Una historia de vida: una emigrante de la Costa da Morte
Carballo
Primera parte de la crónica del éxodo de María Alvarellos Pérez, de Pasarela
02 Jan 2015. Actualizado a las 05:00 h.
¡Hay tantas cosas que no sabemos, tantas cosas que se han perdido para siempre, historias de vecinos que abandonaron nuestras calles para caminar por otras muy lejanas! Caminos, en la mayoría de los casos, de ida pero no de vuelta. Algo que no debemos olvidar. En febrero se cumplirán 26 años de la publicación en un medio de comunicación de la capital provincial de una historia de un emigrante de Fisterra, Manoel d'Antonia, el viejo promotor del cruceiro levantado en las inmediaciones del faro del Promontorio Nerium, y que actualmente se denomina: A Cruz da Costa da Morte.
«Nací el 7 de febrero de 1899. Cumpliré muy pronto los 90 años..., comenzaba dicho trabajo, dividido en tres crónicas aparecidas los domingos 12, 19 y 26. Y, hoy, volvemos con otro emigrante a recorrer una vida que las circunstancias de pobreza y miseria de la posguerra alejó de sus más íntimas raíces, un autorretrato de una mujer y de un tiempo que puede representar a otros miles de oriundos de A Costa da Morte que vivieron el triste drama de separarse para siempre, en la mayoría de los casos, de sus seres queridos y del paisaje más íntimo de sus tiernas infancias. Y esta historia que hoy presentamos tiene nombre propio: María Alvarellos Pérez, nacida en 1941 en Pasarela-Vimianzo, que llegó a la Argentina en 1957 con tan solo 15 años, en plena adolescencia, y que habla sin recato de su vida en una entrevista en la que utilizamos la técnica conocida como «una historia de vida», dando como resultado, lo mismo que había pasado con Manoel d?Antonia, un documento de hondo interés sociológico, antropológico y humano.
Aquí están, pues, las horas del reloj de su vida, una mezcla de esperanza y, también, de derrota:
«Nací en Pasarela-Vimianzo en 1941. Recuerdo, por un almanaque colgado en la pared en 1949, cuando tenía 8 años ya llevaba tiempo trabajando en casas ajenas; en Tines, por ejemplo, en donde estuve años sin ver a mi familia, pagándole mis jefes a mi madre por el trabajo en la feria de Baio. Pero yo nunca vi un peso de lo que pagaban. Como quería ir a la escuela, y así se lo hice saber a mi madre en una ocasión, me sacó, pero al poco tiempo vino una señora de Calo que se había casado para una aldea pequeñita que se llama Rens, que está entre Pasarela y Baio. Quería a alguien para que le cuidase el hijo. Y mi madre le comentó que yo quería ir a la escuela, y ella prometió que me mandaría. Estuve allí un año y no fui un solo día. Así que un día me fui, la dejé, prometiéndome después que ahora me mandaría, que fuese otra vez; pero yo dije, no. Y mi madre manifestó que no podía obligarme. Y no fui.
Después apareció un señor de Pasarela buscando jornaleros para la cosecha «do millo» y mi abuela me llevó con ella, ¡vieja bruja! Y cuando terminó la cosecha le pidieron que me quedase, y me quedé. Y cuando llovía me dejaban ir a la escuela, poniéndome la maestra a su lado porque no tenía el mismo nivel que las demás niñas, porque pasaba semanas sin ir. No obstante, la señora de la casa siempre me trató bien; los demás, no tanto. Un día su hija me pegó con la vara de las vacas. Al siguiente, me fui. Después trabajé en Vimianzo en la casa del Gayoso, el que daba luz a toda la zona. Ahí empecé a tener problemas de salud, me desmayaba en cualquier rincón al bajarme la presión. A partir de eso estuve un tiempo en casa y mi madre no sabía qué hacer conmigo: me decía que tenía el mal del aire o algo así, hasta que llamó al doctor: estaba anémica. Me dieron vitaminas, inyecciones, yema de huevo con vino de jerez y muchas cosas más. Después de esto, nuestro padre nos reclamó para emigrar a la Argentina. Fue a raíz de un convenio entre gobiernos con el objetivo de reagrupar familias.
Salí de A Coruña para Argentina el 3 de junio de 1957 en la motonave Alberto Dodero. Tenía 15 años y fui acompañada por mi hermana María del Carmen, de 17, que era la mayor de los hermanos -yo, la segunda-, viajando también con nosotras unos jóvenes de Xaviña apellidados Lema. Fuimos reclamadas por nuestro padre, José Andrés Alvarellos, que ya estaba en aquel país desde hacía 4 años, desde 1953. Este, mi padre, que tenía un solo apellido, nació en la Argentina de mi abuela soltera, llevándolo para Pasarela cuando era un bebé. Mi madre nunca emigró; se quedó viviendo en la aldea con el resto de mis hermanos: fuimos 9 en total.
Llegamos a Buenos Aires el 18 del mismo mes. Y tanto yo como mi hermana pasamos muchos momentos de tristeza, cosas demasiado feas... Llegamos a poner de menos la miseria que habíamos abandonado atrás y la crudeza de nuestra vida en Pasarela, las pocas cosas que habíamos dejado en España. Cuando llegamos a puerto, a la que creíamos tierra prometida, no había nadie esperándonos. Como éramos menores de edad nos trasladaron a un lugar hasta que localizaron a nuestro padre. Él, como no sabía leer, no se había enterado de la llegada del barco hasta tres días después al localizarlo la policía. Fue muy feo, pero lo más triste fue que no le reconocimos. Cuando llegó era igual que fuese él u otra persona. Hacía mucho que no le veíamos, mucho antes de que emigrase. Una vez fui desde la aldea de Tines para una fiesta a Pasarela y me enteré de que se había marchado para la Argentina.
Al llegar a la Argentina, primero trabajé de sirvienta «con cama adentro», después en una fábrica de bolsas de arpillera -las utilizadas para las patatas-, hasta que me casé en 1961, tres años y pico después de residir en aquellas lejanas tierras. Cuando no había dejado de ser una adolescente, me vi obligada a enfrentarme a la realidad de la vida, pero indefensa. Otra de las cosas muy feas fue el lugar a donde nos llevó a vivir nuestro padre. Acá se le llama conventillo. En la misma casa residían nueve familias. Una cocina y una habitación en la que no entrábamos los tres juntos, compartiendo esa pieza con mi padre y haciéndose la convivencia imposible. Fueron las primeras de las muchas piedras que encontramos en un largo y penoso camino. Por eso mi hermana se fue y se casó para no andar por ahí, y yo, desorientada e íntimamente dolorida, desarmada ante la vida, me fui a vivir con unos tíos hasta que... Bueno, contaré de cuando fui a vivir con mis tíos. Le pedí a mi tía poder vivir con ellos, y ella me sugirió,
-Habla con tu tío.
Y cuando hablé con él, este me dijo:
-Sí, puedes trasladarte, siempre que me pagues.
-¿Y cuánto? -le pregunté.
-Una quincena del salario para mi y otra para ti, -concluyó.
Al contárselo a mi tía, esta me propuso:
-Tú dale el dinero que te pide, que yo a escondidas te lo devolveré y así tú me ayudas con el negocio o con lo que sea».
Galicia oscura, finisterre vivo