Cuando los gallegos llegaban a su Suiza en vagones como ganado

SUIZA

Mila Méndez

Entre 1951 y 1975 muchos españoles se marcharon a otros países de Europa. Casi medio millón de ellos eran gallegos que eligieron, sobre todo, Suiza y Alemania

31 mar 2018 . Actualizado a las 15:44 h.

SEGUNDA OLEADA: TRAS LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

Suelta un «Ooh la lá» y un «voilà». Y sorprende con la lectura del día. No perdona una semana sin sus revistas, sobre la mesita del salón tiene la última ¡Hola!. Paquita Nosal (Ponteareas, 1936), vecina de la ginebrina calle Servette, llegó con la primera oleada de inmigrantes gallegos a la Confederación Suiza. Era noviembre de 1959 cuando puso por primera vez un pie en el país. «Non había moitos galegos aquí», dice. La emigración era entonces bien distinta. «Cando baixei do tren e mirei toda esa cantidade de xente, vagóns e vagóns enteiros, moitos choraban porque non había marcha atrás. Non era como agora». Han pasado casi 60 años. Se le cuelan palabras en castellano y en francés, pero está encantada de recuperar el gallego de su infancia. «O día máis triste da miña vida foi cando me cruñaron o pasaporte. Eu tampouco podía volver». La mayoría había ahorrado para el viaje de ida, pero no para el de vuelta. Solo cuando recuerda aquellos difíciles días se pone seria.

Paquita tenía 22 años. Era la primera vez que salía de su pueblo, y de Galicia. Cogió un tren a vapor infernal que tardó días en alcanzar Ginebra. La gare, como dice, la estación, era el punto de llegada para los gallegos. De ahí se dispersaban por el resto del país, sobre todo para las factorías del este. Ella se quedó en la ciudad. Venía para trabajar en una casa. «Tuve mucha suerte», afirma. «Tratábannos como bestias. Non entendías nada e mirábante coma se foses doutro mundo». Se refiere a los controles médicos en plena estación. Si alguno tenía una dolencia, como una mancha en el pulmón, muy frecuente por las bronquitis, era expulsado. Por eso, en los momentos de permiso, junto a una enfermera zaragozana y a otro amigo que tenía coche, viajaban a la ciudad fronteriza de Bellegarde, en Francia, para ayudarlos a cruzar a Suiza por otros puntos.

Una suiza más

Nunca lo hubiera apostado al principio, pero Suiza la trató muy bien. Allí se casó con un abogado francés e hizo su vida. «Son unha suiza máis», asegura. Tal vez por eso, como una forma de devolverle el favor al destino, se dedicó a ayudar a «su» emigración gallega. «Íamos tódolos días á estación», cuenta. Y continúa: «Sudamos moito para integrarnos».

Cuando sueña, se acuerda de su casa. Sobre todo, de su abuela. «Unha muller de campo, tan boa. Aquí a xente non é tan solidaria, non se axudan tanto como alí». Tiene un hijo y dos nietos pequeños, bautizados, por su puesto, en la iglesia de su parroquia pontevedresa. Sus padres «xa non están», pero viene cuando puede a visitar a su hermana. Hoy, confiesa, «son máis estranxeira no meu país que en Suiza, a miña segunda patria». La Galicia de ahora, añade, tampoco es la misma que la que ella dejó atrás.