Isabel Blanco: «Allí me prepararon para la vida»

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La actriz relata en primera persona sus años en Suiza, donde nació y vivió hasta los 15 años bajo la precisión de un sitema que le marcó el mejor horizonte posible

23 jun 2013 . Actualizado a las 13:27 h.

Las luces y las sombras de un país como Suiza son difíciles de distinguir cuando niños. Ahora Suiza está en el ojo del huracán por diferentes motivos, pero mi vida allí fue una experiencia muy positiva. Cierto es que cuando creces, y con la perspectiva que da el paso del tiempo, todo cobra otro cariz para bien y para mal. Pero mis recuerdos de infancia y adolescencia allí están repletos de instantáneas alegres, algunas difíciles de borrar.

El estado controla todo

Recuerdo que iba a una guardería de la misión católica en las afueras de Berna. Un día la policía entró y les dijo a las monjitas que yo tenía que ir a una guardería suiza y pública. El Estado suizo intervino y asumió en la parte que le correspondía «mi tutela» por tener a uno de mis padres con dificultades serias de salud. Habían valorado el caso y, según ellos, «volver» [a Galicia] quedaba descartado debido a la gravedad de la situación familiar. De manera que a «esa niña» no se la podía privar de aprender el idioma del país, en este caso el alemán. El Estado suizo controla para bien y para mal. Empezó pagando mi guardería y terminó haciéndose cargo de mi educación, formación, sanidad, etcétera, hasta que completé mis estudios universitarios a los 25 años ya en Vigo.

Despertarse solo

El sistema suizo es una máquina de precisión que te marca el espacio y el tiempo en que moverte, el ritmo constante para un funcionamiento óptimo. Para los emigrantes fue una oportunidad de labrarse un futuro mejor a costa de su salud: para los hijos de aquellos como yo, una apertura de horizontes inimaginable. Mientras los padres trabajaban incansablemente, los niños aprendíamos a ser independientes a muy corta edad. Despertarse solos, prepararse el desayuno, cruzar solos la calle con una única banda luminosa en ristre y nada más. Me acuerdo de que con 5 años todas las tardes cogía un bus para ir al Hort, una especie de pasantía para niños cuyos padres trabajaban hasta tarde (donde, antes de hacer los deberes, merendábamos una rebanada de pan integral y una manzana, para beber té de menta frío porque la bollería industrial y los refrescos estaban vetados). También íbamos periódicamente por las puertas del vecindario a vender sellos pro iuventute o chocolatinas para costearnos las excursiones de trekking o las convivencias de boy-scouts. Nuestro colegio además se encargaba de reciclar el papel del vecindario. Íbamos en grupos con un carrito a recoger los periódicos y revistas que los vecinos nos habían guardado durante meses en sus trasteros.

Coser y plantar

¡No había niña que no supiera calcetar su jersey o sus calcetines, que no hubiera cosido su propio pantalón o falda o que no supiera cultivar una huerta o que la despensa tenía que estar llena siempre (por si hubiese un caso de conflicto bélico y se cerrasen las fronteras...)! En fin, que creo que el sistema suizo prepara a los niños para la vida.

Me gustaba la diversidad cultural, el civismo, el respeto al prójimo y al entorno. Recuerdo que en mi clase había un judío, un musulmán, un ortodoxo; el resto éramos protestantes y católicos. Parecíamos una pequeña delegación de la ONU. Es curioso: ellos, que eran un poco desconfiados con los extranjeros, luego eran los que nos enseñaban que todos somos iguales: xenofobia cero.

Aun así, a mí me dolía ver la distancia de los suizos, en un primer momento, para con nuestros padres, esa desconfianza inicial. Pero el tiempo ha colocado a los gallegos donde se merecen, y se lo han ganado a pulso. Hoy en día, y a pesar de que sea mi segunda patria, creo que el culto al orden y al trabajo pesa bastante sobre el ciudadano, pero eso creo que lo podrán contar mucho mejor los que allí viven.