Las dificultades han ido a más para los emigrados de la comarca en Suiza

Santiago Garrido Rial
s. g. rial CARBALLO / LA VOZ

SUIZA

El país ha sido clave para miles de familias de la zona en los últimos 57 años

09 mar 2017 . Actualizado a las 09:05 h.

Hace 43 años, en junio de 1974, en una serie de reportajes sobre la emigración gallega en Suiza (que había comenzado en 1959), una de las páginas titulaba así: «La clandestina mano de obra barata y dócil». Eran los tiempos de las llegadas masivas de trabajadores, sobre todo en tren hasta Ginebra. La inmensa mayoría, gallegos, y buena parte de la Costa da Morte. Había inmensas dificultades, que con el tiempo se fueron limando. A base de esfuerzo y mucho sacrificio, muchos de esos miles se ganaron la vida, que no paró de ir a mejor.

Hoy, las cosas están cambiando. La nueva legislación fiscal, que obligará a muchos vecinos a declarar por los bienes y pagar por diez años de atrasos, sembrando el temor y el desconcierto en la amplia colonia emigrante, es solo un paso más en un cúmulo de circunstancias, no solo laborales. También han aumentado notablemente las dificultades para establecerse en el país, o las facilidades para que se pueda decretar una expulsión (de cualquier extranjero). Las restricciones a la inmigración van a más, al tiempo que crece el trabajo negro y la temporalidad, impensable hasta hace poco. «Comparado co que pasa noutros países de Europa, Suíza está ben, pero dende logo non é o que era. Que ninguén pense que vai facerse rico vindo para aquí, e iso se ten sorte e atopa traballo», señala el sindicalista Xosé Abelenda, que se topa con casos inimaginables casi a diario. Incluso con la vuelta de los barracones. No son los de antes, los setenta, esos de la mano de obra «barata y dócil», pero sí edificios donde los obreros residen en colectividad, con mejores medios que en los setenta, pero también con sueldos bajos que no les permiten acceder a un piso.

En la construcción, el salario por hora más bajo ronda los 23 euros, y ya han casos de extranjeros que reciben solo 10. El abuso y el trabajo en negro, ante el aumento de la inmigración, van a más. Las cifras del paro pueden engañar: los cantones con peores registros, como Ginebra, pasan del 5 %, y hay algunos, como Obwalden o Nidwalden, al lado de Lucerna, que ni llegan al 1 %, pero la clave está en la temporalidad y la precariedad en muchísimos casos, añade Abelenda.

Los emigrantes se han ido topando con más dificultades, mayores o menores. Desde las multas a los retornados, una lucha que se ha ido arreglando en algunos casos, pero todavía queda bastante por hacer, hasta la desaparición de servicios, como la oficina consular de Basilea, que era crucial para miles de residentes. Sería injusto no reconocer mejoras, como la jubilación anticipada para la construcción a los 60 años, hace apenas 15 años, tras una amplia movilización que incluso llevó a organizar asambleas multitudinarias en Carballo. O el hecho de que los antiguamente llamados temporeros (hoy los permisos se catalogan por letras) puedan llevarse a su familia, además de poder añadir el tiempo cotizado en España al de Suiza para cobrar el paro. Incluso mejoras consustanciales al tiempo que les ha tocado vivir: vuelos directos desde Ginebra a Basilea, Ginebra y Zúrich desde Galicia y muchos taxis a buenos precios que casi son una línea regular (aunque la que había de autocar con salida en Cee tres veces por semana haya desaparecido). Cosas pequeñas y grandes, todas suman. En conjunto, dicen algunos consultados, ya nada es como antes y la industria suiza no tira como tiraba. Aunque los mayores quebraderos de cabeza vienen de cláusulas administrativas, leyes y tratados internacionales cuyos efectos se perciben cada vez más.