Un cura de Mondoñedo en la Guerra Hispanoamericana de Puerto Rico

martín fernández

AMÉRICA

ARCHIVO MARTÍN FERNÁNDEZ

Antonio Rodríguez, el Padre Antonio, fue párroco de Hormigueros

19 dic 2021 . Actualizado a las 18:00 h.

La Associated Press comparó la guerra en la que España perdió Puerto Rico con un pícnic. No le faltaba razón. Fue un paseo militar del ejército yanqui, que desembarcó con tres mil soldados en Guánica el 25 de julio de 1898, y 18 días después se firmó la paz. Habían tenido 4 bajas y los españoles, 42. Un capitán de Artillería, Ángel Rivero Méndez, que era criollo, publicó en 1922 la Crónica de la Guerra Hispanoamericana en Puerto Rico, un libro de referencia sobre el conflicto. En el mismo, narra tres situaciones del cura de Hormigueros, Antonio Rodríguez, natural de Mondoñedo, que explican en buena medida lo que sucedió.

La contienda finalizó con la independencia de Cuba y el traspaso de Puerto Rico, Guam y las Filipinas a los Estados Unidos. El Padre Antonio había nacido en Mondoñedo en 1834, llegó a la isla con 30 años y en 1922, con 88, seguía aún al frente del santuario de esa ciudad donde los puertorriqueños veneran a la Virgen de Montserrat.

Rivero cuenta que el 10 de agosto de 1898, dos días antes de firmarse el armisticio, al finalizar el combate de Hormigueros, el capitán Macomb subió con 60 jinetes al convento y pidió las llaves para colocar un centinela en la torre y repicar las campanas. El Padre Antonio se negó y le dijo: «Caballero: soy ministro de un Dios de paz que está en los cielos y es Padre de todos, americanos o españoles, y mientras nuestros hermanos se matan a un kilómetro, mal puedo yo, pobre cura, dar órdenes para que repiquen las campanas». A continuación, sacó de su vieja sotana un manojo de llaves, las acercó a Macomb y añadió: «Señor capitán, tome usted las llaves de la casa de Dios». Macomb entendió, las rechazó, saludó al cura y desfiló loma abajo mientras sus soldados, uno a uno, hacían el saludo militar al abate…

El 16 de agosto, cuatro días después de acabar la guerra, un pelotón yanqui fue a la iglesia y pidió al clérigo de Mondoñedo que les oficiara una misa. Accedió y la tropa la siguió con gran compostura. En su plática, el párroco dijo a sus feligreses: «Aquí los tenéis, de rodillas y en casa del Señor. Son los mismos que turbaron, hace días, la paz de nuestros valles con sus armas. Algunos tal vez pensasteis que estos soldados serían azotes de la Religión y cuchillo del Padre Antonio, pues… ¡esto para vosotros!». Y, apoyando en la barbilla el pulgar de su mano derecha, hizo girar rápidamente varias veces los dedos restantes... Algo así como: «Tururú, tanto decíais… y mirad».

Y años después, el 13 de marzo de 1921, Ángel Rivero y un colaborador visitaron el santuario para recabar datos para su Crónica. Iban vestidos de kaki, con polaina militar. El cura los tomó por oficiales americanos, se adelantó y muy cortés ?escribe Rivero- «pronunció estas palabras en el más puro inglés de que es capaz un gallego de Mondoñedo: Good morning, gentlemen; please, sit down» (buenos días, caballeros, tengan la bondad de sentarse). Y les señaló dos viejos sillones conventuales con asientos de cuero claveteados de doradas tachuelas. Habían transcurrido 23 años desde el combate de Hormigueros…

ARCHIVO MARTÍN FERNÁNDEZ

Llegó con 30 años tras navegar 40 días en un velero, para encargarse del Santuario de Hormigueros

En su Crónica de la Guerra Hispanoamericana ?que lleva prólogo de Antonio Maura, varias veces ministro y presidente del Gobierno español en cinco ocasiones- dice Ángel Rivero que Antonio Rodríguez nació en Mondoñedo en 1834 y que llegó a Puerto Rico en 1864, tras navegar 40 días a bordo del velero Jonás. Desde el principio, se encargó del Santuario de Hormigueros en el que se venera a la Virgen de Montserrat.

El cura de Mondoñedo era «ágil como un mozo, cándido como un niño y creyente a semejanza de los cristianos de las Catacumbas». Rivero dice que era capaz de quitarse los calzones para cubrir con ellos desnudeces del primer pobre que llamara a su puerta y que tenía un carácter franco y abierto que lo llevaba a decir siempre lo que pensaba. Por eso sus dichos y ocurrencias eran famosos en la isla.

Cada 8 de septiembre, él mismo organizaba la fiesta de la patrona. A la romería acudían jóvenes, ciegos con guitarras, vendedores de dulces, ropa y baratijas y una multitud luciendo sus mejores galas. Al acabar la fiesta, todos se despedían de él, que les decía: «Hasta el año, cuídense y que nadie falte».

Cuando comenzó la guerra, se acusó al Padre Antonio de ser furibundo antiamericano. Pero no había tal. Al hablar de la lucha -«como buen gallego y español que era», dice Rivero- nunca renegó de su condición y «lloraba las desdichas de su patria, evocando pasados y mejores tiempos». Eso era todo. Lo demás era supervivencia. En 1922, con 88 años, seguía al frente del santuario, quizá el más concurrido de Puerto Rico...

De la pretendida independencia a la realidad colonial hoy

Lo vivido por el Padre Antonio evidencian lo que Rivero explica en el prólogo de su libro: «La breve campaña de 18 días fue un paseo triunfal debido a que los yanquis respetaron costumbres, leyes y religión de los nativos, mantuvieron la autoridad y no requisaron nada sino que incluso pagaban el terreno donde se instalaban». Para él, los Estados Unidos supieron despertar entre los isleños anhelos de libertad y progreso y sus tropas se descubrían ante las damas, repartían regalos a los niños, saludaban a los curas y rezaban ante la misma Virgen que ellos veneraban...

La Crónica de Rivero se basa en el diario que elaboró durante la lucha cuando era jefe del fuerte español de San Cristóbal, en San Juan. En él aventuró el acelerado proceso de norteamericanización que se avecinaba. Y acertó: el 22 de agosto de 1898 ?diez días después de firmar la paz- ya se editaba en la isla el primer periódico en inglés, The Puerto Rico Mail. Y eso despertó el interés en aprender la lengua. El mismo Padre Antonio recibió en espanglish, a sus 88 años, a dos supuestos yanquis…

Los americanos sabían que nunca se pierde por la fuerza, solo el amor vence. Desembarcar en Guánica les permitió capturar fácilmente las ciudades de Ponce y Yauco, donde el espíritu separatista era más latente. Contar desde el inicio con el apoyo de ese sector -no amplio pero sí influyente- fue clave para legitimar su invasión militar. Luego, ante las maltrechas tropas españolas, la población los iba recibiendo con beneplácito e, incluso, algarabía. Veían en ellos la liberación del yugo español y la posibilidad de la reivindicación política y económica. Así se llegó al fin de la guerra y al Tratado de París que permitió a Estados Unidos controlar Puerto Rico e instaurar un gobierno militar bajo el mando del general John R. Brooke. Las aspiraciones de autonomía e independencia de algunos pronto se fueron apagando ante la realidad del nuevo régimen colonial, evidente hasta hoy...