Un Ibarra corcubionés en Buenos Aires

Luis Lamela

ARGENTINA

ARCHIVO DE LUIS LAMELA

01 abr 2019 . Actualizado a las 09:39 h.

Emigraron jóvenes; dejaron atrás su país, su cultura, su gente, sus amigos, todo aquello a lo que tenían apego, con el objetivo de iniciar otra nueva vida en un país muy lejano. Y al llegar a su destino se encontraron en los primeros tiempos, en muchos casos, con un estado de aislamiento social, intentando encajar en un molde que no conocían y les resultaba extraño, consiguiéndolo al final.

Sin embargo, no todos tuvieron la misma suerte. En esa lucha por abrirse camino unos fracasaron estrepitosamente y nunca les llegó una segunda oportunidad, terminando en la orilla para engrosar el numeroso grupo de perdedores de la Historia.

Otros lograron el objetivo fijado de poder vivir de su trabajo, más desahogados unos que otros, y crearon familias integrándose plenamente en el país de destino. Y otros triunfaron haciendo las «Américas», aunque fueron los menos.

De origen corcubionés, soltero y jornalero, de Julián Ibarra (en el centro de la imagen, de traje y corbata, foto publicada en la revista Alborada) sabemos que el 24 de febrero de 1903 arribó a Coruña en el vapor Larache y cuatro años después, cuando tenía 21, regresó a Buenos Aires en el vapor Cordillere para arribar a la capital federal el 24 de marzo de 1907.

El apellido Ibarra ha desaparecido de la villa de San Marcos, como tantos y tantos otros que se extinguieron por razón de la emigración de familias completas o por otras y variadas causas. Su relación con Corcubión no sé si viene del capitán Ibarra que mandaba el vapor español Paz en las últimas décadas del siglo XIX y tenía a este puerto como prioritario en sus escalas, o de algún funcionario o empleado destinado en el pueblo.

Lo que si conocemos es que Julián Ibarra fue elegido vocal de la directiva de la Asociación ABC del Partido de Corcubión, en Buenos Aires en el año 1939, por lo que intuimos que se labró una cierta posición social y económica y también el respeto de sus convecinos en el país de adopción. Fue, quizás, uno más de los emigrantes de A Costa da Morte que no tiró la toalla y no cayó en la orilla.