, incluía labradores, carpinteros, herreros, zapateros, un albañil y un panadero. Pronto la cubierta y el vientre de la embarcación se atiborró de personas, víveres, muebles, herramientas y un abigarrado enjambre de animales domésticos: exactamente, 40 vacas, 24 bueyes, 12 toros, 20 caballos, 20 mulas, 40 cerdos, 800 gallinas, 50 carneros y 50 pavos. Pero esa expedición nunca llegaría a zarpar.

NAUFRAGIO EN MONTEVIDEO

Cinco días después del embarque, cuando al fin la urca se disponía a hacerse a la mar, un fuerte vendaval rompió las amarras y el navío, zarandeado por la tempestad, encalló entre las rocas. El espectáculo cobró tintes dantescos. El temporal impedía a las lanchas de socorro acercarse al buque. Un piquete de soldados, apostado en la orilla, prendió tres grandes fogatas para orientar a los osados que intentaban ganar la costa a nado. La mayoría de los animales se ahogaron en las aguas del Río de la Plata. Los botes solo pudieron rescatar a pasajeros y tripulación cuando amainó la tormenta, mientras medio centenar de presidiarios se encargaban de recuperar víveres y mercancías que llegaban a la ribera del río.

La primera expedición hacia Río Negro, el enclave de destino descubierto por el marino gallego Juan de la Piedra, se aplazó. El intendente de Buenos Aires ordenó dispensar un buen trato a los náufragos, «para que vivan con gusto y se les quite el susto [...], pues de lo contrario nos exponemos a que deserten y que no sirvan para el fin a que han venido».

El naufragio prorrogó la estancia de Alberto Espinoza y su esposa en Montevideo otros tres meses. Embarcaron de nuevo el 19 de septiembre de 1779, integrando la comitiva de los primeros 22 pobladores de Río Negro. Su hermana Manuela y su cuñado tuvieron más suerte: en vez de la Patagonia, fueron destinados a la plaza de Luján, a 68 kilómetros de Buenos Aires.

juan alejandro apolant. De la extensa bibliografía relativa a la colonización de la Patagonia destacamos dos libros: La Galicia austral: la imigración gallega a la Argentina, de Xosé Manuel Núñez Seixas, y El fuerte de Río Negro, del padre Raúl A. Entraigas. Sin embargo, los dos capítulos de esta historia sobre el gallego Alberto Espinoza son deudores, sobre todo, de las investigaciones de Juan Alejandro Apolant. Periodista, filósofo y comerciante nacido en Polonia, profesor de la universidad de Leipzig durante la República de Weimar y refugiado en Montevideo para escapar del terror nazi, Apolant constituye la mejor guía para seguir el rastro de los pobladores -gallegos, muchos de ellos- de la costa patagónica en el siglo XVIII.

El puerto de A Coruña a comienzos del siglo XIX, según un grabado de Enrique Luard, y sello uruguayo conmemorativo de los correos marítimos | archivo