«La desesperación me sobrecoge»

Serxio González Souto
serxio gonzález VILAGARCÍA / LA VOZ

AMÉRICA

Durante dos días de septiembre, Puerto Rico fue devastado por vientos que superaron los 250 kilómetros por hora. Carlos Custodia conoció entonces el verdadero miedo

10 ene 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Para Carlos A. Custodia Buceta (Vilagarcía, 1969) hay un antes y un después del 20 de septiembre. Profesor de Lengua Española y Psicología en una high school de Puerto Rico, le reconoce al Gobierno de la isla su actuación responsable a la hora de alertar a la población sobre la llegada del huracán María. «Lo hicieron bien para preparar a la gente. En mi trabajo, por ejemplo, me dieron dos días libres antes del embate del María y del Irma, que dediqué a colocar tormenteras en mi casa y a abrir canales en el patio para que fluyese el agua». 

Pero todo cambió tras el paso de una de las peores catástrofes que el país caribeño ha padecido en su historia. «La actuación del Gobierno me ha indignado, totalmente sobrepasado, politizando la desgracia en vez de luchar por un pueblo que clamaba ayuda de forma desesperada. Y un Gobierno federal que sigue tratando a Puerto Rico como a una colonia, que lo es, y no como a un estado asociado».

Que las cifras oficiales se limiten a 60 víctimas mortales es, para Carlos, algo difícilmente tolerable. «Es evidente, cuando hay cientos de personas que, si bien no murieron por la furia del viento, sí han muerto debido a la carencia de calidad asistencial que provocó el huracán». El despertar del María, asegura, ha sido dantesco. «La única parte positiva es la solidaridad, tanto dentro de la isla como desde el exterior. En mi barrio, un vecino de unos setenta años, encamado, sufrió un ataque y las ambulancias nunca llegaron. El teléfono de emergencia, el 911, no funcionaba, así que no nos quedó otro remedio a los vecinos que actuar por nuestra cuenta para hacer de enfermeros y camilleros hasta lograr trasladar al hombre al hospital más cercano». No existen datos fiables, reconoce, pero, puestos a conceder crédito a alguien, se queda «con los datos extraoficiales de muertos», que según algunas fuentes alcanzan el millar. 

Parapetado con alimentos

Que conste que los daños materiales en su propia vivienda fueron mínimos. El María se llevó la pintura externa y la puerta de entrada, pero la vivienda, construida bajo los códigos de seguridad en caso de huracanes o terremotos, resistió. «No llegué a temer por mi vida, porque tenía la certeza de que la casa aguantaría, aunque los vientos tuviesen velocidad de Ferrari, pero eso no impidió que pasase miedo de verdad». Parapetado, con alimentos suficientes para varios días, la experiencia inmediatamente anterior del huracán Inma le proporcionó un buen acopio de víveres y agua embotellada, así como un depósito lleno de combustible.

El pueblo en el que Carlos vive, en el centro de la isla, estuvo incomunicado por carretera durante dos días, hasta que los vecinos liberaron los caminos empuñando motosierras, machetes y mucha solidaridad. «Pero algunos otros pueblos han estado incomunicados durante un mes, y todavía en unos pocos sigue siendo complicado llegar por tierra a todos los barrios». En cuanto a las comunicaciones, sus habitantes se vieron privados de energía eléctrica durante 62 días. «Todavía hoy, tres meses después, casi la mitad de la isla aún no tiene luz».

La caída de la electricidad es precisamente el principal problema que el profesor arousano percibe para la recuperación de una cierta normalidad. «Yo, gracias a Dios, sigo con mi trabajo, pero se han perdido miles de empleos debido a que muchos comercios han cerrado, bien por los daños, bien por la falta de energía para recomenzar». Se trata de un desastre económico que pinta mal para un país de por sí muy castigado por la crisis económica desde el 2008. «Se habla de una deuda de 72.000 millones, de 250.000 personas que han emigrado a otros estados de EE. UU., sobre todo a Florida».

Hace diez años cruzó el charco y no se plantea regresar a Vilagarcía, donde residen sus padres y sus dos hermanos. «Tardé como diez días en poder hablar con ellos por teléfono, y todavía hoy no puedo usar ni mi móvil ni Internet en el pueblo». Pero no descarta trasladarse a Estados Unidos a partir de junio. Entretanto, se le hace difícil pensar en otra cosa que no sea aliviar la desesperación de tanta gente, «que me sobrecoge».