«Aquí estoy cumpliendo mis sueños»
Deportistas
Pablo Montero realiza un viaje en transporte público por el corazón de Centroamérica para disfrutar de algunas de las mejores olas del planeta
26 Apr 2014. Actualizado a las 16:30 h.
Estoy cumpliendo uno de mis sueños: un viaje en transporte público por el corazón de Centroamérica para disfrutar de algunas de las mejores olas del planeta. Aterricé en Panamá y tengo el billete de vuelta el 16 de junio desde San Diego (California). 130 días para recorrer más de 5.000 kilómetros. Ahora acabo de adentrarme en Nicaragua después de dejar a mi espalda Costa Rica, un país con playas perfectas y cataratas deslumbrantes, donde es imposible no disfrutar al máximo de cada minuto.
Me despedí de Panamá en la localidad de Almirante. Un bus me llevó hasta la frontera. Allí caminé, con las tablas y las mochilas a cuestas, los 300 metros de puente en ruinas que separa los dos países bajo un ardiente sol. Me volví a subir a un autobús hasta entrar en Puerto Viejo, a orillas del Caribe.
Puerto Viejo es una mezcla de pueblos y culturas. La más numerosa, la rastafari-jamaicana. Poblaron esta localidad hace más de cien años cuando se produjo una gran oleada migratoria para trabajar en la construcción del ferrocarril que une la capital San José con la costa caribeña. El pueblo entero parece Jamaica. No era extraño que por las mañanas me despertase la música de Bob Marley. Venía aquí buscando una ola especial. Se forma en un arrecife lejos de tierra firme. Hay que remar diez minutos sobre la tabla antes de intuir una derecha que se dobla sobre sí misma y forma un tubo gigantesco. Le llaman Salsa Brava porque tiene mucha masa de agua, igual que una salsa espesa, y es extremadamente potente. Fueron posiblemente las olas más grandes y fuertes de mi vida. ¡Todo lo contrario a lo que uno puede esperar del Caribe!
Después de pasar varias horas en el mar, a la hora de cenar acudía a una soda (restaurante local) donde me pedía un casado, un plato típico compuesto de arroz, frijoles, plátano frito y acompañado de ternera, pollo o pescado. Era abundante y barato, y servía para reponer todas las energías perdidas en esas interminables jornadas sumergido en salitre. Tras varios días con la misma rutina, el Caribe se fue apagando. La temporada había terminado y no regresará hasta diciembre.
Continué la marcha hasta San José, donde estuve solo un fin de semana porque este viaje no está diseñado para el ajetreo y ruido de una capital. Aún así aproveché para hacer compras (las tiendas tienen mucha ropa americana antigua, de la que se vuelve a llevar ahora) y visitar a Lope, que me invitó a una barbacoa en su casa. Lope es un amigo de Santander que se mudó a Costa Rica hace siete años y montó una fábrica de tablas de surf. Ahora produce y distribuye para todo Centroamérica y Sudamérica.
Ya en el Pacífico la primera parada fue Santa Teresa. La playa es larguísima y si caminas un poco puedes disfrutar de un día sin compañía.Aproveché para visitar las cataratas de Montezuma, sin duda, uno de los sitios más bonitos en los que he estado nunca.
Más tarde, me adentré en el Parque Nacional de Santa Rosa, donde rompe la segunda mejor ola de Costa Rica después de Salsa Brava: Roca Bruja. Fue el sitio más alejado de la civilización en el que practiqué surf. Monté la tienda de campaña en playa Naranjo. Es un rincón solitario, al que se llega conduciendo durante más de tres horas por un camino de tierra. Cuando el mar volvió a bajar salí para Nicaragua. Crucé la frontera con las tablas al hombro bajo un ardiente sol.