El marinero cambadés que compartió comidas a bordo con un rey de Etiopía

Bea Costa
Bea Costa REDACCIÓN / LA VOZ

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MARTINA MISER

De la ría pasó a navegar por todo el mundo y trabajó como portero en Nueva York

19 sep 2020 . Actualizado a las 11:58 h.

La historia de Ramón Rial Roma es similar a la de muchos niños de la posguerra que tuvieron que dejar la escuela para trabajar en el mar por pura necesidad. A los ocho años empezó a aprender los gajes de un oficio que acabaría convirtiéndose en su forma de vida, pero no por ello abandonó el pizarrín. De las clases con Antonio Magariños en el antiguo convento de Cambados pasó a las de don Felipe, que se impartían en horario nocturno. Tenía claro que saber de letras y de números era importante y supo sacarle provecho a las lecciones. «O que aprendín na escola serviume para levar as contas do negocio», comenta. Lo de Buby le viene de niño y lo que nació como un mote dio nombre a sus dos barcos y se ha perpetuado a través de su hijo.

El matrimonio que formó con Carmucha le dio otras siete criaturas, pero eran otros tiempos y ninguna logró salir adelante tras el parto. Son muchas las vivencias que se acumulan en su biografía, en las que caben desde la superación de un cáncer hasta compartir comida con todo un rey etíope.

Ramón trabajó durante años en la marina mercante y entre los barcos en los que estuvo enrolado figura el León de Judá, rey de los reyes, descendiente de Salomón, tal cual. El buque estaba dedicado a Haile Selassie I, el rey que entonces gobernaba Etiopía con ínfulas de emperador. La gran mayoría tenemos que recurrir a la Wikipedia para saber de este personaje. Buby lo conoció bien porque durante quince días compartió con él mesa y mantel a bordo del buque de nombre rimbombante con motivo de la fiesta que el monarca ofreció a la tripulación. «O carpinteiro do barco, un arxentino-galego, ata lle fixo un trono para que se sentara, porque era moi baixiño», recuerda. Los trataron, nunca mejor dicho, a cuerpo de rey, eso sí con más picante en el menú al que estaba acostumbrado.

En aquel barco se transportaban todo tipo de mercancías, algunas tan peculiares como la moneda etíope que se emitía en Londres e incluso monjas que embarcaban rumbo a Europa para huir de la persecución en su país. Con las religiosas tiene Buby una anécdota que le da un poco de apuro hacer pública y que, finalmente, nos autoriza a incluir en el artículo. El caso es que entre las películas de vaqueros, las de amor y las de guerra que se proyectaban en el cine que había a bordo se colaba de vez en cuando alguna cinta erótica sin reparar en que las monjas estaban entre el público, y aunque se tapaban la cara «tamén miraban», cuenta Ramón entre risas.

Las peripecias en el León de Judá quizá dieran para un guion de cine, pero, entre tanto, nos sirve para dar lustre a esta sección, en la que tampoco pueden faltar las miserias que entonces se vivían a bordo ni las batallitas de la mala mar. «Cando eu empecei nos mercantes non había nin radar», y, claro, en esas circunstancias los temporales en el Golfo de Vizcaya eran un calvario. «Alí vin a morte dúas veces diante dos ollos».

Ramón Rial conoció mucho mundo y siguiendo los pasos de su padre, que emigrara a Estados Unidos a principios del siglo XX, llegó a instalarse durante seis meses en Nueva York, donde trabajó como portero en un edificio de cincuenta plantas, enfatiza. Tenía ascendientes entre los marqueses de Abraldes, pero la suya no fue una vida nada aristocrática. Con todo, no se queja: «A min foime ben, no mar gañábanse cartos». Los jóvenes lo tienen ahora más difícil, opina. «O futuro non o vexo ben para os nosos oficios». En sus tiempos mozos hacía sus pinitos con la guitarra gracias a las clases de Severino y aún hoy le gusta cantar. Echa de menos no haber explorado más su vía melómana, pero está muy satisfecho de haberse ganado la vida como marinero. «Gústame moito o mar», tanto que cuando estuvo un año en Pamplona para tratarse del cáncer, cada fin de semana cogía el coche y ponía rumbo a San Sebastián para oler el Cantábrico. «Desde a ventana vía os Pirineos e pensaba que era o mar», relata. Hoy lo tiene mucho más cerca, a un paso, y asoma por San Tomé y Tragove siempre que puede.

De los remos al radar

De los remos al radar. Buby ha vivido en su propia piel los cambios en el oficio. Cuando empezó a pescar con 8 años iba descalzo, en una gamela a remos y el menú se cocinaba a bordo en una «caldereta». Cuando se jubiló, a los 64 años -hoy tiene 84-, patroneaba un barco con todos los avances tecnológicos. «As cousas cambiaron moito».

La casa de Ramón Rial respira mar. Nada más entrar te recibe una fotografía de la zona portuaria de Cambados que compró en Barcelona en los años sesenta; al lado, una imagen de su mujer, Carmucha, bregando en la batea y en la pared cuelga la de su segundo barco, el Buby II. La imagen que ilustra la noticia se completa con recuerdos de su estancia en Etiopía y una foto del León de Judá.