La costurera gallega que vistió a dos papas

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

EUROPA

Ramón Leiro

Pilar Covelo, de A Lama, trabajó en el Sacré Coeur y en Notre Dame e hizo trajes y ornamentos para Juan Pablo II y Benedicto XVI

06 oct 2017 . Actualizado a las 11:47 h.

Pilar Covelo Sobral, Pilucha, como le llaman sus vecinos de la aldea de A Lama que la vio nacer, o Piluchiña, como le dice Manolo, su marido, recuerda bien lo que tantas veces le escuchó decir a su madre: «Se te esqueces de onde saíches, do que fuches, de onde ves, non es ninguén na vida, non vales para nada. Iso sempre o dicía miña nai e iso sempre o tiven moi claro. E agora, aos 70 anos que farei o día do Pilar, no meu santo, non se me vai esquecer». Quizás por eso, Pilar, aunque llena de mundo y con una historia de trabajo digna de ser contada, guarda mucho de aquella Pilucha que a los 18 años dejó su hogar para ganarse la vida en la emigración. Orgullosa de haber «marreado moito, moito para saír adiante», abre las puertas de su casa de A Lama y la caja de sus recuerdos al forastero sin remilgo alguno. «Pasa para dentro que che conto o que queiras, que aquí como me ves cosinche para dous papas, para Benedicto XVI e para Juan Pablo II», dice mientras invita a entrar en un garaje reconvertido en una especie de sastrería.

Todo empezó a los 18 años. Pilar, como casi todos en A Lama, vio en la emigración su única posibilidad de futuro. Dejó atrás a sus padres y se marchó a vivir con unos tíos que residían en París. En sus haberes llevaba lecciones de costura y toda la ilusión por delante. Una vez allí, a buscarse la vida. Como tantos. Como todos. Cuenta que surgió la oportunidad de trabajar para el clero. Y que aquello le pareció una cosa tan complicada como poco atractiva: «Eu pensei que ían ser moi cerrados, que traballar niso pois que a saber o que era». Pero la necesidad apretaba y aceptó la oferta.

Así, empezó a coser nada menos que en la basílica del Sacré Coeur de París, uno de los templos más visitados de la ciudad. Fueron muchos años de bordados y zurcidos para los curas. Hacía casullas, albas, todo tipo de ornamentos litúrgicos en tela... «Facía todo o que se necesitaba para os altares e para o clero, desde curas ata cardeais, todo o que me pedían», relata. Dice que tuvo que estar en constante formación, que no había curso y academia que ella no pisase. «Tívenme que preparar moito, porque o traballo era esixente», recuerda.

Una trabajadora capital

El caso es que se acabó convirtiendo en una trabajadora capital en la basílica y más tarde -todavía actualmente pese a estar ya jubilada- también en la catedral de Notre Dame. «O meu xefe directo trasladouse e levoume con el para a catedral e agora mesmo aínda sigo facendo algunha cousiña, de feito dentro duns días vou a París a levarlla», explica mientras busca por su casa fotos y papeles para contar con todas las de la ley las que fueron las dos grandes aventuras laborales de su vida.

Resulta que Pilar estaba en pleno trajín de trabajo cuando visitaron París tanto Juan Pablo II como posteriormente Benedicto XVI. Al primero le hizo unas albas cuando acudió a la Jornada Mundial de la Juventud de París, en 1997. Y para Benedicto XVI, en el 2008 cosió todo tipo de ornamentos para el acto que se llevó a cabo en la explanada de los Inválidos. «Unha das cousas que fixen foi unha especie de tapete co escudo que tiña, porque cada papa ten un. Pois resulta que lle gustou moito e o acabou levándoo para Roma», cuenta.

Tras 40 años de trabajo, Pilar se jubiló. Y, desde entonces, vive a medio camino entre A Lama y la capital francesa. Reconoce que París le tira, pero aquí tiene sus raíces, a sus hijos y nietos, «e iso tamén é moi, moi grande».

Dicharachera y sonriente, Pilar cuenta su historia entrelazando relatos. Se ríe de la máquina de coser moderna que tiene ahora, «que fala e todo». Y dice, poniéndose muy ufana: «Vou facer 70 e teño as ansias dunha de 30». A su lado, su marido, que acaba de llegar, la mira y sonríe también. Ella indica entonces que el artista de la casa es él y lo azuza para que cuente su vida. Manuel, más tímido, se quita importancia. No debería. Este hombre, ebanista, remodeló el altar del Sacré Coeur. Dios los da y ellos se juntan. Nunca mejor dicho.