Españoles en Austria: «Entre los que llegan graves al hospital escogen quién vive y quién muere»

María Viñas Sanmartín
maría viñas REDACCIÓN / LA VOZ

EUROPA

Una céntrica calle de Viena, prácticamente vacía por el confinamiento
Una céntrica calle de Viena, prácticamente vacía por el confinamiento LEONHARD FOEGER

Cuentan cómo viven el repunte de casos y el confinamiento, más laxo de lo que se había anunciado

23 nov 2021 . Actualizado a las 20:52 h.

El ritmo creciente de contagios de coronavirus en Austria deja al país centroeuropeo con una inédita tasa a 14 días que ayer superaba los 1.900 casos por cada cien mil habitantes (1.100 a siete días). Los marcadores de la pandemia están tan disparados que, tras agotar el resto de opciones, el Gobierno empezó la semana pasada a incumplir sus promesas.

Después de garantizar a los ciudadanos que no volverían a pasar por un nuevo confinamiento, el viernes se decretó un encierro que, en teoría, obliga a todos los austríacos a quedarse en casa desde ayer y durante al menos diez días (prorrogable otros diez), salvo razones justificadas que, en la práctica, abren un amplio abanico que permite desde ir a clase y a trabajar, hasta irse de fin de semana, salir de paseo o ir a entrenar. Además, el Ejecutivo, que siempre había defendido que la inyección contra el covid nunca sería obligatoria, advirtió el pasado jueves que a partir del 2 de febrero absolutamente todos los ciudadanos tendrán que estar vacunados.

El cuarto confinamiento austríaco arrancó ayer con récord de nuevos contagios -13.806, máximo para un lunes- y colas para vacunarse, pero con más tibieza que histeria, y eso que el panorama del fin de semana (mercadillos navideños atiborrados de gente sin mascarilla y una masiva manifestación contra la inmunización forzosa en la que las medidas de prevención y la distancia de seguridad brillaron por su ausencia) anticipa, además, que el pico de esta ola todavía está lejos. 

David González, futbolista de Ribeira en Steyr.
David González, futbolista de Ribeira en Steyr.

David González: «La gente ya está muy quemada»

Habla David González (Ribeira, 1997), centrocampista del Austria SK Vorwärts Steyr, de hartazgo general, de muchos meses de pandemia, de cansancio a la hora de encarar un nuevo confinamiento por ser ya varias las veces que el Gobierno ha pedido a los ciudadanos que se queden en casa. Su vida, sin embargo, apenas ha variado con respecto a la semana pasada: «Podemos salir, vamos por la mañana a entrenar, comemos y por la tarde volvemos a entrenar», explica.

Aunque admite que el incremento de casos es engorroso, porque les supone hacerse pruebas constantemente, comenta que a su alrededor apenas percibe miedo. Dice que la gente ya está acostumbrada, que lleva mucho tiempo viviendo con el virus. Sin embargo, él, que lleva ya casi año y medio en Steyr, una pequeña ciudad a dos horas de Viena, asegura comprender los pasos que están siguiendo las autoridades: «Hay mucha gente sin vacunar, del equipo hay bastantes, sobre todo extranjeros, de la antigua Yugoslavia, que no están seguros de los efectos de la inyección, que tienen miedo a la reacción». «Creo que esto no se terminará hasta que no nos vacunemos todos», zanja. 

Ignacio Martínez, director del Instituto Cervantes en Viena.
Ignacio Martínez, director del Instituto Cervantes en Viena.

Ignacio Martínez: «Quedarse en casa es una recomendación, no una obligación»

Ignacio Martínez Castignani (Barcelona, 1972) es director del Instituto Cervantes en Viena desde hace dos años. Desde su perspectiva de jurista reconoce que el de la imposición de la vacuna -dónde acaba el derecho colectivo y empieza el individual- es un debate complicado al que están dándole vueltas los constitucionalistas austríacos. «Por eso hasta febrero no se estableció la vacunación obligatoria», resuelve. Prefiere ceñirse a los datos. «Cada semana se están contagiado unas 15.000 personas y hay casi un 40 % de la población que no se ha vacunado -subraya- Es una situación preocupante que, en un período invernal y con la variante delta plus, está impidiendo que se apague la pandemia».

