Santiago Agrelo: «No puedo cambiar las políticas de nadie, pero las conciencias sí»

Yohana Silva / r. r. REDACCIÓN / LA VOZ

AFRICA

PACO RODRÍGUEZ

El arzobispo de Tánger se despide este año tras una década al frente de la diócesis marroquí

13 ago 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

«Me lo comunicaron al anochecer de un martes santo del año 2007». Así recuerda Santiago Agrelo (Rianxo, 1942), arzobispo de Tánger, el momento en el que le dijeron cuál sería su próximo destino. Durante 10 años ha realizado una incansable labor con los que buscan un nuevo futuro más allá del hambre y las vallas. Cumplió los 75 este año, la edad canónica para jubilarse y está a la espera de que le acepten la renuncia para volver a ser el fraile franciscano que salió de Compostela hace ya una década. Aunque dice que no está cansado y que, hasta donde pueda, seguirá mirando por los emigrantes y necesitados.

-¿Cómo se despide uno después de 10 años?

-Cuando sea oficial en la catedral, será una despedida de agradecimiento. Aquí en esta Iglesia he encontrado unos colaboradores magníficos que han hecho posible que yo no diese demasiada vergüenza, de verdad, como obispo. Y además dar gracias a Dios por todo lo que me ha dado. Eso no sucede por casualidad.

-¿Cómo se toma tener que presentar la renuncia?

-Eso es algo que va con la edad, con los años. A los 75 hay que presentarla y se hace. Aunque me siento bien de salud y con fuerzas para continuar, no me hubiera molestado que me la hubiesen aceptado inmediatamente y no me va a doler cuando me la acepten. Yo sé que entre los emigrantes, a muchos les va a doler el verme marchar, pero seguramente es una emoción supongo que previsible en ellos, pero poco justificada porque el que venga los tratará igual o mejor.

-¿Qué es lo que se lleva de allí, de Tánger?

-La estancia en Tánger son los emigrantes y el contacto con el mundo musulmán. Con una cultura muy distinta de la nuestra y con unas personas que están configuradas por esa cultura. Son las dos cosas que yo considero fundamentales en este período de mi vida que han sido nuevas y que han sido muy enriquecedoras para mí.

-¿Cual será su próximo destino?

-Volveré al convento de los franciscanos, a Santiago, para ponerme a disposición de mis superiores y que me manden a donde quieran. No me desagradaría ir a cualquier sitio al que me manden.

-¿Seguirá mirando por los inmigrantes desde su nuevo destino?

-Yo sé lo que quiero, pero no sé lo que puedo. Es decir, ahora aquí soy el obispo y dispongo. De alguna manera tengo capacidad para hacer cosas. Si vuelvo al convento, vuelvo a ser un fraile, un pobre en el sentido radical de la palabra, con lo cual toda la actividad que yo pueda desempeñar con los inmigrantes pues ya tiene que pasar por la comunidad. Pero yo creo que a donde vaya el gusanillo va conmigo y seguramente mis hermanos lo compartirán. Entonces seguiremos trabajando, creo que se puede contar con ello.

-Ahora les lleva 100 kilos de arroz y latas todas las semanas.

-Sí, ayer a la mañana salimos de compras y compramos para varias veces. Para mí es el día más importante de la semana, más que el domingo, con perdón del Señor, que sé que no se ofenderá. Es un día que, por muy mal que yo esté, a mí me arregla. Es la ilusión de encontrarlos, la ilusión de ver una sonrisa, un alivio. Y al mismo tiempo es una experiencia que me deja una marca penosa y dolorosa, y es la de dejarlos allí mientras yo regreso a casa.

-Usted afirmó que «impermeabilizar las fronteras no es la solución». ¿Hay alguna?

-Soluciones no tengo. Pero principios que creo que hay que respetar sí. Respetar los derechos de los seres humanos, que tienen derecho a emigrar y a hacerlo en condiciones de seguridad.

-¿Se puede «reeducar» a la sociedad para que no mire a otro lado?

-Nosotros trabajamos para cambiar eso. Yo no puedo cambiar las políticas de nadie, pero cambiar las conciencias sí. He trabajado mucho para que la gente empiece a ver al emigrante como lo que es: una persona, un pobre en busca de futuro.