De no hablar alemán a trabajar como ingeniero en Suiza con casi 50 años

David Cofán Mazás
david cofán LALÍN / LA VOZ

SUIZA

El silledense Marcos González dejó su vida en España con 40 años para asentarse en Austria y sacar una carrera y un máster de fotónica sin conocer el idioma

29 oct 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

El deje alemán que tiene Marcos González al hablar es innegable. Si uno no conociese su historia podría pensar que lleva décadas viviendo en Austria y usa esta lengua prácticamente como si fuera materna. Pero no es así. Este silledense de 49 años suma apenas diez años en el país germánico y ha tenido que sudar tinta para aprender a desenvolverse en este idioma. También para hacerse un hueco en el mercado laboral de la zona y sacar adelante un nuevo proyecto vital para romper con su pasado y reinventarse. Una lección de vida, de cómo perseverar a pesar de tener todo en contra y pasar de no hablar ni una palabra de alemán a sacar una ingeniería, un máster y trabajar en un instituto tecnológico en Suiza.

«Es una historia un poco loca», avisa Marcos. El se formó en óptica y optometría en Santiago y se marchó a Tenerife para trabajar. «Llevaba diez años de optometrista allí y conocí a Sandra, mi mujer, que es de Austria. Tenía un buen trabajo y la vida hecha en Tenerife, pero vino la crisis y vimos que nuestro futuro no estaba allí», detalla. Ambos tomaron la decisión de emigrar y en un principio pensaron en Noruega, pero una cosa es ponerse a aprender alemán y otra bien distinta probar suerte con el noruego. «Conseguí un trabajo en el Círculo Polar Ártico, pero al final decidimos irnos a Austria, concretamente a Wolfurt, su pueblo natal», explica.

De la óptica a una fábrica

E aquí donde comienza un periplo que impresiona. «Llegué sin saber nada de alemán. Era menos que un niño de 4 años, no podía expresarme, ni contar un chiste», asegura. No obstante, los dos consiguieron empleo pronto. En su caso fue directamente a una fábrica, obligado a realizar un trabajo para el que estaba sobrecualificado. «Conseguí un puesto en una línea de producción de la empresa Tribonic. Pasé de optometrista en mi consulta a verme con un trabajo muy básico donde repetía 4.000 veces el mismo proceso durante una jornada de 8 horas seguidas», afirma.

«Intenté optimizar el trabajo y ya que estaba allí divertirme y sacar algo positivo, así que ideé un método para producir más y cansarme menos. Producía el doble que un trabajador y hasta me dieron una bonificación por productividad», señala Marcos. Para él la experiencia tuvo luces y sombras, pero verse en esta situación le permitió cambiar el chip. «Fue una gran experiencia, empezar desde la nada me hizo resetear», reconoce.

A medida que iba aprendiendo el idioma y medrando en la compañía comprendió que era el momento de dar un paso más y volvió a tomar una decisión arriesgada. «Tenía un puesto garantizado pero apareció otra empresa que se llama Spectra Physics. Estaban buscando gente que supiera algo de óptica y física para hacer láseres para operaciones oculares. Era algo más relacionado con lo que estudié, entonces me decidí a probar», explica el silledense.

El gusanillo de la física

El nivel de exigencia era mayor, con un lenguaje más técnico y responsabilidades más grandes. Un salto que de inicio pensó que era insalvable. «El primer día cuando vi que me costaba mucho entender lo que me contaban llamé llorando a mi mujer diciéndole que no podía hacerlo, pero con el tiempo me fui haciendo con el sitio y descubrí que volvía a sentir la curiosidad por aprender de nuevo», comenta.

Fue en este momento cuando la idea de hacer una carrera para progresar en el mundo de la física y las matemáticas empezó a materializarse. «Un día hablando con mi mujer me aconsejó que en Suiza había una especie de ingeniería relacionada con la óptica. Cómo me voy a meter con eso y aparte en alemán?”, pensé, pero me fui animando y como quien no quiere la cosa vimos que había la posibilidad de hacerlo». Tenía sobre la mesa dos opciones, una excedencia parcial para compaginar el trabajo y los estudios u otra a tiempo completo cobrando el paro. Sin embargo, en un nuevo giro de los acontecimientos tomó la decisión de dejar su puesto y centrarse única y exclusivamente en la carrera. «Al acabar el estudio acordamos que me despedía y mis jefes se quedaron a cuadros. Me decían que si no funcionaba podía perder el empleo pero les dije: no risk, no fun” (sin riesgo no hay diversión)».

Carrera y máster en Suiza

Marcos se matriculó con 43 años en el OST, la Universidad Técnica de Buchs (Suiza), en los estudios de Técnico de sistemas con especialidad en fotónica. «Antes de comenzar el curso nos ofrecieron unas clases de refresco en matemáticas y física. Desde los 22 no estudiaba algo así, nunca tuve tanto dolor de cabeza como en el primer semestre. Eran 8 horas de clases y en alemán, lo que me requería una concentración enorme», recuerda.

Fueron tres años de sacrificio y esfuerzo, pero tuvo su recompensa. Tan bien le fue que se animó a dar otro pasito. «No tenía pensado ponerme a hacer un máster, la carrera era suficiente, pero con el coronavirus las empresas de mi sector estaban paradas porque producen mucho para China y el sudeste asiático. Uno de los profesores me dijo que podía hacer un máster y trabajar en el instituto técnico al 50 %. Aunque era la mitad del sueldo, en Suiza eso es mucho, y como sería online me podía ahorrar el desplazamiento a Zúrich», explica.

De este modo se embarcó en una nueva misión, aunque ahora sería en inglés. Este año terminó el máster y comenzó a trabajar en el Instituto de Microtecnología y Fotónicas de la OST. Con 49 podría ser el final perfecto, pero no parece que vaya a seguir este camino. «Tengo contrato indefinido pero en el instituto quieren completar las plazas con estudiantes. En principio lo voy a dejar, quiero probar cosas nuevas», reitera.

«Necesitaba 4 horas para leer un texto de media hora»

El periplo de Marcos en Austria y Suiza no fue nada da fácil, aunque las empresas en los que estaba le facilitaron el aprendizaje del alemán, este idioma es muy enrevesado. «La dificultad del alemán es que muy poca gente usa el estándar, en cada zona tienen su dialecto y prácticamente son otro idioma», explica. Además, se complica en su área de trabajo, empleando un vocabulario complejo. «Es un lenguaje muy técnico, un texto de media hora yo necesitaba 4 horas para leerlo. También fueron duros los primeros exámenes. Me ponía tan nervioso que no era capaz ni de escribir», recuerda.

A pesar de todas estas dificultades no tiró la toalla, demostrando no tener miedo a lo desconocido. «No era un cambio fácil, pero trabajando de óptico acabé hasta las narices y volver a tener ilusión por aprender fue como una mecha, un punto de inflexión», reflexiona. En este aspecto considera que la edad no supone ninguna traba, animando a que la gente no se frene por esta circunstancia. «La gente piensa que no tiene edad pata hacer estas cosas, pero todo el mundo la tiene. Ahora trabajo con gente de 24 años y no hay ningún problema, ya se han acostumbrado al loco gallego de la barba blanca», asegura.

Eso sí, este vecino de Silleda reconoce que se dieron ciertos momentos extraños que llevó con la máxima naturalidad posible. «Fue un poco raro porque era el mayor de clase y extranjero. En la graduación nos preguntaron a mí y a mi mujer que de quién eramos los padres» (ríe).