Propietario de extenso patrimonio y perceptor de rentas en Negreira, el abogado José Astray-Caneda Calvelo era uno de los vecinos más ricos de Santiago a mediados del siglo XIX: su hijo Julio figura como el mayor contribuyente del distrito en 1881. Su figura, sin embargo, ha quedado olvidada. No así la de su yerno, Aureliano Linares Rivas, alcalde de A Coruña, diputado, senador vitalicio y varias veces ministro. O la de su nieto, el dramaturgo Manuel Linares Rivas.
24 mar 2014 . Actualizado a las 11:27 h.Abogado, comerciante, banquero, industrial, hacendado. Cuando su sobrino adolescente desembarcó en el puerto de La Habana, en 1844, el asturiano Luciano García Barbón se hallaba en plena ascensión. El comercio de esclavos, las finanzas y su matrimonio con una rica heredera lo transportaban en volandas hacia la cúspide de la colonia. Militaba en el integrismo radical, del que se nutriría el ala derecha del Partido Unión Constitucional, y acabaría codeándose, en la cima del listado de principales contribuyentes, con los condes de Cañongo, de Mortera y de Casa Moré.
Como muchos otros colonos, Luciano García Barbón, según constata la profesora gaditana Portela Miguélez, «había comenzado en Cuba a realizar negocios de comercio, vinculados a la trata negrera». El éxito cosechado lo introduce de lleno en la esfera de las finanzas. Crea su propia casa de banca y, a la vez, participa como socio capitalista en la fundación del Banco Español de La Habana, en 1856. La entidad, posteriormente denominada Banco Español de la Isla de Cuba, acaba convirtiéndose en el principal acreedor de un Estado español cada vez más endeudado para financiar la guerra colonial. Será también el emigrante asturiano, considerado un «jurista especializado en la defensa de los intereses patrimoniales de los hacenderos cubanos», quien promueva, junto con el marqués de Casa Calderón, la creación de una bolsa de valores en la capital cubana.
Ejército de esclavos
Su matrimonio con Casimira Díaz de Bustamante, miembro de una familia de comerciantes y hacendados de origen cántabro, contribuye a la expansión de sus negocios hacia la producción de azúcar. Propietario de los ingenios Fortuna y San Luciano, en las provincias de Pinar del Río y Matanzas, un ejército de esclavos constituía el grueso de la fuerza laboral utilizada. Solo en el ingenio San Luciano, que ocupaba una extensión de 88 caballerías y 75 cordeles -equivalentes a 1.192 hectáreas-, con la tercera parte de la superficie dedicada al cultivo de caña, la mano de obra consistía en 217 esclavos, 22 chinos y 13 «libres».
En sintonía con sus intereses mercantiles, Luciano García Barbón opuso tenaz resistencia a la abolición de la esclavitud. A comienzos de 1873, poco después de que la recién proclamada República española liberase a los esclavos de Puerto Rico, funda con otros oligarcas una «asociación de hacendados y propietarios de esclavos». En su intento por evitar que la proscripción se extienda a la colonia cubana, el poderoso lobby aboga por «la inmigración de indios, chinos, malayos, europeos o africanos, según convenga». La presión de la oligarquía logra retrasar otros siete años el final de la infamia: la esclavitud perduró en Cuba hasta el reinado de Alfonso XII.
Estrecho paralelismo
La vida de José transcurre en La Habana bajo la sombra protectora de su tío. El paralelismo entre ambos personajes resulta evidente. Los dos permanecerán solteros y los dos legarán su fortuna a sus sobrinos: Luciano, que muere en 1891, nombra heredero universal a José, y este, a las cuatro hijas de su hermana Carlota. Los dos ingresan en sendas logias masónicas, sin que sepamos cuál de ellos utilizaba el nombre simbólico de Candás, el topónimo asturiano que recuerda el común origen familiar. Los dos contribuyen a fraguar el entramado societario de sus respectivas colonias: Luciano forma parte de la primera directiva de la Sociedad Asturiana de Beneficencia, José será cofundador y tesorero de la Sociedad de Beneficencia de Naturales de Galicia. Y los dos comparten negocios y conjugan banca y filantropía.
El retorno del indiano
En 1884, con 53 años a cuestas, José García Barbón liquida sus negocios en la antilla y regresa a su Verín natal. Vuelve con la intención de restablecer su delicada salud. Waldo Álvarez Insúa, el promotor del Centro Gallego de La Habana, lo despide desde las páginas de El Eco de Galicia: «Parece como que estriba el fin de todas sus acciones en la práctica del bien y que es en él una necesidad enjugar lágrimas y evitar aflicciones». Años antes, en La Ilustración Gallega y Asturiana, Manuel Murguía lo consideraba merecedor de «los más entusiastas plácemes y las alabanzas más espontáneas».
El indiano José García Barbón hizo honor a tales cartas de presentación. En su comarca natal da cuerda a empresas emblemáticas como el balneario de Cabreiroá o Electra de Verín. Y desparrama su fortuna, primero en Verín y después en Vigo, donde transcurren los quince últimos años de su vida, en acciones benéficas y de mecenazgo: escuelas, asilos, casas de caridad, bibliotecas... Su última obra la levantaron sus herederas, una vez fallecido el filántropo: el magnífico Teatro García Barbón, diseñado por el gran arquitecto Antonio Palacios.
José García Barbón falleció el 7 de marzo de 1909. Dicen las crónicas que la mitad de Vigo -ciudad de unos 40.000 habitantes a la sazón- salió a la calle en homenaje de despedida a su hijo adoptivo.
Calderas para quemar bagazo verde (residuo de la caña de azúcar), instaladas en 1883 por la firma Babcock & Wilcox en el ingenio Fortuna, propiedad de Luciano García Barbón | archivo