Medio siglo restaurando Núremberg

Alfonso Andrade Lago
Alfonso Andrade REDACCIÓN / LA VOZ

ALEMANIA

Ramiro Bieito arribó a Alemania en 1971 y no sabía «ni pedir una cerveza». Hoy coordina los 9 centros gallegos del país para echar una mano a nuevos emigrantes

22 nov 2014 . Actualizado a las 14:02 h.

Se apeó en Heidelberg (Alemania), en 1971, de un tren que descargó en la estación «cientos de gallegos» como quien suelta un cargamento de yogures. Saltó al andén con una maleta repleta de jerséis, 3.000 pesetas que le prestó su familia y su sueño de gloria: un Mercedes. «Hoy no lo tengo, que al final salen muy caros», argumenta Ramiro Bieito Vilas (O Barro, A Baña, 1971), que ha sido testigo de distintas corrientes migratorias desde Galicia hacia el país germano.

En aquella vieja maleta viajaba también «el traje de la orquesta», pues en Heidelberg lo esperaba «una big band», la de un empresario teutón que, además de explotar sus dotes musicales, le había hecho un año de contrato como pintor y decorador. «Aquel hombre tenía asalariados a cien gallegos que todos los veranos se le escapaban a las fiestas de O Barco. Un año se fue con ellos y me oyó cantar en la Bellas López, de Ferrol». Alemania ya era un hecho, pese a que Ramiro, admite, no sabía «ni pedir una cerveza».

Le avalaba, eso sí, su amplio currículo orquestal: «Los Diamantes, Finisterre... En 1964 habíamos fundado la Gran Montecarlo de La Coruña, con nueve instrumentistas y dos cantantes», rememora con orgullo.

En Heidelberg aguantó solo tres meses. Núremberg, donde vivían dos primas suyas, fue su nuevo destino. Allí sumó a su pericia como decorador una carrera técnica, «saneamiento de hormigón y restauración de monumentos nacionales», lo que le permitió trabajar a destajo en una ciudad que había quedado como un queso gruyer después de la Segunda Guerra Mundial. «Hice muchas cosas en el Palacio de Justicia. Sí, el del juicio a los nazis», recalca Bieito antes de citar la casa de Durero o el Castillo entre los destacados edificios que contempla ahora con el entusiasmo del trabajo bien hecho, 45 años después de su llegada a Alemania. Nueve lustros que aprovechó para estrechar lazos con la ingente colonia que Galicia posee en aquella nación.

De hecho, hoy es coordinador federal de las asociaciones gallegas; 16 en total, de las que 9 son «centros gallegos activos». Calcula que dan servicio a unas 9.000 personas, de Galicia en su mayoría, aunque «hasta nuestras agrupaciones se acercan incluso los alemanes», que tienen bien aprendida la lección de lo que deben pedir: «Un pulpo y un ribeiro, pero la botella entera», imita con una sonora carcajada.

Bieito compara la emigración que le tocó vivir con la actual. «Ahora están mucho más preparados», resume, aunque «todavía llega gente que no domina el idioma, y eso es una barbaridad». Añade que en Alemania «todavía hay mucho trabajo», pero es «muy difícil emplearse así, y ahí empiezan los abusos».

Él también aporta su granito de arena en materia laboral. Participa de una empresa de pintura y decoración en la que intenta «colocar gallegos y otros españoles». Su último quebradero de cabeza, «un chaval de Ponferrada que trabaja de maravilla, pero a ver a qué casa lo mandas a pintar una pared si no sabe alemán».

El restaurador de Núremberg disfruta estos días de un merecido descanso en Galicia. Ha venido para operarse «de los meniscos» y, mientras espera turno con paciencia, disfruta de tranquilos paseos en coche por el terruño, donde aquel sueño de gloria, el de la estrella, ha sido sustituido por un modesto cuatro latas, tal vez menos glamuroso, pero bastante más económico.