La tenista que huyó del miedo para ser médica

carmen garcía de burgos PONTEVEDRA / LA VOZ

VENEZUELA

capotillo

Kyria Barros se mudó con otros ocho miembros de su familia en el 2003 escapando de la inseguridad

08 sep 2016 . Actualizado a las 11:26 h.

Eran once personas con veintidós maletas: un matrimonio con sus dos hijas y una tercera en camino, dos abuelas, un abuelo, un hermano, una cuñada y sus dos hijas. Despegaron de Caracas el 1 de febrero del 2003 y aterrizaron en Galicia. Huían de la inseguridad que se había ido apoderando de su país y que les ha dado más razón cada día que ha pasado desde entonces. Sus padres eran médicos en Venezuela, y vivían en una gran casa con jardín. Tenían «árboles frutales tropicales, pero también naranjos y de otro tipo». Eran de clase alta. Y de pronto recibieron una amenaza clara: corrían el riesgo de que les expropiaran su hogar. Poco después de que ellos se fueran secuestraron a sus vecinos.

Y entonces surgió un curso en A Coruña al que estaba invitado su padre. La madre de Kyria Barros no lo dudó ni un momento: si él se iba, ella con él. Y los abuelos paternos también vieron una puerta para unirse. Y los tíos con sus dos primos. Y así fue cómo, con apenas un mes de margen, la familia Barros organizó su nueva vida. La única que no quería hacer la mudanza era la abuela materna. Nunca quiso y nunca cambió de opinión, pero no podía dejarla allí sola.

Además, la idea era hacer solo una breve incursión para comprobar cómo era la cosa y si realmente se veían viviendo en Galicia. Los abuelos paternos eran ambos gallegos, aunque se conocieron en Venezuela a los 18 años, cuando estudiaban la carrera, y tenían familiares en San Xoán de Poio. El shock fue tan grande al llegar y durante los pocos días que se dieron de prueba que nunca regresaron. Ni van a regresar. En familia solo lo hicieron una vez más, tres años después de emigrar. Kyria aún se estremece cuando lo recuerda. «Me asusté, sobre todo por la pobreza. Había muchas chabolas y mucha gente pobre pidiendo en las calles», cuenta. «No podíamos pasar mucho tiempo en la calle o fuera de casa. Si íbamos a una farmacia teníamos que ir corriendo y salir, por si nos atracaban o nos secuestraban. Mi padre estaba deseando volver desde el mismo momento en que llegó», explica. Solo pasaron allí tres semanas, el tiempo justo para vender la casa y arreglar los asuntos pendientes.

Pasaron más tiempo, sus primeros nueve meses, «nueve largos meses», compartiendo un piso de alquiler entre nueve personas. Para las pequeñas era divertido: cuatro primos juntos y un tercero en camino. Para los mayores, algo más complicado. Pero siempre mejor que lo que acababan de dejar atrás.

Kyria ya jugaba al tenis en Caracas. Se le daba bien y le gustaba, pero el primer año en España interrumpió sus entrenamientos. Ya los había reanudado cuando una profesora del SEK Atlántico le ofreció presentarse a unas pruebas para obtener una beca en Estados Unidos. Aunque no estaba muy segura de dar la talla, se presentó y, tras pasar una prueba, lo hizo. Le dieron a elegir entre cuatro universidades y se quedó con la de Carolina del Sur.

Con sus 21 años recién cumplidos -el lunes-, la joven siempre tuvo claro que lo suyo era la Medicina. Acababa de suspender Química y sabía que ese año no podría entrar, así que cogió las maletas y se fue. Esta vez sola. Con su raqueta y con algo de miedo. Se disipó el primer día, y pasó todo el curso aprovechando para disfrutar del tenis y aprender otras cosas. Entrenaba tres horas al día porque no tenía demasiadas de clase, y mejoró mucho su técnica. Uno de sus profesores le dijo siempre que, si hubiera seguido entrenando, habría sido de las mejores.

«Pero no creo que el tenis fuese lo mío. Es muy mental, y yo paso muchas fases. Hay que estar muy concentrado durante todo el partido. Yo jugaba de número 3 y al principio me costaba concentrarme. Es muy fácil caer durante un partido si ves que vas perdiendo pero levantarse es muy difícil», dice, sin un ápice de duda. Podría haber estado en Estados Unidos tres años más y labrarse allí una carrera como deportista profesional, pero en lugar de eso habló con su tutor cuando terminó el primer curso y le dijo que se iba. En la Universidad de Carolina del Sur no había Medicina., solo podía estudiar Biología, y se trataba de una amalgama de asignaturas que poco tenían que ver con lo que ella quiere hacer el resto de su vida.

Regresó y se fue a estudiar a Santiago. Ahora practica tenis cuando puede, pero siente más necesidad de hacer deporte o ejercicio que tenis en concreto. Y, aunque ya ve su vida en Venezuela «como un sueño» y se siente en casa siempre que está en Galicia, «no soporto la lluvia ni el frío», así que el lunes volverá a coger las maletas. Esta vez se irá con una beca Séneca a continuar la carrera en Tenerife. Su plan continúa con una Erasmus para el próximo curso en Italia, de donde son sus abuelos maternos y, para el último año, un convenio bilateral que le permita graduarse en el país con forma de bota o en Brasil. A miles de kilómetros, en cualquier caso, de los coches blindados y las amenazas de secuestro.