En 1932, Estrella Fernández Suárez, de 17 años, una niña para los días de hoy, ya sabía de sobra que en su Bandourrío natal no tendría futuro alguno, ya que el país estaba sumido en una crisis insoportable y ancestral. Con el consejo de un tío decide coger un buque que la lleva en un mes desde Vigo a Montevideo en un largo viaje en el que las condiciones son pésimas, pero que la llevará a tener un futuro mejor que en su país.
Dieciocho años más tarde, su hermana, Josefa Fernández Suárez toma otro barco con idéntico destino, en busca de una vida con su marido que promete ser mejor que en una Ribeira donde la Guerra Civil había dejado la economía en el mismo nivel que en 1932. Ambas lograron una vida cómoda y estable en un Uruguay que hoy sería comparable a Suiza con España. Su madre no pudo verlas en esos largos años donde la única comunicación eran los correos tradicionales. En 1975, y con mucha suerte Josefa pudo volver a Ribeira, pero apenas conoció su casa, y cuando se encontró con su madre, esta no reconoció a su hija, que se había ido joven y volvió con una edad en la cual los recuerdos se disipan. Eso se llama migración con mayúsculas.
La segunda Estrella, Estrella González Fernández, tuvo la suerte de vivir toda su vida en Ribeira, con el esfuerzo de su marido en las frías aguas de Terranova, también emigrando. Y llegamos a la tercera Estrella, Estrella Parada González, hija de la segunda, que después de haber estudiado una licenciatura en Inglés, también coge rumbo a las Américas, esta vez a California, donde descubre y disfruta del sueño americano. Allí la acogieron con los brazos abiertos y dándole multitud de oportunidades que aquí no tendría. Quizás después de este resumen nos preguntemos el por qué debemos recibir a los pasajeros del Aquarius, quizás, pero yo no tengo duda alguna, en honor a mis tres Estrellas, que gracias a la solidaridad de Uruguay y Estados Unidos pudieron tener una vida digna.
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