Veinte años de éxodo, éxito y doble retorno desde Fuerteventura

Santiago Garrido Rial
s. g. rial CARBALLO / LA VOZ

ESPAÑA EMIGRACIÓN

BASILIO BELLO

En el 2000 llegaron a esa isla canaria miles de trabajadores gallegos, que retornaron con la crisis del 2008; la pandemia acelerará otro retorno que se prevé más intenso

19 oct 2020 . Actualizado a las 17:28 h.

Para miles de gallegos, pocos lugares se prestan tanto para un juego de palabras rápido y certero como la isla de Fuerteventura: sí, fue una gran, una fuerte ventura. En la construcción y la hostelería, por supuesto, pero también en los servicios y otras profesiones por las que se fueron encauzando. Una especie de Suiza (o las llamadas Américas de antaño) en pequeño, pero en mucho menos tiempo, y sobre una extensión más o menos similar a la Costa da Morte (y hasta en población residente), comarca esta que nutrió los seis municipios de la isla majorera, aunque llegaron residentes de casi toda Galicia.

Hace dos décadas del gran éxodo. No hay una fecha exacta de salida, claro. El 2000 fue el año simbólico, ese momento en el que muchos concellos comienzan a detectar las bajas en sus padrones, pero en algunos lugares las grandes marchas ya habían comenzado dos o tres años antes, y siguieron otros tantos después, hasta que en el bienio 2008-2010 llegó la hora del retorno forzoso, pues la crisis inmobiliaria y económica dejó en la estacada multitud de proyectos.

¿Qué queda de todo aquello? De momento, todavía centenares de familias viviendo en la isla y otras que ya rehicieron su vida aquí o en otras partes. Y cada una tiene su historia, sus circunstancias. Miles de historias en cientos de parroquias. Tres de los cuatro miembros de una de ellas contaron sus impresiones y vivencias esta semana. Son José Novo Fernández, María Jesús Quintáns Sendón y su hija Aida. Todos ellos llevan ahora el restaurante Casa Maroñas, en el municipio de Zas. Una hermana de Aida, curiosamente, regresó a Fuerteventura por trabajo, y allí sigue.

La familia estuvo 15 años, desde 1998. Junto a ellos se sienta Manuel Villanueva, del vecino municipio de Cabana. Fue uno de los pioneros: llegó allí en 1987, cuando la isla no era todavía ni la sombra de lo que llegaría a ser, y que él, carpintero que no paró de trabajar, vería desde el minuto uno, hasta que regresó a Galicia en el 2016, tras un parón intermedio. Como en tantos casos, en unos y otros razones familiares o personales obligaron a la vuelta. Manuel recuerda que se fue a la aventura, a ver qué pasaba, y de casualidad, cuando supo que buscaban carpinteros para una obra. Y enamorado del lugar, se asentó en la capital, en Puerto del Rosario.

Eso es algo que destacan muchos: el lugar, la gente. También el trabajo, en efecto, que es el aspecto principal, porque lo había y se ganaba bien. Pero sin regalar nada, a base de lombo y de horas. «Había soladores [revestidores de suelos] que ganaban 6.000 euros ao mes, e peóns que andaban polos 2.000. E moitos máis, a metro, con moitas horas, cartos así», recuerda Manuel. Las nóminas, según la especialidad, eran muy abultadas (y también se gastaba en consonancia).

 «Nunca tan feliz fun. Traballaba como un burro, si, pero disfrutaba traballando», añade. «Bendita Fuerteventura e a súa xente, do mellor que hai», señala José, también encantado con los majoreros, la forma de vida, el clima... A José, que estaba en la construcción, le pesa un poco que no hubiese unión en general entre los gallegos, o no la que debería. Pero a cambio se hacían grandes amigos. Quedan muchos gallegos todavía en Fuerteventura. Julio Miranda, empresario también de Zas, acaba de cumplir sus 19 años en la isla y ya vio tiempos mejores. La pandemia ha afectado mucho. «Están pechando empresas, porque Fuerteventura depende moito de turistas, e non hai. Marcharon moitos galegos, pero tamén viñeron bastantes», explica.

María José Señarís, de Tordoia, lleva poco más de 20 años allá, lo mismo que su marido, de Carballo. Trabaja en un hotel y asegura que la situación actual es mucho peor que en la crisis anterior. «Hai moitos hoteis pechados, moitos. E o turismo afecta a todo: se non traballas non vas aos comercios. As zonas máis turísticas están mortas», lamenta.

Xurxo Rodríguez, pontevedrés, pasó mucho tiempo en la isla, y dinamizó todo lo que pudo a la colectividad gallega (y a otras) desde la entidad Alexandre Bóveda (el cruceiro que llegó a Puerto del Rosario fue promovido por la asociación) y desde los medios de comunicación.

«La comunidad gallega fue un microcosmos de máxima significación que sirvió de puente al hermanamiento e integración de otras comunidades en la isla, de forma general las latinas y por fuerte ascendencia común la argentina», señala.

El impacto gallego también fue profundo en la vecina y norteña Lanzarote, con tiempos de llegada parecidos, «pero al menos aquí la construcción resiste bien, aunque la hostelería sí está de capa caída», explica Alfonso Ameijeiras, vimiancés, también de los pioneros. Llegó en 1987.

En Fuerteventura aún funcionan muchos locales, sobre todo de hostelería, regentados por gallegos. Pisos en propiedad, familiares que decidieron quedarse... Relaciones tan intensas que hacían de los vuelos a Santiago casi un puente aéreo. Allí resiste todavía una profunda huella forjada en muy poco tiempo.