«Recorreré Australia en bicicleta para financiar investigaciones médicas»

mar gil OURENSE / LA VOZ

EUROPA

Por cada kilómetro que realice Arturo Guede se destinará un euro al estudio de enfermedades cardíacas

26 dic 2017 . Actualizado a las 20:37 h.

Concibe la vida como un rompecabezas en la que cada decisión, acertada o no, es una pieza. Se llama Arturo Guede Seara y se define como «un chico tranquilo, pero inquieto, de 28 años». Desde París, bien lejos de su Allariz natal, ha visto crecer su primer libro, Triatlón con salud.

Lo presentó esta primavera en la Feria del Libro de la villa y corte y es ya una referencia para quienes quieren afrontar esta dura modalidad deportiva sin quemar las naves de la salud. Desde la prevención y el disfrute de la actividad, propone cuestiones de interés para cualquier triatleta como la nutrición y la hidratación, el entrenamiento funcional y fuerza y la recuperación.

Arturo Guede es fisioterapeuta y osteópata, además de baloncestista desde la infancia. Precisamente su especialización en fisioterapia deportiva le ha permitido cumplir un sueño: trabajar cuatro temporadas con la cantera del Real Madrid. Para mantenerse en forma en la capital española apostó por practicar otro deporte que considera «más completo y duro: el triatlón. No sé cómo saqué tiempo pero, como amante de los retos y lo extremo, a los siete meses terminaba en Suiza un Ironman, una de las pruebas más exigentes del mundo. A fecha de hoy, ya llevo tres».

En lo profesional, su siguiente reto tras la etapa de Madrid -allí montó una clínica con un amigo y colaboró en revistas deportivas especializadas-, fue París. «Imagino las decisiones que tomo, acertadas o no, como piezas de un puzle que van encajando para, finalmente, dar sentido a mi vida según mi criterio ?justifica Guede-. Por eso, pese al desacuerdo y advertencia de muchos, decidí dejarlo todo y me despedí de Madrid. Llevaba tiempo queriendo vivir en el extranjero, pero las esposas que me ataban a Madrid eran muy fuertes. Actualmente, trabajo en París como fisioterapeuta, pero sigo estrechamente vinculado a la que considero mi segunda casa».

La capital francesa, asegura, «me tiene maravillado pero, como culo inquieto que soy, ya estoy pensando en la siguiente etapa. Me han concedido una visa de trabajo para Australia y en junio del año que viene empezará la aventura».

Será una apuesta vital más allá de la fisioterapia y el deporte: «Desde un voluntariado que realicé en el Sáhara durante mi último año de carrera, intento trabajar y desarrollar mi conciencia social -explica-. Por ello, estoy desarrollando un proyecto sin ánimo de lucro. Consiste en recorrer con la bicicleta durante seis meses el país australiano -la extensión de Europa sin contar Rusia- y, por cada kilómetro registrado en mi GPS a lo largo de las diferentes rutas, cada persona podrá donar un único euro. Tú decides cuántos kilómetros ‘recorres’ conmigo».

El importe íntegro que se recaude se destinará a una asociación dedicada al estudio de las enfermedades cardíacas: «En estos momentos estoy buscando el patrocinio de empresas comprometidas para poder dar pedales por una buena causa, ¡y sin arruinarme!, en uno de los países más caros del mundo. Además, estoy escribiendo mi segundo libro, del que el 50 % de los ingresos percibidos irán destinados a esta causa».

«Espero -apunta como colofón- que, poco a poco, las piezas del puzle sigan encajando».

De Allariz al Kilimanjaro

Lleva tatuado en un pie el nombre de Allariz -«algo que me genera orgullo y morriña a partes iguales»-, aunque se considera «un ciudadano del mundo». No hace mucho cumplió en África, junto a su hermano, el sueño infantil de ser explorador, forjado con los documentales de La 2: «En Zambia nos dimos un chapuzón en la ‘piscina de la muerte’ de las cataratas Victoria, coronamos en Tanzania el Kilimanjaro, visitamos el Serengueti y vimos el legado de Jean Godall con ‘sus’ chimpancés. En Zanzíbar dimos de comer a tortugas de más de 200 años y nadamos en medio del océano con delfines». La pregunta, dice el deportista alaricano, fue inevitable: «¿Me había convertido en aquel explorador que soñaba o había vuelto a ser ese niño?».