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La Marquesa de Cienfuegos, la cubana dueña de las Reales Fábricas de Sargadelos

A Mariña

martín fernández

Las adquirió en subasta pública en el año 1901 pero su paso por ellas no dejó gran huella

05 Jun 2022. Actualizado a las 05:00 h.

La cubana Antonia de Madariaga y Muñoz de Salazar, Marquesa de Cienfuegos, adquirió, en subasta publica, el complejo de las Reales Fábricas de Sargadelos en 1901. Su paso por ellas no dejó gran huella. Pero una decisión suya -legarlas en herencia a su sobrino, el asturiano Javier López y García Bandujo- cambió el rumbo de Sargadelos, de Burela y de A Mariña.

La historia se remonta a fines del XVIII cuando, en 1791, Antonio Raimundo Ibáñez levantó una industria siderometalúrgica y una fábrica de loza en Sargadelos. Tras su violenta muerte en Ribadeo, en 1809, su cuñado Francisco Acevedo y su hijo mayor, José Ibáñez, continuaron su obra hasta la muerte de éste, en 1836. Su viuda, Ana Varela, arrendó la fábrica al banquero y comerciante compostelano Francisco de la Riva -uno de los grandes empresarios de Galicia- que la llevó a su mayor esplendor. La dotó de nuevos almacenes, talleres, hornos, presas, molinos, máquinas y el más moderno instrumental. Y, sobre todo, contrató a Edwin Forester, un inglés que fue el gran director técnico de la historia de Sargadelos.

El arriendo duró treinta años y en 1866 la industria revirtió en los Ibáñez que, con Carlos Ibáñez al frente, uno de los diez nietos herederos del fundador, se mantuvo en funcionamiento -aunque con graves problemas financieros que le obligaron a dar entrada como accionistas a los banqueros Atocha y Morodo- hasta su cierre definitivo en 1875. La familia quedó en la ruina y, poco a poco, todas sus propiedades fueron embargadas para ser subastadas pues los Ibáñez fueron incapaces de afrontar los gastos que ocasionaba un complejo que incluía las fábricas, los terrenos y el pazo.

Tras el cierre, Bello Piñeiro dice que «la suegra del Príncipe de Pignatelli» realizó un fracasado intento de reflotar la empresa y Meijide Pardo que la factoría fue vendida en 1882 a empresarios catalanes «por 8 millones de reales» y adquirida por una casa comercial de Bilbao nueve años después «en solo 3». Lo cierto es que ninguna iniciativa cuajó para activar la producción. Y fue entonces, en 1901, cuando en subasta pública, la cienfueguera Antonia de Madariaga, de origen vasco-asturiano, adquirió las fábricas.

La mujer era viuda de José Pertierra y Albuerne, un asturiano de Cudillero que, al concluir Medicina en Madrid, se instaló en Cienfuegos donde alcanzó gran reputación como médico, escritor y político. Fue diputado a Cortes, senador, coronel del Cuerpo de Voluntarios de Cuba y mecenas de un Regimiento para luchar contra el independentismo cubano que triunfaría en 1898, el año en que él murió. La Reina Mª Cristina le dio el título de Marqués de Cienfuegos y la Gran Cruz de Isabel la Católica.

Su viuda, tras comprar el patrimonio de los Ibáñez, lo legó a su sobrino Javier López y García Bandujo. Y su decisión tuvo una enorme trascendencia para A Mariña.

El traslado de la factoría inició la industrialización de Burela y propició su desarrollo y pujanza

El mismo año en que recibió la herencia de la Marquesa de Cienfuegos, Javier López y García Bandujo constituyó con otros asturianos Cerámica de Sargadelos. Uno de los socios, Ciriaco Guisasola -a la vez director de la fábrica- elaboró un informe resaltando los beneficios de trasladar la factoría de Sargadelos a Burela por su proximidad al puerto natural de esta villa y el ahorro que suponía no contar con un almacén. Los accionistas lo aprobaron y ese día, 20 de junio de 1901, comenzó la industrialización de Burela que ?con el auge del sector pesquero tras la gran ampliación del puerto en 1930- propició el desarrollo y pujanza de una villa apenas sin parangón en Galicia.

La maquinaria de Sargadelos se trasladó a Burela y lo que quedó ?moldes, planchas para loza…- fue expoliado. Los edificios cayeron en desuso y algunos fueron dinamitados por el propio López. Lo demás fue vendido: el pazo, a Jesús Taladrid -hijo de Justo, fundador de Vivero en Cuba- que adquirió la finca y 80 hectáreas de monte repobladas; y la fábrica de fundición, al Concello de Cervo.

En Burela, Cerámica de Sargadelos, dirigida por Guisasola, abrió en 1903 una nueva fábrica ?la que estos días está en proceso de derribo- en un terreno de 7.000 m2 próximo al puerto y con una gran chimenea de 37 metros de altura que durante largo tiempo fue santo y seña de la villa. En los primeros meses ya se producía en ella 3.000 ladrillos/día ?no llegó a fabricar loza- que se exportaban desde el puerto a 65 pesetas/tonelada. A los dos años, Guisasola se marchó al no ver cumplidas sus exigencias económicas y profesionales.

La sociedad continuó pero sufrió dos grandes embargos que propiciaron su fin y la constitución de otra, en 1908, liderada por los catalanes Leandro y Marius Cucurny, padre e hijo, que continuaron con la producción de refractarios y gres en Burela, pero no loza. Habría que esperar hasta 1970 para el resurgir de la cerámica de Sargadelos de la mano de Seoane y Díaz Pardo y aún más para llegar a su rediviva fortaleza y pujanza actual de la mano del pontenovés afincado en Ribadeo, Segismundo García.

 

En su etapa de esplendor, con De La Riva y Forester, se fabricaron piezas con doce paisajes de Cuba

A fines del siglo XIX, Sargadelos tenía mucha fama en Cuba. Sobre todo porque era una de las empresas más modernas de España de la mano de Luis de la Riva y de su director, el inglés Forester, que aplicó técnicas de la prestigiosa cerámica inglesa de Staffordshire. Por entonces, las Reales Fábricas daban trabajo y ocupación a mil familias, contrataban 200 carros de transporte y disponían de 50 puntos de venta esparcidos por el territorio español.

Un mercado objetivo de sus piezas eran -por su cultura y solvencia económica- la burguesía cubana, los militares, funcionarios y emigrantes enriquecidos y los españoles residentes en la isla o retornados de ella. Demandaban loza de Sargadelos por su calidad y por el gran prestigio que proporcionaba su posesión. Para satisfacer ese mercado, De la Riva y Forester fabricaron, entre 1845 y 1862 ?el período de mayor esplendor de la fábrica-, platos y piezas de gran hermosura y singularidad decorados con 12 paisajes de Cuba que detalló el estudioso Olives Orrit.

Los paisajes son, en La Habana, el castillo del Morro, la Aduana, la Comandancia de Marina, el Teatro Tacón, la fuente de la India del Paseo del Prado, la de la Noble Habana frente al Campo de Marte, el Cementerio de Colón y la iglesia y el hospital de San Francisco de Paula. En la Aguada del Cura, la vía del tren y sus dependencias. En Matanzas, el puente de la Carnicería. Y en Santiago de Cuba, el paseo del Tívoli. En ese período, Sargadelos elaboró también piezas con paisajes de ciudades gallegas y españolas, lugares extranjeros como el Castillo de Windsor o Lausana y la serie chinesca.

 


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