«A primeira vez que marchei ían seis ou sete vagóns cargados de emigrantes»

Patricia Blanco
patricia blanco CARBALLO / LA VOZ

SUIZA

Jose Manuel Casal

Antonio Pardiño tiene 65 años: se fue a Suiza, recién casado, con 18: «Era unha expedición»

30 dic 2016 . Actualizado a las 08:56 h.

Nació en Rececinde, y ahí vive. Por el medio, trabajó de albañil, portero, chófer y conductor de camión. La vida pasó a caballo de Coristanco y Suiza. Evoca tiempos distintos de emigración y hace hincapié en la necesidad de tener memoria.

 En apenas veinte minutos, y sin casi preguntas, Antonio Pardiño Fernández es capaz de hacer un repaso de su vida, en bloques de años. Teje un relato bien ordenado y sin perder el hilo. «Esa é, a grandes rasgos, a miña biografía», dice sonriendo cuando termina. A grandes rasgos, claro, porque una vida entera da para mucho e incluye gran cantidad de pequeños momentos que marcan la existencia, aunque después, quizás, no se plasmen en ninguna biografía. El rostro y la historia de Antonio representan la de muchos otros vecinos de la Costa da Morte, en ciertos aspectos y con las diferencias que pueda haber, ya que él fue uno de esos tantos y tantos emigrantes que salieron de estas tierras rumbo a Suiza. Es una realidad que selló un tiempo y que, aunque sea en otras condiciones -o no-, ha vuelto de nuevo. Hoy, hay muchos jóvenes que, como él hizo en su día, también cierran la cremallera de sus maletas en esta comarca para tratar de buscarse un presente e incluso un futuro fuera. Lausana, en el cantón de Vaud, fue durante mucho tiempo el lugar de vida de este coristanqués.

 Antonio nació en Rececinde, y es ahí donde vive actualmente. Tiene 65 años, aunque la edad de jubilación le llegó hace ya mucho tiempo, a raíz de una caída. En su tierra natal, muy joven, se internó en el mundo laboral como «pinche de albañil». Después, albañil. Con retranca, dice que se casó con Carmen Rial Mourelle a los 18 años: «Casei eu coa muller, e a muller comigo». Apenas habían superado, pues, la mayoría de edad, pero un mes o dos después del matrimonio decidieron partir: «Marchamos para Suíza. Tiñamos 18 anos e queriamos comer o mundo, pero o mundo comíanos a nós», evoca. Allí, acabaron trabajando en un hotel. Él, como portero. Ella, ocupándose de las habitaciones. Regresaron a Galicia a los tres años. Carmen volvía embarazada y, aquí, en Coristanco, llegó por tanto la primera hija. Antonio volvió a trabajar en la construcción y tuvieron una segunda hija. Tenía 22 años cuando «tiven que facer o servizo militar» y ya una vida formada, además de la experiencia de la emigración a la espalda. Regresó de la mili, «licencieime», como él dice, y trabajó como chófer de autocares, con el paréntesis de cinco años «nos que tiven un camión». Ya había llegado la tercera hija y, después, volvieron a aparecer las maletas de nuevo: «Marchei outra vez e estiven varios anos de albanel. Aquí para comer gañaba, pero eu non quería cortarlles a vida a elas [se refiere a sus hijas]». Estuvo solo, sin Carmen, durante unos años, y en el 96 viajó ella también. Después, en el 97, una caída derivó en una posterior operación y en una jubilación antes de tiempo. Aunque volvieron a Galicia previamente, la residencia siguió fijada en Suiza hasta finales del 2010. A partir de ahí, la vida volvió a empezar de nuevo en Coristanco, el punto de partida.

Con 65 años, uno puede mirar hacia atrás y saber distinguir qué cosas fueron buenas o, también, qué cosas fueron difíciles. ¿Lo fue marcharse? «A primeira vez que marchei, coa muller, aquilo era coma unha expedición. Ían seis ou sete vagóns cargados de emigrantes, dun lado para o outro... As outras veces, xa era diferente». Distinto, pero no por ello dejó de requerir valor: «Eu, a emigración, non lla desexo a ninguén, de verdade. Eu quixen que as miñas fillas se preparasen sen ter que emigrar e agora vexo outra vez que as cousas aquí... Temos un problema: a xuventude estanos deixando. E estanos deixando, por riba, xente preparada. Talento que marcha para outros países porque aquí non poden facer nada». Aquellos vagones vuelve a cruzar la mirada.

«Os netos son os que agora nos dan a vida»

La conversación con Antonio Patiño es un poco atraco. Transcurre un día de semana en Coristanco, instantes antes de la clausura de un obradoiro de envejecimiento activo al que lleva tres años acudiendo con su mujer: «É un entretemento para nós. Practicamos a memoria», dice. Se buscaba una experiencia vital, y él no tiene reparos en contar la suya. Después, baila en la fiesta final, como el resto.

Sus tres hijas estudiaron y, como él dice, «os netos son os que agora nos dan a vida». Tiene uno de 5 años y una de dos. Participan en el cuidado diario y viven con ellos las actividades extraescolares: piscina, fútbol, inglés... «Hoxe, aquí en Galicia, a xente leva a vida que nos meus tempos só levaban médicos ou avogados», cuenta Antonio, volviendo la mente hacía atrás. En Suiza, hubo que adaptarse: «Se es respectuoso, respéctante. Se non molestas, non te molestan». Sí había diferencias, claro. Empezando por el idioma -francés- y siguiendo por la vida: «Eles teñen a costume de vivir ao día, nós iamos alí por uns anos para facer aquí unha casiña...». Hoy en día, en su tierra natal, no ve aquella diferencia con respecto a Europa que había en los 60 y 70: «Naquela época iamos corenta anos por detrás. Hoxe, nalgunhas cousas, estamos á altura». En otras no, porque Antonio dice que hay diferencias de salarios entre hombres y mujeres que no deberían existir. Ni sueldos que no compensan las horas de trabajo, incluso en obras públicas. Galicia recibe ahora inmigrantes y él, indirectamente, demanda una mente acogedora: «Nós emigramos dende tempos inmemoriais. Hai moito tempo, ademais, foise espoliar. Chamábaselle a aquela xente indios... Algo leo... Hoxe dise que hai xente que vén aquí sen papeles. Tamén de aquí marcharon un montón de persoas... que os levaban ou non». Ay, qué bueno es trabajar la memoria.