«Rangers» de Georgia en A Lama

María Hermida
maría hermida A LAMA / LA VOZ

MEXICO

emilio moldes

Dos soldados estadounidenses buscan sus orígenes familiares en Pontevedra tras servir en Afganistán

20 feb 2018 . Actualizado a las 10:28 h.

La aldea de Pigarzos, como casi todo el municipio de A Lama (Pontevedra), es uno de esos lugares del mundo que son peculiares por obra y gracia de la emigración. Pigarzos, en realidad, parece un lugar de Chiapas. Casi todos los vecinos hablan con acento mexicano y en la tasca más cercana se comen fajitas y se bebe tequila. Lo normal en Pigarzos es haber emigrado a México y, tras buscar porvenir, acabar viviendo con un pie allí y otro aquí. En la aldea están acostumbrados a las caras nuevas, a que vayan y vengan los emigrados y traigan a sus familias y parentela. Así que, aunque diminuto y colgado en el monte, Pigarzos es un lugar cosmopolita. Aun así, hay visitas que no pasan desapercibidas. Y desde hace una semana de lo que se habla es del desembarco de Alfredo Boullosa y Ben Thacker en el pueblo. Ellos, fornidos a más no poder, acaban de tomarse un descanso vacacional tras cuatro años como rangers del Ejército de Estados Unidos.

Emilio Moldes

La llegada de Alfredo y Ben a Pigarzos tiene una razón de ser. Alfredo, que nació en México pero a los dos meses fue llevado a Texas, donde siempre vivió, llevaba media vida queriendo conocer la tierra de sus padres, es decir, A Lama y Avión. Así que, en cuanto juntó el dinero suficiente, le dijo a Ben, compañero suyo en el Ejército estadounidense, que tocaba viajar a Galicia y descubrir cómo era ese sitio «en el que se comía tan bien». Ben, americano de Arkansas, no dudó en acompañarle.

Trepando y en manga corta

Desembarcaron en A Lama, donde la familia les había encendido la cocina de leña en la casa de los abuelos -en la que no vive nadie- y los esperaba con un lote de mantas porque, encima, las previsiones apuntaban a que nevaría. No hizo falta nada de eso. Ben y Alfredo llegaron en manga corta con sus brazos musculados. Y así se quedaron. Entre esa demostración y que al segundo día de estancia ya estaban, cual cabras, trepando por los montes, dejaron al personal boquiabierto. Pero, ojo, que los chavales también andan sorprendidos. Alfredo, que habla español perfectamente, cuenta por ambos: «Nos encanta la gente, ver que aquí los vecinos se ayudan. Y la comida... La comida es impresionante». Es decir esa frase y Ben, que en teoría no entiende español, reacciona y espeta en un meritorio castellano: «Pulpo, pulpo excelente». En pocos días probaron el cefalópodo, cocido, licor café... tantas viandas juntas que, en el momento de sentarse a la entrevista, Alfredo confiesa: «Ahora estoy una semana sin comer. En toda esta semana no pruebo nada más que café, agua y, si eso, un poco de coca-cola. Comida, nada de nada». Uno le pregunta si eso no resulta difícil, si no es insano... y Alfredo insiste mirando a Ben: «Nosotros estamos acostumbrados a cosas peores».

«Pasamos por entrenamientos duros, durmiendo dos o tres horas al día», explican

Entonces, se abre la caja de recuerdos. Alfredo y Ben, que tocaron un arma por primera vez a los 5 años, tuvieron vidas diferentes. Alfredo llegó al Ejército americano apenas cumplidos los 18 años y recién salido del instituto. Dice que quería demostrarse a sí mismo que podía ser «uno de los mejores». Ben, por su parte, ingresó a los 22 y tras haber estudiado Teología -de hecho, se marchó a Israel a profundizar en sus conocimientos del cristianismo, el judaísmo y el islam-. Ambos formaban parte de un pelotón de 167 personas que querían entrar en el Regimiento Ranger de Georgia. Lo lograron. Y, a partir de ahí, empezó su preparación: «Son entrenamientos muy duros, durmiendo nada más que dos o tres horas y corriendo 15 kilómetros al día. Se invierte un millón de dólares en la formación de cada ranger, vas a estar entre los mejores del mundo. Así que es normal que sea duro», dicen. Tan duro que algunos no lo superan: «Murió un compañero durante la selección», explican. 

«Son asuntos clasificados»

Ben pasó a formar parte de las fuerzas de infantería y Alfredo era paracaidista. Les tocó combatir en Afganistán. Prudentes hasta el extremo, responden con un cortés pero tajante «son asuntos clasificados» en cuanto se les pregunta por lo que allí hacían. Eso sí, explican que se acabaron acostumbrado a los bombardeos continuos a la base, a que de vez en cuando hubiese bajas en sus filas: «Sabías que iban a seguir cayendo bombas, no podías estresarte».

«En Afganistán te acostumbrabas a que las bombas no dejasen de caer», cuenta Alfredo

Ahora han hecho un paréntesis en su vida militar. Lo dejaron para tomarse unas largas vacaciones y para estudiar, ya que tienen cuatro años pagados por el Ejército y otros tantos por sus estados. Alfredo quiere ser médico. Ben, entender mejor la fe.