El emigrante de Corcubión que se convirtió en un caballero de Buenos Aires

ARGENTINA

A partir de la segunda mitad del siglo XIX la emigración pasó a ser un fenómeno de masas en Galicia. Hoy en América residen unos 400.000 gallegos

30 mar 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

PRIMERA OLEADA: LA EMIGRACIÓN TRANSOCEÁNICA

En un completo trabajo de José Ramón Campos Álvarez, de la Universidade de Vigo, titulado La emigración gallega a América (1880-1930) integración y retorno, se refleja que «la afluencia de gallegos hacia América será masiva a partir de la década de los ochenta del siglo XIX, cuando los nuevos medios de transporte y las cadenas migratorias constituidas anteriormente facilitan una fuerte atracción hacia esas tierras». Y añade: «El ritmo migratorio no es homogéneo, sufre oscilaciones producidas por diferentes coyunturas históricas en Galicia y países receptores e incluso en el ámbito internacional. Entre 1885 y 1930, más de 900.000 gallegos se dirigieron hacia América (la cuantificación es difícil debido a los altos índices de clandestinidad), suponiendo muchos años más del 50 % del total de la emigración española». Descendió en los años treinta, tras la gran crisis económica mundial, pero se mantuvo en diferentes oleadas hasta incluso mediados de los años 60, variando muchos por países de destino o incluso comarcas de origen. En todos ese proceso, de casi tres cuartos de siglo, siempre hubo emigrantes de la Costa da Morte.

Uno de ellos, de tantos miles, fue ramón Martínez López. El historiador Luis Lamela lo ha rescatado del anonimato, y como a él, a muchos. Con toda la dificultad que supone desempolvar historias de vidas desaparecidas, en una época en la que la única manera de comunicar información eran las cartas y algunos archivos o revistas en caso de alcanzar cierta notoriedad.

Gracias a sus indagaciones, que incluyen una foto de la revista Alborada, se sabe que Ramón fue oriundo de Corcubión y que emigró a la Argentina a finales del siglo XIX. «En ese país austral fue muy popular en el famoso barrio de La Boca, en el que desempeñó destacados cargos en varias instituciones, como fue la presidencia de la sociedad José Verdi, y también, en la Sociedad Española de Socorros Mutuos, cargos o representaciones que delatan, o revelan, que por el contesto social y profesional en el que se desenvolvió, Ramón fue uno de esos emigrantes que triunfaron en la diáspora americana. Y -añade- después de una vida dedicado al trabajo y de no tirar nunca la toalla, a la edad de 67 años falleció en Buenos Aires el 14 de junio de 1935». El semanario El Celta había recogido un comentario, 34 años antes que Lamela cree que bien se le podría atribuir, genéricamente, en esos últimos momentos: «Por su mente pasó como evocación celestial el recuerdo de la terriña, la casucha blanca, el verde soto, el murmurador pinar». La frase apareció en un trabajo dedicado a los emigrantes de la costa da Morte, pero son «emociones que sin duda experimentaron muchos de los que se fueron y nunca regresaron».

Hay rostros cuyas vidas son menos anónimas. Los de Juan Calo, junto a su padre Ángel, los inmortalizó para siempre Manuel Ferrol, como hizo con otros muchos Alberto Martí Villardefrancos. Los dos, naturales de Fisterra, despedían llorosos y desencajados, en el puerto de A Coruña, a la madre de Ángel y a sus dos hermanos, los gemelos Manolo y Pepita, que embarcaban en el Juan de Garay hacia Argentina. Era octubre de 1957, una época en la que se recuperaron los grandes viajes multitudinarios, con las cubiertas abarrotadas en las despedidas. En medio quedaban historias de fracasos y éxitos, y de creación de numerosas asociaciones que aún perviven, como Finisterre en América, ABC de Corcubión o Hijos de Zas, además de centros gallegos por doquier.

Hoy, en toda América residen 402.000 personas de origen gallego, de las que unas 250.000 están vinculadas a las provincias de A Coruña o Pontevedra, según los datos que acaba de dar a conocer el Instituto Nacional de Estadística, a través del padrón de residentes en el exterior. Solo en Argentina son 175.000, no lejos de la mitad de todo el éxodo al continente, descendientes incluidos.