Intrépidos navegantes de otros tiempos: el bergantín Corcubionés

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ARGENTINA

AQUILES GAREA

CRÓNICAS ATLÁNTICAS | A su mando se encontraba en abril del año 1830 el capitán Ramón Díaz Porrúa

14 nov 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Hubo un tiempo en que la ría de Corcubión era base de veleros e intrépidos marinos que surcaban los mares a bordo de corbetas, bergantines, goletas, quechemarines… Llevaban y traían mercancías y a la vez transportaban desde puntos muy distantes, como Buenos Aires, Montevideo, La Habana, Falmouth, Bremen, Haugesund, Cascais o Puerto Plata, productos difíciles de obtener en la península. Y aprovechaban estos viajes para llevar a paisanos que decidían emigrar a América para buscar una mejor vida. Una era la Corbeta Luna, que salía de Vigo y ofrecía pasaje para Montevideo y Buenos Aires, servicios utilizados por vecinos de la zona. Así, hay constancia del viaje de Juan Bautista Insua Pérez con destino a Buenos Aires en enero de 1860 y que le supuso un desembolso de mil reales de vellón.

Estas embarcaciones, en el mejor de los casos, escasamente sobrepasaban las 300 toneladas, cifra que hoy parece ridícula si la comparamos con las 400.000 toneladas que puede desplazar un petrolero o bulkarrier. Veleros con nombres como Nuestra Señora de la Junquera, Corcubionés, Santo Cristo de Finisterre, Ancares, Unión-Nueva Unión, Luna-Luna Nueva, Sagitario, Ramoncito, Que Dirán de Mí, Camila, Liberto, Nuestra Señora del Carmen, Venus o Los Santos Inocentes San Pedro y San Pablo fueron mandados, entre otros, por los capitanes y pilotos Antonio Abella, Manuel Abella, Santiago Libarona, José Agramunt, Manuel Agramunt, Francisco Recaman Quintana, Ramón Díaz Porrúa, Francisco Díaz Porrúa, Domingo Antonio Merens, José Rodríguez, Manuel Rodríguez, Ramón González, Manuel González, Ramón Rivas, Antonio Leira... Al mando de una de estas embarcaciones, el bergantín Corcubionés, de 71 toneladas de desplazamiento, se hallaba en abril de 1830 el capitán Ramón Díaz Porrúa. El día 2 se encontraban fondeados en la bahía de Santander, pertrechados y cargados para emprender viaje a La Habana. Para efectuar el viaje era necesario estar en posesión de la correspondiente Real Patente de Navegación Mercantil de América, un documento que obligaba al capitán a cumplir una serie de obligaciones desde el comienzo del viaje hasta su fin, y en caso de incumplimiento de alguna debería rendir cuentas ante las autoridades competentes.

Fiador

Para hacer efectiva su obtención actuó como fiador el comerciante y vecino de Santander Enrique de Cuétara, y para ello afianzó y aseguró hasta la cantidad de 17.000 reales de vellón, el valor de la mitad del bergantín en ese momento. Tras efectuar los trámites oportunos, la real patente de navegación fue entregada por el Comandante Militar de Marina de Santander al fiador el 7, para su posterior entrega al capitán Díaz Porrúa. Ese mismo día, la tripulación formalizó contrato con el objeto de realizar viaje, comprometiéndose con el capitán de la siguiente manera:

«Que el bergantín Corcubionés, se halla surto y anclado en este puerto y próximo a dar a la vela con cargas y de libre comercio para el de La Habana, estando todos conformes en seguir el citado viaje con sueldos y condiciones siguientes: el capitán percibirá de sueldo dos partes y el cinco por ciento de capa; el piloto Juan Castellá dos partes; el agregado Ramón Caamaño, una parte; el contramaestre D. Antonio Sierra tres cuartas partes; el despensero Manuel Rodríguez tres cuartas partes; marinero Pedro Rivero, marinero Diego Lamas tres cuartas partes; muchacho José Trigo media parte y muchacho José Andrés de Lema una cuarta parte.

Los sueldos serán satisfechos por el capitán al regreso o vuelta al puerto en que se dé por finalizado el viaje con solo descuento de lo que legítimamente haya adelantado y en el caso de arribada no podrán pedir menor cosa. En caso de surgir diferencias entre el capitán y tripulación en el ajuste de cuentas, estas se dirimirán amistosamente nombrando un perito cada parte, con facultad para que estos nombren un tercero en discordia si la hubiere y a cuya decisión se avendrán sin más recurso y los que no lo hicieren perderán totalmente su haber quedando este a favor de la masa común.

Subordinación

La tripulación guardará subordinación a su superior y todos al capitán, obedeciéndole a cuanto ordene tanto en las faenas de a bordo como en lo que mandase, no pudiendo sin su autorización salir a tierra ni quedar fuera del buque. Tampoco harán deserción ni abandono so pena de incurrir en las que impone la ordenanza para que en dicho caso sean castigados, debiendo el capitán procesarlos criminalmente, entregando a los reos en los consulados o buques de guerra.

Cargo

De acuerdo con lo mandado en la R.O. de 10 de julio de 1817, el capitán, oficiales y tripulación se obligan a regresar a este puerto u otro de la península, todos según el rol de la embarcación y en el caso de que alguno no lo efectuara el capitán pagara 500 pesos sencillos por cada uno que faltase. Bajo estas condiciones en que todos están conformes el capitán se obliga a cumplir lo de su cargo y los relacionados oficiales y tripulantes a servir en el mencionado bergantín sus respectivas plazas durante el presente viaje al referido puerto de La Habana y su retorno a este u otro donde se diere por cumplido, desempeñando cada uno puntualmente las obligaciones de su oficio, a todo lo cual comprometen lo que les toca cumplir por esta escritura sus personas y bienes presentes y futuros con el poderío de justicias competentes sumisión necesaria, renuncian a todas las leyes fueros y otros de su favor, así lo otorgan y firman».

De Santander a La Habana y, más tarde, salida hacia Barcelona

Una vez firmado el contrato por la tripulación, el bergantín ya se encontraba preparado para iniciar viaje.

A los pocos días abandonó la bahía de Santander poniendo rumbo al puerto de la Habana, al cual llegó sin novedad, y desembarcó su carga, hizo provisión de agua y víveres y a la vez cargó nuevas mercaderías, zarpando de nuevo con rumbo a la península, donde nos lo encontramos el 29 de septiembre fondeado en el puerto de Santander, hallándose el día 16 de octubre de nuevo cargado y preparado para emprender viaje, esta vez sería con rumbo a un puerto de la península, concretamente el de Barcelona para cuya realización tuvo que solicitar Antonio Díaz Porrúa Real Patente Mercantil de Europa.

Pequeñas historias de intrépidos navegantes, desconocidas en su mayoría y cuyos protagonistas fueron vecinos que un día navegaron por esos mares tenebrosos dando a conocer una zona a la cual era más fácil llegar a bordo de un velero que por los tortuosos caminos que la comunicaban con las principales ciudades.