Manolo y Máxima: «Pensamos que el terremoto del año 1970 era 'a fin do mundo'»

Melissa Rodríguez
melissa rodríguez CARBALLO / LA VOZ

AMÉRICA

ANA GARCÍA

Testimonios de la emigración masiva a Chimbote desde Malpica a mediados del siglo pasado | Él se marchó al Pacífico, conoció a la peruana y regresaron de la mano

04 sep 2023 . Actualizado a las 00:20 h.

A mediados del pasado siglo, centenares de malpicáns emigraron a Chimbote, ciudad de Perú, para trabajar en la pesca de la anchoveta, destinada a la elaboración de harina de pescado. Fueron los extranjeros los que potenciaron este sector hasta convertirlo en referente mundial. Los primeros en dirigirse a la costa del Pacífico lo hicieron incluso para huir de la represión franquista. Lanchas como San Adrián, Rocío o Ciudad de Montevideo quedaron en el recuerdo para la historia. Muchas de aquellas personas fallecieron. Hoy abundan los descendientes retornados, pero que llevan escrito en el DNI lo que fue una parte de su vida.

Manuel Verdes Chico, Manolo, es de los últimos testimonios que quedan de aquel éxodo masivo desde la localidad de la Costa da Morte. Tiene 86 años y vive en el barrio de A Atalaia con su mujer, la peruana Máxima Zúñiga López, de 78. Se conocieron en la urbe portuaria del departamento de Áncash apenas unos años después de que el malpicán pusiera un pie en América del Sur. «No ano 1962 reclamoume unha das dúas irmás que tiña alá. Antes estiveran en Montevideo, como moita xente. Eu aquí aínda ganaba ben, pero todo o mundo marchaba, e fun tamén, xa cun contrato de traballo», recuerda.

Resultaron años de bonanza. «Xa case había máis xente de Malpica polas rúas que do Perú. Andabamos como por aquí, coñeciámonos todos», relata Manolo. Se refiere, sobre todo, a la zona del paseo marítimo del Malecón, donde vivían. Por allí estaba situado el Casino que, fundado por la colonia española, sirvió de punto de reunión para los extranjeros. «Tamén había xente de Vigo, de Caión... Naquel tempo seriamos uns 500 galegos, sobre todo, de Malpica», estima. De esos años, Verdes Chico se queda con la comida peruana, «moi rica e barata», y con el clima: «Nos case 11 anos que estiven alí, non choveu nin un só día. O mar era calmo, non como aquí», describe.

ANA GARCÍA

Con un pantalón corto, «nada de roupa de augas», matiza, las embarcaciones en las que faenaba (en una de ellas llegó a ser incluso patrón), cargaban «máis de cen toneladas de anchoveta». Integraban la tripulación una decena de hombres. «Había moita maquinaria», apunta. «Sempre me trataron moi ben», asegura el malpicán, que hace la misma aclaración respecto a la acogida que tuvo su mujer ya en Malpica. «El cheiro a pescado recorría la ciudad», expresa Máxima. Había industria siderúrgica, de carbón, «hasta se exportaban los excrementos de las gaviotas para abono», cuenta. Aunque entiende a la perfección el gallego y ha introducido en su habla algunas palabras, nunca abandonó su lengua natal.

Pero el terremoto del año 1970, el mayor experimentado en el país, lo cambió todo. «Pensamos que era a fin do mundo», dice la originaria llevándose las manos a la cabeza. Con una magnitud de casi 8 en la escala de Richter, dejó miles de muertos, sobre todo en algunos pueblos que quedaron enterrados. Este matrimonio recuerda a la perfección los detalles. Eran las tres y media de la tarde. Máxima estaba en el mercado central con una sobrina, de compras. «Empezó a abrirse el suelo, a derrumbarse las casas». Por suerte, a su vivienda, de alquiler, no le pasó nada. No obstante, echaron tres meses durmiendo en la calle en tiendas de campaña debido a las réplicas, que fueron «peores, incluso», trasladan. La colonia española resistió a la sacudida y Manolo y Máxima no perdieron a ningún familiar o conocido, aunque sí tuvieron heridos cercanos «sen un brazo ou unha perna».

Este desastre natural avivó el retroceso en Chimbote: «Fue el golpe de Estado militar y vino la Corriente del Niño. Se nacionalizó la pesca, no había anchoveta, y los extranjeros se marcharon». Así, en 1973, Manolo y Máxima pusieron rumbo a Malpica con su hija, que ahora tiene 55 años y vive en A Coruña. El cambio fue grande para Zúñiga López. «Cuando vi a una señora cargando alimentos en la cabeza me extrañó tratándose de Europa. Lo que más me llamó la atención era lo pequeñita que era Malpica, las calles... Me ahogaba», recuerda. Sin embargo, se adaptó a los temporales e incluso llegó a ser redera. En Chimbote ejerció de ama de casa. «Nunca máis volvemos», dicen. «Veu xente de alí» y Máxima se sintió como en casa. En eso le ayudó la comida, marcada por los pescados. De España se queda con la Seguridad Social y, sobre todo, la sanidad pública.

Los dos integran desde hace tiempo el Fogar dos Pensionistas de Malpica y piden mejoras para A Atalaia.