«Dejé un buen trabajo en Londres para ayudar 11 años en la India»

ALEJANDRA CEBALLOS

COOPERANTES

María Bodelón pasó de ser mánager en una multinacional en Londres a poner su granito de arena en la India. Allí fundó una asociación para que los niños más pobres puedan asistir a la escuela

15 sep 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Hay momentos en la vida que marcan un antes y un después, aunque a veces no podamos ni siquiera sospecharlo. En el caso de María Bodelón (A Coruña, 1977) fue un viaje por el mundo. Más específicamente, su llegada a Varanasi, una ciudad al norte de la India, conocida por ser un lugar de peregrinación a orillas del Ganges.

De niña, María no se hubiera imaginado que la India sería su destino, aunque sí fue muy viajera desde joven. Al terminar el colegio, estudió Filología Inglesa y en medio de la carrera se fue a Inglaterra para practicar el idioma que estaba aprendiendo. Londres le gustó tanto que más tarde se fue de Erasmus y posteriormente hizo un máster allí. Sin intenciones, sumó más de diez años en la capital inglesa, alternando con ciudades de Estados Unidos, Atenas y siguió viajando por el mundo.

Estando en Londres empezó a trabajar en una empresa muy grande, pero se dio cuenta de que ese no era su lugar. «Me colegié como contable, trabajaba en una multinacional y muy joven llegué a ser mánager. Pero estando allí dije: ‘¿Y ahora qué?’. Me di cuenta de que no me compensaba. Tenía mucha presión y nada de tiempo para mí», narra.

María había alcanzado el sueño de muchos, pero ella quería algo más. «Llegado ese punto dije: ‘Esto no es para mí’, así que pedí un año sabático para hacer un máster en Cooperación Internacional», relata. Y allí, sin saber mucho qué le depararía la vida, comenzó el cambio de rumbo. Se matriculó en el IDS de Brighton (Instituto de Estudios para el Desarrollo, por sus siglas en inglés) y se adentró en el mundo de la cooperación internacional. Aunque también decidió que no trabajaría para las grandes oenegés del mundo.

El comienzo del viaje

Al terminar el máster, como si la vida le estuviera dando un mensaje, su empresa fue trasladada a Rumanía, así que le dieron una compensación económica que María utilizó para viajar durante ocho meses por el mundo mientras decidía cuál sería su siguiente paso. Visitó China, Egipto, Jordania, Siria, Nepal, sudeste asiático y la India. Y, siendo muy impresionantes todos los países, la India y, específicamente Varanasi, le robaron el corazón.

«Yo ya tenía el transporte comprado a todos los lugares a los que iba a ir, pero el día que tenía que irme a Calcuta en tren, estaba llorando por dejar la ciudad que me había cautivado, así que al final decidí bajarme. Y así estuve cerca de seis semanas en Varanasi (yendo y viniendo a otras ciudades, claro)», relata María.

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A pesar de haberse enamorado de esta ciudad, todavía no sabía que terminaría viviendo allí. Culminó su viaje, se encontró con su hermana en China y regresó a A Coruña. Pasó unos meses en su ciudad natal mientras decidía qué haría con su vida. «En medio de eso, un amigo me dijo que quería fundar una ONG y como yo había hecho el máster, me dijo que colaborase con él», explica María. La idea de su amigo era ayudar en otros proyectos que ya existían, principalmente en África, pero también la impulsó a buscar algo en la India, por lo mucho que le había gustado.

El proyecto con su amigo no prosperó, pero María quedó con la ilusión de colaborar con una ONG de Varanasi. Así que empezó a contactar con compañeros de su máster, a preguntarse verdaderamente cómo funciona una fundación, de dónde vienen los fondos, y se embarcó en un viaje en busca de su nuevo proyecto.

«Contacté con algunas oenegés allí y, aunque no trabajé con ellas, sí me ayudaron a encontrar las primeras familias y a entrevistarlas para ver sus necesidades», relata María. Sin embargo, no estaban en la misma sintonía. Las familias esperaban que les ayudasen con la dote para poder casar a las hijas, o con dinero para construir sus casas. María insistió y logró coincidir con ellos en que una forma de ayudarlos sería que los niños pudieran estudiar.

Los más pobres de la India no pueden ir a la escuela y en lugar de eso recogen chatarra o plástico para venderlo. «Empecé con 18 niños. Contraté a una chica que me traducía del hindi al inglés, contratamos a un profesor para preparar a los niños para ir a la escuela el siguiente curso, y regresé a A Coruña con la intención de conseguir que mis familiares y amigos apadrinaran a alguno de los chicos», relata. La siguiente vez que fue a Varanasi, María sabía que se quedaría por una larga temporada. «La cultura era tan diferente y misteriosa que me robó el corazón. Siempre me sentí como en casa», relata. Así que alquiló un local para tener una tienda que garantizara sus ingresos mientras podía hacer de la Asociación su trabajo. Así nació Semilla para el Cambio hace 14 años.

Pero, a pesar de estar cumpliendo su propósito, adaptarse fue complejo. «Me costó muchísimo aprender el hindi, como 3 o 4 años, y nunca lo hablé con tanta fluidez como el inglés. Además, la India es muy diferente, parece caótico, hay vacas sueltas por las calles. En las tiendas atienden a todos a la vez, entonces te da la sensación de que nunca terminan», narra. «También el ruido me costó mucho. Ellos tienen la filosofía de dejar todo fluir, pero hay una delgada línea entre eso y el respeto. Entonces nadie te dice nada, si escuchas música a todo volumen… Al principio incluso tomaba pastillas para dormir porque era imposible, pero luego me mudé de barrio y mejoró», continúa.

Por lo demás, todo fluyó. Rápidamente consiguió alianzas con más organizaciones para capacitar a las mujeres sobre salud reproductiva y para que un médico viera de forma rutinaria a los niños. «Es muy común que se mueran por diarreas o fallos multiorgánicos, de cosas que no se morirían aquí», explica.

Las primeras veces que regresó a Europa, fue complejo, pero luego se adaptó. Pasaba aquí 3 o 4 meses por año. «Creo que alguna vez vine para Navidad y vi todo el derroche. Estaba en shock, diciendo que cómo íbamos a gastar todo eso. Pero luego entendí que por mucho que nosotros no gastemos aquí, no vamos a mejorar la vida de los niños allí», reflexiona. «Aprendes a no dramatizar la pobreza. Sabes que es su realidad, que es dura, pero tratas de echarles una mano de otra manera», dice.

Vivió 11 años en Varanasi. Se enamoró, tuvo una hija, y la Asociación creció tanto que actualmente tiene 27 colaboradores y apadrina a 300 niños en condiciones de vulnerabilidad. Este año, cuatro de los que empezaron el programa pionero ingresarán en la universidad.

Hoy, María vive en A Coruña, aunque sigue a cargo del proyecto. De sus años por la India le quedan grandes aprendizajes, «como ser más paciente o no querer controlarlo todo. Aquí tenemos la falsa sensación de que por tener todo más cuadriculado podemos evitar que las cosas pasen, pero no es así. Hay cosas que no podemos evitar, como la muerte o las enfermedades y simplemente nos frustramos mucho más», reflexiona.

También aprendió a ver la vida con otros ojos. «Allí están menos centrados en producir, hay espacio para las emociones. Por ejemplo, allí, si alguien se muere, hay cerca de 15 días de rituales para vivir el duelo. Aquí, en cambio, en 24 horas ya tienes que volver a trabajar con ese vacío que te queda. Me da la sensación de que hay más humanidad allí», concluye.