A Ana Laura

28 de abril de 2017. Actualizado a las 08:36 h. 0

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Cuando era muy jovencita conocí  a Ana Laura, una señora gallega, cuya hija, era mi vecina.

Por mucho tiempo estuve en contacto con ella hasta que me mude de aquel Barrio, y recuerdo su charla y con cuanto amor me mostraba su tierra, su Galicia de donde se había ido con su madre siendo una adolescente. Un día se me ocurrió escribir aquello que viví con ella ya que pude palpar su verde Galicia, sus montañas y su olor a mar.

 

Eran días calurosos de diciembre en Salto, faltaba el aire, y como todos los días la veía pasar cargando bolsas con bizcochos y mermeladas hechas por sus propias manos. Era tanto lo que extraña a su querida Galicia que cocinaba aquellos platos típicos de allí sin darse cuenta que ya no estaba en España, que las costumbres eran otras. ¿Pero quién podría prohibirle hacerlo?, si era lo que la mantenía conectada a sus recuerdos, a sus sabores, a sus olores de su infancia en Galicia.

Hablaba bajo, suave, como contando un cuento y así me mostraba su tierra, su aldea, su infancia, sus costumbres. Se le notaba el tono de voz a veces cortado por la nostalgia, por los recuerdos, por “la morriña”. Yo era muy jovencita, pero percibía aquel cambio en su voz y la humedad en sus ojos.

Íbamos del brazo, yo la acompañaba de regreso a su casa, cuando caía el sol ya que coincidía con la hora de ir al supermercado, éramos cómplices de aquel horario, a ella le gustaba contarme historias mientras caminábamos y yo la escuchaba atenta. Tenía un lenguaje muy fino, un castellano muy bien hablado y a veces me cantaba alguna canción en gallego.

Teníamos casi la misma estatura solo que ella llevaba a cuestas sus 70 años y yo mis jóvenes 15. Era delgadita, recuerdo al tomarla del brazo, que eran brazos muy iguales porque también los míos eran delgados. Era una mujer pulcra, siempre con su cabello recogido y una piel muy fina.

Su recorrido diario era para acercarle a su hija, cosas ricas, caseras, pero más que nada una excusa para ver a su nieto, un bebe hermoso. Luisa, su hija estaba casada y vivía al lado de la casa de mi prima, sobre la avenida.

Luisa era su única hija, alta, linda, también con un muy buen castellano, era maestra, pero no ejercía, cuidaba de su hijo y de su marido, un hombre raro, mal humorado y muy estricto, tanto es así, que Ana Laura venia después de comer, una vez que él ya había regresado a su trabajo. Seguramente tampoco con ella era amigable, siendo que daban ganas de quedarse horas y horas escuchándola, con la dulzura con que contaba las cosas. ¡Me hubiese gustado conocer Galicia!!, pensaba aquella muchachita que era yo.

La escuche muchas veces cantar el arrorró a su nieto y decía: “arrorró meu neno”, hoy lo recuerdo, le estaba cantando en gallego!, porque la vida me trajo a Galicia, a la Galicia de Ana Laura.

Y cuando veo sus montañas salpicadas de casitas y el verde del que ella me hablaba, el olor al mar! ¡No puedo no recordarla!... y como me hubiese gustado caminar hoy por estas tierras de su brazo, bajo el suave sol de Galicia, de la Galicia de Ana Laura.

 

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