La prueba está en las ucis. «En Salzburgo ya no quedan camas libres y en Viena, muy pocas -lamenta-. Y ya se están produciendo triajes entre las personas que llegan contagiadas al hospital con problemas severos. Están escogiendo quién vive y quién muere». Opina que, ante este nivel de colapso, quizá el Gobierno no está tomando medidas lo suficientemente duras, porque aunque se han cerrado negocios, quedarse en casa «no es una obligación», es «una recomendación». Sin embargo, las restricciones decretadas (principalmente el cierre de negocios no esenciales y la imposición del pinchazo) ha provocado una gran agitación social entre los negacionistas. El sábado, miles de personas contrarias a las decisiones del Ejecutivo se echaron a la calle sin mascarilla en la capital austriaca, lo que sumado a la cantidad de gente que durante todo el fin de semana acudió a los mercadillos, a rebosar, se traducirá en los próximos días en miles de contagios más.

¿A qué se debe este rechazo tan alto a la vacuna? «Es una posición política, existencial, por decirlo de alguna manera -reflexiona Martínez Castignani-. Los negacionistas no son personas que no estén informadas, sin criterio; hay que tener en cuenta que unos tres millones de austríacos consideran que esto es un engaño, que se les está obligando a hacer algo que tienen el derecho a no hacer si no lo desean. No estamos hablando de ciudadanos todos ellos manipulables por partidos políticos populistas, que los hay, sino de personas que están convencidas de que tienen un derecho individual a no vacunarse». 

La posición desafiante ante la obligatoriedad de la inyección es, curiosamente, mucho más común en los países del centro y el norte de Europa que en los del sur. Martínez lo achaca a un componente cultural. «El componente familiar está mucho más arraigado en España, Italia o Portugal, el concepto de comunidad, la protección de los nuestros», argumenta.

Priscila Díaz, dependienta en una tienda del aeropuerto.
Priscila Díaz, dependienta en una tienda del aeropuerto.

Priscila Díaz: «Este confinamiento es un poco de risa»

Coincide con Martínez Castignani Priscila Díaz (Sabadell, 1978), que lleva 13 años viviendo en Viena y trabaja en una tienda de suvenires del aeropuerto: «Este confinamiento es un poco de risa, sinceramente, porque los colegios están abiertos, se puede ir a trabajar y a pasear. ¿Quién se va a quedar en casa? El que se queda, lo hace porque quiere, no porque le obliguen».

Ella es, además, una de esas personas a las que, por su modo de vida, no nota mucha diferencia entre un confinamiento no demasiado estricto y la ausencia de restricciones: además de trabajar en la terminal vienesa, da clases de español online y vive en la montaña, en una casa con jardín. No va mucho a la ciudad. Pero sus amigas que viven en el centro le han contado, dice, que se ve mucha gente por la calle, en el metro. ¿No hay control policial? Lo hay, corrobora, pero uno puede decir que ha salido a pasear o que vuelve de hacer la compra, desvela. Una picaresca que en España era imposible en marzo del 2020. «Controlan, sí, pero en realidad no restringen mucho, y la gente está cansada de estar en casa, no hace mucho caso». ¿Y no hay miedo? Lo hay, pero sobre todo a los están sin vacunar y van sin mascarilla, confiesa. Y son «muchos». «Lo que yo percibo es que la gente no quiere meterse química en el cuerpo porque cree que le va a afectar a otras cosas, lo ve perjudicial, especialmente hay un miedo grande a que afecte a la fertilidad -razona Díaz-. Y no son pocos los convencidos de que la medicina alternativa puede curar los síntomas del coronavirus».  

 Jorge Borreguero, de beca Erasmus en Viena.
Jorge Borreguero, de beca Erasmus en Viena.

Jorge Boreguero: «Para entrar en las discotecas nos pedían la vacuna y PCR, pero dentro estaban llenas»

Jorge Borreguero Sanmartín (Nigrán, 2000) lleva desde el 1 de septiembre de Erasmus en Viena, por lo que por experiencia propia sabe lo que es el encierro estricto; lo vivió en España. En Austria, sin embargo, les dejan «salir a pasear, seguir entrenando cada semana, ir al campus universitario». «Aunque no podemos reunirnos con grupos grandes, sí se nos permite quedar con gente -explica-. Y los exámenes, las clases prácticas y las presentaciones siguen siendo presenciales».

El futuro ingeniero de Telecomunicaciones, que para este fin de semana tiene programado un viaje a Praga que «sigue en pie», revela que a solo dos días del cerrojazo las discotecas estaban a reventar. «El control se incrementó en los accesos, nos pedían vacuna y además PCR, pero dentro estaban llenas».