El cofre que cierra aquel viejo amor

Rodri García A CORUÑA / LA VOZ

OCEANÍA

MARCOS MÍGUEZ

Carlos Miguel Martínez, emigrante gallego en Nueva Zelanda, caminó desde A Coruña a Francia para recoger restos de su abuelo y enterrarlos junto a su abuela

12 nov 2014 . Actualizado a las 09:42 h.

Tiene todos los elementos para ser el guion de un thriller: detenciones, guerra, cárcel, fortín de prisioneros, fuga masiva de casi 800 presos, fusilamientos al amanecer, una mujer desesperada lanzándose al mar con su hijo en brazos... Pero por encima de todo eso hay una enorme historia de amor: «Mi abuela murió de amor y para acabar bien esa historia mi abuelo tenía que volver a casa, estar de nuevo con ella». Esto asegura Carlos Miguel Martínez ante la prisión provincial de A Coruña, ahora en ruinas. Sostiene en sus manos un pequeño cofre con el que, asegura, se cierra aquella historia de amor de sus abuelos.

Carlos ha hecho un largo viaje para cumplir este objetivo: desde Nueva Zelanda, a donde emigraron sus padres a mediados del siglo pasado, hasta esta cárcel. En el interior quería recoger algún resto simbólico, aunque solo fuera un puñado de tierra, «pero parece que es muy complicado, que no se puede entrar». Y es que aquí sufrió el primer embate doloroso el matrimonio de Primitivo Miguel Frechilla, un mecánico nacido en Palencia, y la coruñesa Purificación Martínez Regueiro. A él lo encerraron en esta prisión en agosto de 1936. Tenía 34 años, relata Antonio, uno de los cuatro hijos de aquel matrimonio. También explica que su padre, por cuestiones políticas que no recuerda, ya que solo tenía entonces nueve años, fue condenado a muerte, si bien luego le fue condonada la pena por cadena perpetua. Más tarde sería trasladado a Pamplona, al fuerte de San Cristóbal, un fortín con tres plantas bajo tierra, celdas a oscuras y condiciones infames, que acogía a principios de 1938 a casi 2.500 presos. Hasta el fuerte viajó ahora Carlos recorriendo a pie el Camino de Santiago, con la mista intención: recoger algún resto de su abuelo en la fortaleza en la que estuvo preso.

Una fuga histórica

Durante la estancia en el penal, Primitivo Miguel estudió inglés y esperanto. En este último idioma se entendía con un grupo de presos con los que preparó la que está considerada como una de las mayores fugas de la guerra española: El 22 de mayo de 1938, domingo, 795 presos escapaban por una única puerta. El hecho está narrado con detalle en el libro de Félix Sierra e Iñaki Alforja Fuerte de San Cristóbal, 1938. Solo tres de los fugados llegaron a Francia, que era su objetivo y, según narran los autores de esta obra, Primitivo Miguel fue uno de los cabecillas detenidos, juzgados, y fusilados «a las seis de la madrugada» del 8 de agosto en los alrededores de Pamplona. Al conocer la noticia, su mujer, con uno de sus hijos pequeños en brazos, se lanzó al mar en la bahía coruñesa. Ambos fueron salvados por unos marineros y ella, viuda, trabajaría durante un tiempo en la fábrica de cerillas de A Coruña.

Su nieto, que también hizo andando el camino de vuelta, insiste: «Ella murió de amor». Por eso «quería recoger tierra del lugar donde lo mataron y de Francia, que era a donde él quería llegar», explica. Ya en el cementerio de San Amaro, busca la tumba donde está enterrada su abuela y descubre algo sorprendente: «Hay cinco números 432», le explican. Aparece la de su abuela y allí, Carlos Miguel llega con el pequeño cofre que, 76 años más tarde, cierra aquel viejo amor.