Barrera, el galleguista ribadense en Uruguay que emigró por culpa de su madrastra

José María Barrera nació en 1878 y tuvo una infancia feliz en As Anzas, Cubelas

15 de octubre de 2017. Actualizado a las 05:00 h. 4

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José María Barrera García -que muchos años después sería un ilustre galleguista y un rico hacendado- nació en 1878 y tuvo una infancia feliz. Sus padres, Manuel Barrera y Josefa García Pérez, tenían en As Anzas-Cubelas (Ribadeo) el molino A Pena Tallada, a las orillas del río Grande. En ese edén, el niño pasaba su tiempo pillando troitas á man y jugando con sus dos hermanas entre las caricias de su madre y de sus abuelos, Juan García López y María Pérez, que vivían bajo el mismo techo…

Pero las cosas no acaban cuando uno quiere, sino cuando se terminan. Y la aceña pasó a ser un paraíso perdido cuando la madre falleció en 1886 y el viudo padre se casó al año siguiente con Josefa Rodríguez, vecina de Obe, soltera y cuatro años mayor que él. La madrastra era el arquetipo de madrastra. Tenía 47 años y ni su personalidad ni su larga soltería la habilitaran para la función maternal. Era insensible, displicente, distante. Los niños sumaron al dolor por la muerte de su progenitora la frialdad de una sustituta desdeñosa. El padre no ayudaba: no intervenía, no actuaba, dejaba hacer...

 

Un plan para matarla

Así que José María urdió un plan para poner fin a aquel infierno: compró un cachorrillo para matarla. El padre se enteró y, para disuadirlo, no puso obstáculos a que emprendiera el camino de América… El testamento del abuelo Juan dejaba a su hija Josefa el usufructo vitalicio de sus bienes y a su nieto José María «la propiedad perpetua del tercio y remanente del quinto de todos los bienes muebles, semovientes, raíces, derechos y acciones». El padre sabía que el muchacho podía pagar el pasaje y pensaba que el alejamiento frenaría el loco impulso adolescente…

Así se gestó la emigración al Uruguay de José María Barrera. Corría el año de 1891. Tenía 13 años... Al desembarcar en Montevideo, en el mismo puerto, un gallego panadero le ofreció casa y comida: la segunda, escasa y la primera, un jergón bajo el mostrador del negocio… Ahí trabajó seis meses hasta que, al pedir su salario, el panadero le replicó que le estaba enseñando un oficio, por lo que el acreedor era él…

Barrera lo dejó e inició su camino: de peón pasó a oficial panadero, luego a habilitado con porcentaje en el reparto y finalmente, tras años de sacrificio, a abrir panadería propia en la calle Cuñapirú. Después, vendrían otras en un barrio que siempre estuvo unido a su vida: la Comercial.

En 1904 se casó con María Rego, una paisana emigrante de A casa da Edra de Vilela (Ribadeo), hija de Pedro Rego y de Juana Fernández. Tuvieron tres hijas: María, en 1906, Julia en 1907 y Elena en 1908. Un hijo de esta última, Carlos Zubillaga Barrera, profesor de la Universidad de la República y director del Centro de Estudios Gallegos, escribiría años después una exhaustiva biografía de su abuelo en la revista del Centro.

 

martinfvizoso@gmail.com

Un firme compromiso con la Autonomía y la República desde la Casa de Galicia

José María Barrera fue un hombre comprometido con Galicia y la República desde las concreciones y las realidades, y no desde la teoría o la especulación. Durante su viaje a Ribadeo en 1917 varios de sus amigos fundaron en Montevideo la Casa de Galicia con un talante popular, solidario y de amplios beneficios sociales. «Casa de Galicia es rotundamente roja» dijo en un informe de 1938 el embajador de España en Uruguay.

Al regresar se incorporó a la directiva desde 1920 hasta 1950 bajo las presidencias de Sánchez Mosquera, Jesús Canabal, Seoane o Barreiro Lema. Avaló con su patrimonio la compra de su sede social en 18 de julio y fue artífice de la ampliación en 1945 del Sanatorio Social en la avenida Millán. El emigrante de Cubelas participó en los grupos galleguistas agrupados en torno a las Irmandades da Fala y al mítico café Tupí Nambá. Ahí trabó amistad con los emigrados en Buenos Aires -Lino Pérez, Prada, Joselín- que regían la Organización Nacionalista Republicana Gallega.

Fue miembro de la Asociación Republicana Española y tesorero del Comité Autonomista Gallego de Montevideo que hizo campaña en 1933 en pro del Estatuto y de una España federal. Y fue el administrador de su periódico, Raza Celta. Tras la Guerra, se mantuvo fiel y firme en su compromiso. La Casa de Galicia acogió actos del Consello de Galicia y de las actividades de Castelao y otros en Uruguay.

Barrera, que falleció en Montevideo el 5 de septiembre de 1971, tuvo siempre una indudable vocación de servicio a la colectividad a pesar de nacionalizarse uruguayo en 1942, cuatro años antes de fallecer su esposa.

La Bugalla y el sufragio del pasaje a quince emigrantes

En torno a 1920, Barrera diversificó su actividad. Tenía panaderías, abrió un negocio de carbón y leña con su amigo Ramón Antelo Carou, de Outes (A Coruña), e invirtió en casas y terrenos. Las cosas le iban bien y decidió «retirarse», vivir de rentas y volver a Ribadeo. Llevaba 26 años sin ver la Ría. El previsto descanso de seis meses se convirtió en dos años, de 1917 a 1919. Actuó como un indiano: restauró el molino, pagó las fiestas, mejoró los labradíos, pescó truchas y anguilas, visitó a amigos y familiares y se reencontró con su madrastra ahora beata de misa diaria. «Ten moito que facerse perdonar», comentó el lejano niño…

Se asentó en Ribadeo y se implicó en la vida local. Hacía tertulia en un café regentado por una gruesa matrona llamada Pepa, a la que denominaban La Bugalla porque su gordura recordaba la bola de madera que se forma con la excrecencia del roble.

En un clima distendido y amable, los contertulios improvisaban versos para mofarse de ella. Uno decía: «¡Ay Pepita, Pepita, Pepita!/ ¡ay Pepita, la bugalla!/ te estás poniendo tan gordita,/ tan gordita que luego estallas». Y otro contestaba: «Si llega a estallar/ como es natural/ no ha de oler muy bien/ que ha de oler muy mal»…

Cuando la familia retornó a Montevideo no viajó sola sino con quince emigrantes -hombres y mujeres- a los que Barrera pagó el pasaje en el vapor Hollandia pues deseaban emigrar y no tenían medios. A todos los orientó y protegió en el Uruguay.

Ribadeo siempre fue con él. Encabezó en Montevideo la comisión para recoger el metal necesario de las canillas, pestillos, llaves, cerraduras, etc. con que elaborar el busto de El Viejo Pancho en la plaza mayor. Y fue a él a quién se dirigió el alcalde Francisco Maseda para reunir fondos para la biblioteca con el nombre del autor de Paja Brava. Presidió la comisión formada por José Ramón Díaz, Víctor Láncara, José Fernández, José Dámaso García y Antonio Paleo y cumplió con el pedido que a nombre de «los ribadenses de hoy y mañana» le formulara el regidor.

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