«O "tigre" non é fácil de traballar»
Val do Dubra
El «niño del baúl», convertido en un símbolo de la emigración, residió 46 años en Venezuela antes de abrir seis tiendas y dos bares en el casco histórico de la ciudad
22 Feb 2016. Actualizado a las 07:20 h.
El «niño del baúl» ya es mayor, pero jamás olvidará las peripecias que tuvo que sufrir en 1960 para emigrar a Venezuela. En el puerto de A Coruña, Antonio Mallón fue inmortalizado por Alberto Martí en una foto que se ha convertido en símbolo de la emigración y ha viajado por exposiciones de todo el mundo. En el puerto herculino acababa de perder el barco por un pinchazo el camión que los trasladaba desde Val do Dubra y allí, desolado junto a su hermano Jesús, fue retratado por Martí. «O fotógrafo díxome: senta aí. Eu senteime no baúl que levaba para América, co meu irmá ao lado». Antonio lograría coger el barco en Vigo.
Obviamente, nunca pensó que la foto iba a ser famosa y que iba a verla un día por azar en la propia televisión. Y en locales públicos. «Unha sobriña miña viuna un día casualmente nun cadro e foi comprar un para poñelo no bar que ten na Coruña».
En Venezuela, a donde viajó solo con 14 años y le recibió su padre, Antonio residió la friolera de 46 años. Trabajó de cocinero en fogones de aquel país. ¿Con intención de volver? «Home, o primeiro piso compreino en Romero Donallo, fronte ao cine Avenida». Y aún adquirió otro más en las nuevas viviendas de Rosalía de Castro, en donde habita: «Estou moi contento aí porque hai profesores xubilados e detrás está a Universidade. Agora non o vendo por nada».
Sí vendió un día del 2004 las dos viviendas que tenía en Caracas y se vino para Compostela definitivamente. Lo de «definitivamente» obedece al hecho de que se pasó muchos veranos aterrizando en Lavacolla. Aquí siguió la senda hostelera en un bar de su primo, el Trafalgar, que adquirió para él y sus yernos. Y una tienda para su mujer y sus hijas.
Unos años después poseía seis tiendas de recuerdos y dos bares «pero a crise pasou factura e agora teño catro tendas e dous bares». Están repartidos por el Franco, rúa do Vilar y A Raíña. Quiso adquirir el bar La Cueva, casi puerta con puerta con el Trafalgar, pero su dueño le dijo que no podía tocar las paredes. Antonio no pasó por ese aro y compró el bar siguiente, el Montecarlo. Como era pequeño y los cafés no compensaban los sudores, lo reconvirtió en comercio.
Entretanto, el dueño de La Cueva reflexionó, le dejó tocar las paredes y Antonio lo incorporó a su patrimonio, como pareja del Trafalgar. A este último la clientela lo conoce por o tigre, el famoso mejillón picante. Es su buque-insignia culinario: «Pero non é fácil de traballar, pola limpeza e as épocas de toxinas». En torno a los tigres rabiosos hay una cohorte de tapas diversas.
Pese a estar enclavados en la Raíña, calle de sello turístico, Antonio tiene clara la vitola de sus dos establecimientos hosteleros: «Traballamos con xente de aquí todo o ano. Os primeiros para nós son os clientes que veñen a diario. E, a diferencia doutros bares, nós poñémoslles tapas os días 24 e 25 de xullo porque merecen o noso respecto. O cliente é o máis importante e hai que atendelo o mellor que se poida».
¿Aún hay crisis? «Hai quen di que non, pero hai que verse ao final de mes para pagar soldos e alugueres».
Con la mente puesta en el siglo XXI compostelano, Antonio aún es capaz de evocar su primera entrada en Compostela. Claro está, viniendo de Val do Dubra tenía que ser Galeras. Allí se hallaba su padre en período de convalecencia tras sufrir un tiro en las piernas en una jornada de caza: «Eu era cativo e chamáronme a atención as bombillas, máis grandes que as do meu pobo». Su pueblo era Arabexo, en Val do Dubra, de donde partió un día hacia Sudamérica y se convirtió, por uno de esos azares de la vida, en símbolo de la emigración con 14 años de edad.