«Cando vin á miña irmá no aeroporto pensei que me daba o cuarto infarto»

Las hermanas Poza Otero se han reencontrado en Galicia casi 50 años después de emigrar a Venezuela

Un 20 de junio, el del año 1970, Manuela Poza Otero dejaba Galicia rumbo a Venezuela. Otro 20 de junio, el de este 2019, volvía a pisar, por fin, su tierra natal a través del programa Reencontros na casa, de la Xunta. En el aeropuerto de Peinador la esperaban sus hermanas, María José y Begoña. Ellas hace décadas que regresaron de Caracas a A Illa de Arousa, donde nacieron. «Somos catro irmás e todas estivemos en Venezuela. Eu fun a primeira en volver, no ano 87», cuenta María José, que en las semanas previas a la llegada de Manuela era incapaz de tranquilizarse. «Levaba 26 anos sen vela. Non sei cantas veces cambiei o cuarto, non paraba de arreglar a casa... a familia dicíame ‘‘estate tranquila, que aínda faltan 15 días’’. ¡No momento en que a vin no aeroporto case me dá un patatús! Tiven que meter unha pastilla debaixo da lingua, que pensei que me daba o cuarto infarto da miña vida», explica.

María José y Manuela Poza Otero se abrazan en el aeropuerto vigués de Peinador
María José y Manuela Poza Otero se abrazan en el aeropuerto vigués de Peinador

Con el regreso de Manuela, María José recupera a una cómplice y amiga. Begoña, en cambio, recupera casi una madre. «Nos llevamos 18 años, ella me crio, era la que iba a mis reuniones del cole, me llevaba al médico...», relata con un marcado acento venezolano. Y es que apenas tenía año y medio cuando emigró con sus padres. Regresó a los 27 para que su marido se tratase de un cáncer que no logró superar. A ella la vida le dio una segunda oportunidad. En A Illa se reencontró con el que fuera su primer novio allá en Caracas. «No nos veíamos desde los 14 o 15 años. Él vino a Galicia a visitar a un amigo, preguntó por mí y nos vimos. Se volvió a Venezuela pero al poco ya estaba de regreso y nos casamos», cuenta.

En el WhatsApp de Begoña luce estos días una foto de perfil muy especial. La de las tres hermanas abrazadas en el aeropuerto. En ella solo falta Inmaculada, que trabaja en Lanzarote y que aún guarda la esperanza de conseguir dos días de descanso y un vuelo barato que le permitan viajar a Galicia para abrazar a Manuela, tal y como ya han hecho sus hermanas y sus sobrinos, algunos de los cuales solo conocían a su tía por fotografía.

Manuela y José Antonio apenas reconocen A Illa y Buño, los lugares donde nacieron

Pero sin duda, si alguien está viviendo con emoción el reencuentro, esos son la propia Manuela, de 67 años, y su marido, José Antonio López García, de 66. Para él, natural de la localidad coruñesa de Buño, también es la primera vez en 49 años que vuelve a su tierra. Ambos encuentran todo absolutamente cambiado. «Antes Buño era puras corredoiras ahora todo está asfaltado», resume él, que también nota como en su pueblo ya no hay apenas niños ni jóvenes. Con todo, asegura que los recuerdos afloran con facilidad. Su primera visita fue para sus padres, enterrados en el cementerio parroquial, y la segunda para su tía Carmen, que aún vive en el lugar. Incluso se reencontró con un conocido de la infancia al que logró identificar. Manuela también es capaz de casar algunos rostros, aunque son más quienes la identifican a ella. «Todavía hay gente que me reconoce y me preguntan si aún hablo gallego. ¡Claro que falo ghallegho!», dice con una gheada que se entremezcla con naturalidad con los aló y okei adquiridos en su casi medio siglo en Caracas.

«Quero que volvan para vivir tranquilos, aínda que sexa cunha taza de caldo e catro mexillóns»

Desde que aterrizaron hace más de tres semanas, el matrimonio no ha parado. En Ourense se reunieron con su hija embarazada, su yerno y su nieta, que dejaron Venezuela de manera definitiva hace un par de meses. Luego viajaron a Madrid para estar con su hijo, al que no veían en persona desde que hace cinco años tomó el avión rumbo a España. Estos días tocó reunirse con el hermano de José y recorrer las comarcas de A Coruña y Bergantiños, tras lo que se asentarán unos días en A Illa, algo que a María José ya le tarda. «Dende que chegaron deixei todo en banda. Só fago pasear e tomar cafés con miña irmá. E falar ata as tantas. ¡Vainos sair un callo na gorxa!», dice entre risas. «Casi ni fotos hemos sacado, todo se nos va en hablar», reconoce Manuela. Para ella, estas están siendo las vacaciones de su vida. Pero las esperanzas de todos están puestas en un regreso definitivo que podría producirse el próximo otoño. «Allá ya no queda nada de nuestro interés, solo nos amarran las propiedades», explica José. La situación en Venezuela no es buena, así que la familia presiona para que retornen lo antes posible, «para vivir tranquilamente os anos que nos queden, aínda que sexa cunha taza de caldo e catro mexillóns das pedras», apunta María José. El lugar donde asentarse está por decidir, pero Manuela tiene claras sus preferencias: «Eu tiro para A Illa, para poder dar unha volta, meter os pés na auga un rato e gozar dese olor a mar sabroso». El mar junto al que nació y que no ha olvidado.

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