Para los portugueses, España es el destino menos apetecible para emigrar

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Los estudiantes del país vecino optan a por otros países como Brasil y Angola, por la facilidad del idioma y el clima

30 abr 2013 . Actualizado a las 11:25 h.

Portugal no es una opción de futuro. Esa es la idea de fondo que sobrevuela el campus universitario de Lisboa y seguramente los del resto de la república. Pocos estudiantes creen que su país les dará una oportunidad laboral digna cuando salgan de las aulas, pero muchos menos confían en que esa oportunidad esté en España. Los apuros económicos del país vecino, singularmente sus récords en desempleo, son sobradamente conocidos en Portugal y, de hecho, a muchos portugueses se les nota el triste consuelo de que al otro lado de la frontera, las cosas van aún peor.

«No, no. En España no. Seguramente probaré en Australia. Tengo amigos que han ido allí a trabajar y sé que están contratando personal sanitario. Y mi madre me anima, porque ella siempre tuvo en la cabeza salir de Portugal», explica Ana Rita, una estudiante de Psicología que, con solo 20 años, ha colocado sus sueños de futuro en las antípodas. Lo normal es escuchar proyectos hacia países lusófonos como Brasil, Angola o Cabo Verde, pero el abanico se amplía a medida que los nichos de trabajo van recibiendo su ración anual de licenciados.

Calor y dinero

«Nuestra promoción se está colocando más o menos bien, casi todos en el extranjero, pero los que van dos cursos por debajo lo van a tener mucho más difícil», calcula Liliana Riveiro, que con 25 años está en su último año de Geología: «Brasil y Angola son los dos destinos más idóneos, por el idioma y por el calor», afirma sonriendo, pero a medida que avanza la conversación, la sonrisa se esfuma: «Es una decepción y una vergüenza que hayamos pasado estos años concentrados, estudiando, para tener que irnos ahora fuera del país. Aquí te piden una experiencia que no puedes conseguir y unas condiciones laborales que son una porquería».

Un curso universitario cuesta en la Universidad de Lisboa, en función de la facultad, una media de 1.100 euros, que es mucho o es poco según a quién se pregunte. Las becas, de acuerdo al deterioro de los servicios públicos, han descendido, con lo que la formación universitaria se ha complicado: «Yo conozco a varios que han tenido que dejar la facultad por dificultades económicas. O han perdido la beca o el trabajo con el que se pagaban el curso», dice Bruno Santos, otro estudiante de Geología que, contra todo pronóstico, sí tiene a España entre sus cálculos: «Me gustaría trabajar en Lanzarote».

«En principio quisiera trabajar en Portugal, pero no está nada fácil. Si no lo encuentro pronto, claro está, tendré que irme», razona Luis Monteiro, un estudiante de Derecho que está en el último curso y que traza un severo análisis de la situación de su país: «Solo se piensa en la deuda y en el déficit y con el aumento de los impuestos la economía va a caer todavía más. La única solución que veo es una renegociación de la deuda».

Doscientos kilómetros más al norte, en Montemor, una localidad de base agrícola de 25.000 habitantes, un grupo de estudiantes de formación profesional formulan planes similares a los de los universitarios lisboetas: «El trabajo está cada vez peor, así que, cuando terminemos, tendremos que emigrar», justifica Cristiano Portesao, estudiante de informática de 19 años: «Pero no a España. No vale la pena». En un momento, el grupo de chavales que se han apelotonado a la salida del instituto exponen lo que saben de España: «Mucho paro», dice uno. «Y la jubilación a los 67 años», aporta otro algo más allá. Si la marca España tiene problemas en general, en ese punto del mundo está totalmente hundida.

La salida natural

«Francia es un buen destino», afirma João Pedro, estudiante de imagen en el mismo instituto. Son pocos los chavales allí que no tiene algún familiar en el extranjero, así que manejan información de primera mano y el sello de la emigración en su ADN. Sus padres pensaron que a esa generación ya no le tocaría salir, pero la realidad está siendo otra. «Prefiero no pensar en el futuro, pero lo que más estoy inculcando a mis hijos, que todavía están en la secundaria, es que se formen bien con los idiomas, porque no les va a quedar más remedio que emigrar», opina Carlos Figueredo, un comerciante lisboeta de 48 años: «Es lo mismo que en los años sesenta del siglo pasado. A mí también me tocó emigrar; estuve un año en Alemania, pero pensé que esto no volvería a suceder. Ahora ya está claro que los mejores años del país fueron los que transcurrieron desde 1980 al 2000. Luego se ha venido todo abajo».