Una viguesa en el cielo de Etiopía

Monica Torres
mónica torres VIGO / LA VOZ

AFRICA

Tania Cabo, la única aviadora del aeropuerto más importante del país africano es también monitora de futuros pilotos

18 jun 2018 . Actualizado a las 17:04 h.

«¡Dios mío!, ¡Es una mujer!» Gritó un ganadero, atrapado en una propiedad de Australia, cuando le dijeron que el piloto que volaba a su rescate se llamaba Nancy Bird-Walton. La primera australiana en surcar los cielos, siguiendo los pasos de la pionera de la aviación a nivel mundial, Raymonde de Laroche, usó aquella anécdota para titular su propia biografía.

La joven viguesa, Tania Cabo, se enfrenta ahora a esa misma expresión con más frecuencia de lo que sería deseable. Los estereotipos de género son quebrantables, pero 108 años después de que Raymonde de Laroche se convirtiera en la primera aviadora, solo el 3 % de los pilotos que hay actualmente en todo el mundo son mujeres, según datos del Sindicato Español de Pilotos de Línea Aérea (Sepla)

Tania Cabo es la única piloto e instructora del aeropuerto internacional de Addis Ababa Bole, el más importante de Etiopía y uno de los más transitados y modernos del continente La aviación sigue siendo un reductor exclusivo de los hombres en este país.

«Ahora ya no, porque te has ganado una reputación y saben que es igual pero tuve que demostrar mi valía más que cualquier hombre», reconoce la piloto del Addis Ababa. «Yo ya tenía gran experiencia cuando llegué a Etiopía pero, al principio, no podía volar, solo llamaban a los chicos. Ahora ya he conseguido que me traten igual que a los hombres», dice con naturalidad pero con el honor añadido que otorga el forjarse su propio sitio.

Dio que hablar. Y no solo porque hubiera una mujer en la flota sino porque enseñaba las peripecias más arriesgadas a sus alumnos. «Les enseñé a poner el avión de cabeza para que experimentaran la sensación de la fuerza G y, cuando practicamos fallos de motores en campo, a llegar casi abajo de todo antes de recuperar, porque si eres un buen piloto no puede ser una cuestión de suerte», explica la jovencísima pero experimentada piloto de 29 años de edad. Fueron muchas horas de vuelo y esfuerzos redoblados durante meses hasta que, por fin: «Tania no tiene miedo, es como cualquier piloto».

También le gusta especialmente el vuelo acrobático pero sobre todo, indica, «me gusta volar el avión y enseñar». Descubrió su vocación a los 16 años y en el aire. «Mi padre me pagó un vuelo por las Ría Baixas pensando que igual así desistía de mi empeño pero me bajé encantada. Ahí es cuando tuve claro que yo ya no quería hacer otra cosa que ser piloto de avión», recuerda.

Inicios

Comenzó su formación hace justo una década en Salamanca, pero la necesidad de saber manejarse bien en inglés, idioma con el que hasta entonces no se llevaba muy bien, hizo que hiciera las maletas para seguir su formación en Canadá. Allí profundizó en sus dos amores, ya que en la academia conoció al que hoy en día en su marido. «Cuando terminamos la carrera teníamos que decir si volver a Europa o a África. Preferíamos el primer destino pero la crisis nos puso rumbo a Etiopía, de donde son los padres de él aunque mi marido se crio en Estados Unidos», explica. La valoración tres años después es positiva. «No cambio nada por Vigo pero Zimbabue es lo más bonito del mundo», sostiene con rotundidad. Su destino le obliga a tener que hacer algunas veces el café en la barbacoa «por los cortes continuos de luz», o a pasar días sin agua. «Internet es lo que más nos corta el Gobierno, a veces hasta meses por los problemas políticos».

No renuncia a un cocido una vez al mes, aunque sea en versión etíope con productos enviados por papá y mamá y adaptaciones de lo que allí puede encontrar. «Cuando vuelvo a Vigo, mis amigos y mi familia ya saben que lo primero que quiero es un albariño o ribeiro y una centolla», advierte la joven pionera gallega en África.

«Al principio no podía volar, pero ahora conseguí que me traten igual que a los hombres»

«Mi padre me pagó un viaje por las Rías Baixas con 16 años y supe que solo quería volar»