Un curso entero sin ir a clase en Argentina

Mónica Pérez Vilar
mónica p. vilar REDACCIÓN / LA VOZ

ARGENTINA

Un grupo de jóvenes participa en actividades para recuperar el contacto en un centro de Buenos Aires a finales de octubre
Un grupo de jóvenes participa en actividades para recuperar el contacto en un centro de Buenos Aires a finales de octubre Juan Ignacio Roncoroni || EFE

Los centros educativos cerraron pocos días después de comenzar las clases. Algunos están permitiendo reencuentros, a un mes para acabar el año lectivo

10 nov 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

A mediados de diciembre, poco antes de que comience el verano, el curso escolar acabará en Argentina. Para entonces, la mayoría del alumnado llevará nueve meses sin pisar las aulas. Es más, habrán estado en clase apenas dos semanas en un año. Y es que la irrupción del coronavirus llevó a decretar el cierre de los centros educativos a mediados de marzo. El curso se había inaugurado apenas dos semanas antes. «Mi hija Lúa, de siete años, y mi hijo Xoan, de ocho, cambiaron de colegio este año y solo fueron a clase quince días, no pudieron crear ningún vínculo con sus profesores y compañeros», explica Paula Sabajanes, una descendiente de gallegos que reside en Buenos Aires. Aún así, reconoce que sus niños forman parte de un grupo privilegiado. Asisten a un colegio privado que mantuvo una intensa actividad docente de manera virtual, llegando incluso a dar clases en línea de taekuondo, tenis o ejercicios de natación. En casa, además, disponían de buena conexión a Internet y, tras compartir los dispositivos electrónicos al inicio del confinamiento, pudieron hacerse con aparatos suficientes para compatibilizar las clases de ambos y el teletrabajo de ella.

Un visión parecida tiene Ruy Farías, nacido de madre compostelana en el Centro Gallego de Buenos Aires, donde vive actualmente con sus dos hijas de siete y doce años. «Su escuela privada se ha podido adaptar muy bien. La mayor ha trabajado más que nunca, tuvo gran cantidad de clases y tareas, incluso diría que con niveles de estrés altos», explica. Su trabajo como historiador le permite autoorganizarse para atender a las dos niñas, una posibilidad con la que no todos los padres cuentan. Pero no es la única ventaja que refiere. «Las diferencias en muchos casos son dramáticas. Estas nenas van a una escuela de alta calidad, disponen de herramientas tanto en la escuela como en casa, wifi y dos computadoras para seguir las clases por zoom, padres que pueden apoyarlas en su aprendizaje... Pero hay muchas otras realidades, chicos que apenas han conectado con sus escuelas un par de veces por semana, o incluso sin contacto con sus profesores y compañeros en todo este tiempo», reflexiona, describiendo realidades que dejan cortas los problemas que ha visto en sus propias hijas, como el exceso de horas ante el ordenador o la falta de relación con otros chavales de su edad.

En agosto, datos del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires cifraban en más de 5.000 los estudiantes del área que no habían contactado ni una sola vez con sus profesores desde el cierre de aulas. Encuestas de la plataforma Argentinos de la Educación apuntaban a que, aunque el 73 % de las familias del país decían haber tenido un mínimo de tres comunicaciones semanales, un 8 % refería apenas un contacto cada quince días. Diferencias notables que han agravado las desigualdades en el curso más extraño vivido nunca.

«Quedó muy expuesto la cantidad de chicos que no tenían acceso por ejemplo a dispositivos, y el Estado no respondió a esa necesidad», opina Gabriela Giusti, otra madre bonaerense. Sus hijos acuden a una escuela pública en la que la cooperadora de padres (una especie de ANPA) organizó colectas de equipos para proporcionarlos a los alumnos que no contaban con ellos. En casa de Gabriela sí contaban con dos computadoras. Una quedó para su hija de 15 años, la que más tareas tiene. Ella y su hija pequeña comparten la otra. «Cuando yo tengo que trabajar, ella no asiste a las clases. Calculo que está asistiendo como a la mitad». explica.

Gabriela alaba el esfuerzo de la maestra de la menor, que llegó a imprimir las tareas para los alumnos sin conexión, pero en el caso de la mayor, apunta que hay demasiada incidencia de la voluntariedad de cada profesor. «Ella tiene la impresión de estar aprendiendo solo en tres o cuatro materias, y está angustiada por si el año que viene van a dar por hecho que sabe cosas que no le han explicado», comenta. 

Reapertura de centros solo para retomar contacto

Hace pocas semanas se autorizó que los centros reabrieran para permitir que los alumnos de últimos cursos de cada ciclo pudiesen acudir a realizar una resocialización, retomando el contacto con sus compañeros a través de actividades recreativas, artísticas y deportivas. «Para mi hija mayor era el último año de primaria, hay nenes y nenas a los que no va a volver a ver en la vida. Era tristísimo que terminase así, era fundamental que pudieran tener algún tipo de contacto para cerrar este ciclo. Creo que si se toman los recaudos debidos en lo sanitario, puede funcionar», comenta Ruy Farías.

