Marta Fernández, arquitecta de As Pontes: «Estar en Guatemala no es fácil, pero es un máster de la vida»

María Meizoso AS PONTES

AMÉRICA

La joven regresa esta semana del país donde ha participado en un proyecto de cooperación

30 ene 2020 . Actualizado a las 10:38 h.

Lo suyo no fue algo vocacional. La pontesa Marta Fernández se embarcó en la arquitectura después de «una decisión de última hora que tuvo que ver con pequeñas cosas que me gustaban y se me daban bien como el dibujo o la tecnología». Se formó en la Universidade da Coruña y fue, mientras cursaba sus estudios superiores, cuando «me hablaron por primera vez de profesionales de la arquitectura que se dedicaban a trabajar para la población más vulnerable».

-Y eso, ¿ya supuso un punto de inflexión?

-Así es. Fue en mi tercer año de carrera, en 2010. Hice mi primer trabajo académico relacionado con la cooperación al desarrollo. Era un análisis de necesidades y propuestas para una región de Ecuador que se llamaba Vilcamba. Me abrió la mente y empecé a buscar formaciones. De hecho, hubo un curso decisivo que se llamaba La arquitectura para el 90%, organizado por Arquitectura sin Fronteras (ASF), una ONG de la que soy voluntaria desde hace cinco años y para la que ahora trabajo.

-Y desde entonces, ¿hacia dónde encaminó su futuro laboral?

-Empecé a formarme con cursos específicos de habitabilidad básica y cooperación. También estuve trabajando como becaria en la Oficina de Medio Ambiente de la UDC que sirvió para completar una parte de mi formación en lo referente a la sostenibilidad ambiental. Poco antes de finalizar mi etapa académica tuve la oportunidad de presentarme a una beca de Proyectos de Conocimiento de la Realidad financiada por la Oficina de Cooperación y Voluntariado de la UDC. Como ya conocía al equipo de cooperación internacional de ASF que trabajaba en Guatemala, me presenté a la plaza para viajar dos meses como voluntaria. Una vez entregado mi trabajo final de carrera me dirigí a esta primera experiencia sobre el terreno, que por supuesto supuso un punto de inflexión en mi camino profesional. Cuando regresé a Galicia, estuve trabajando en el Estudio CSA Arquitectura de A Coruña, complementando siempre mi jornada con el trabajo voluntario y la especialización en la cooperación para el desarrollo. En 2018, surgió la primera oportunidad de empleo como técnica expatriada en Guatemala y, a pesar de los miedos que suponía dejar una posible estabilidad en la terriña, volví a lanzarme a la piscina.

-En unos días regresa a As Pontes tras completar su última experiencia, de seis meses, en el país centroamericano. ¿Volverá?

-Mi idea es volver en 2020. La verdad es que, a lo largo de estas tres experiencias en terreno, me he ido involucrando en las actividades y procesos y, ahora, me siento parte de un gran equipo al que creo que puedo aportar. Vivir en Guatemala no es fácil, pero estoy aprendiendo algo que no se enseña en las escuelas, es un máster de la vida.

-Un país con numerosas adversidades. ¿Cómo se enfrenta a ellas?

-Lo mejor es este aprendizaje constante. Sin ir más lejos, este pasado diciembre un grupo de familias indígenas que históricamente habían sido desplazadas de sus tierras lograron, después de cuatro años, un ansiado terreno que se convertirá en una nueva comunidad. Pero es cierto que lo difícil son las condiciones del país. Es inseguro, con escasos recursos y un gran índice de desigualdad. De ahí, la importancia de nuestro trabajo en la lucha por tener acceso a una vivienda digna, a una educación de calidad y a infraestructuras de salud.

-¿Se ve capaz de volver a la arquitectura más tradicional?

-Mi experiencia aquí ha afianzado mi idea de que la arquitectura y el urbanismo deben responde a las necesidades de la población y son una herramienta clave para trabajar en la defensa de los derechos humanos. Además, deben atender a la no menos importante componente ambiental y hacer un uso responsable de los recursos naturales, que nos estamos cargando. Esta idea me va a acompañar en mi trabajo, sea en Guatemala, en Galicia o a donde me lleve el destino.

-Y, ¿cómo lleva la distancia, sobre todo, con la familia?

-Mi familia me conoce y me apoya. Por supuesto, que estarían encantados de que me quedara en As Pontes o en una ciudad gallega, creo que ahora tocarían las castañuelas si digo que me voy a vivir a Londres porque la distancia del charco se nota. Pero saben que me dedico a algo que me gusta y eso supera lo demás.

-Y desde ese otro lado del charco, ¿qué visión tiene de As Pontes?

-Mi pueblo ha librado también una buena lucha últimamente y ha sido frustrante no poder dar el apoyo necesario con todo el tema del cierre de la central. El panorama es desalentador porque se acaban las oportunidades para los más jóvenes.