El viernes pasado las autoridades abrieron esa misma posibilidad al resto de los cursos. Pero no todos los centros lo pondrán en marcha. «En el nuestro ya han avisado que no tienen profesores suficientes para que todos los cursos puedan volver a hacer esas actividades recreativas asumiendo los requisitos de hacerlo en burbujas de nueve chicos y un profe. La niña, como acaba ciclo, sí va a ir al colegio los viernes una hora y media, pero es una cuestión social, más que académica o de contenidos», explica Paula Sabajanes.

Giusti es más crítica, al entender que las autoridades dejan demasiadas cosas a la voluntad de los centros. «No apoyamos la vuelta si no están las mínimas garantías de cuidado dadas. Y si la opción es volver ahora solo para recreación, prefiero llevar a mis hijos a la plaza y no comprometer al personal docente y no docente a exponerse al contagio sin necesidad», dice categórica.

«Es una oportunidad para dar un salto de calidad y olvidar metodologías vetustas»

En el Colegio Santiago Apóstol de Buenos Aires, un centro propiedad de la Fundación Galicia-América al que asisten muchos descendientes de gallegos por su proyecto educativo bicultural, explican que intentarán organizar esos encuentros puntuales de grupos burbuja en las pocas semanas que restan de clases, mientras se siguen impartiendo las clases a distancia que han ido perfeccionando con el paso de los meses. «Fue todo un reto adaptarse. Teníamos ya dos plataformas, pero contratamos salas de Zoom business para asegurar el vínculo directo con los chicos. Hicimos una adaptación de los horarios, analizando incluso que los hermanos no coincidieran en necesitar el ordenador a las mismas horas. No se trataba de que los chicos estuviesen ante el computador de ocho de la mañana a cuatro de la tarde, sino de establecer contactos con los docentes y completar con el canal de youtube, con clases grabadas... Intentamos que las materias fueran las justas y bien programadas, y sobre todo que los chicos siempre tuvieran un acompañamiento», explica su director general Carlos Rodríguez Brandeiro.

Ante las dificultades de conectividad de algunos alumnos, Rodríguez Brandeiro afirma que el teléfono móvil fue su gran aliado para no dejar a nadie atrás y que más de un estudiante lo utilizó como herramienta para mantenerse en contacto con el centro. «Tenemos un alumnado muy fuerte que, acompañado por sus familias, supo entender las adaptaciones, creo que hemos superado una prueba de fuego con toda la comunidad educativa remando en la misma dirección», opina. 

Para el director general del Santiago Apóstol, la pandemia debe suponer incluso una oportunidad «para dar un salto de calidad en la educación y alejarse de metodologías vetustas,haciendo que los chicos sean el motor de su propio aprendizaje; los docentes han demostrado que hay otras formas de enseñar, esto puede ser un antes y un después», dice.

¿Un curso perdido?

Brandeiro se niega a hablar de curso perdido, algo que tampoco hacen los padres consultados. «Si habláramos a un nivel exclusivamente académico, quizás sí, aunque algunos hitos educativos sí que los adquirieron. Pero han ganado en autonomía y ha habido una lección vital», argumenta Paula Sabajanes, quien ve algo positivo incluso en el alto número de horas que la enseñanza virtual hizo pasar a sus hijos ante el ordenador. «Estando confinados, la alternativa a esas horas de clase también serían pantallas: youtubers, videojuegos... Así al menos estuvieron entretenidos e ilusionados en esta situación aburrida e incluso de miedo», reflexiona esta madre.

Gabriela Giusti, por su parte, destaca que lo sucedido la hizo implicarse más que nunca en la enseñanza de sus hijas. «Los padres no teníamos las herramientas suficientes, pero ahí que nos armamos para aprender matemáticas con naipes, por ejemplo», recuerda. Y hasta para Ruy Farías, preocupado por el impacto que en vidas tan cortas como son siete años puedan tener más de siete meses de aislamiento respecto a otros niños, este curso ha dejado cosas positivas: «Mi hija pequeña descubrió la maravilla de estar todo el día con papá o mamá», bromea.

De la vuelta completa al colegio, poco se sabe. La incertidumbre es la tónica entre todos los consultados. El Gobierno bonaerense quiere adelantar el inicio del próximo curso a mediados de febrero, pero todavía no se ha autorizado nada. El Colegio Santiago Apóstol ya cuenta con un protocolo propio, que adaptará a los requerimientos de las autoridades sanitarias y educativas, sin saber si el año que viene se podrá optar por la educación presencial, si habrá que mantener la virtual o se podrá ir hacia un modelo mixto.