Galicia labra la piedra del Capitolio

Carmen García de Burgos PONTEVEDRA / LA VOZ

ESTADOS UNIDOS

Emilio Cerviño


Dos exalumnos de la Escola de Canteiros de Pontevedra, contratados por unos empresarios de Soutelo de Montes para restaurar la sede del Congreso de EE.UU.

16 may 2017 . Actualizado a las 09:41 h.

«Chamáronme da Escola de Canteiros para preguntarme se estaba disposto a ir a Estados Unidos a traballar, e dixen que si, pero que había que ver as condicións. Cando me dixeron que era para o Capitolio, xa me chamou máis a atención». Francisco Castro Freijo tiene 32 años, se casó en octubre y acababa de volver de su luna de miel en México cuando recibió la llamada y empezó a hacerse a la idea de regresar al continente americano. Sobre todo, porque aunque tiene un visado para tres meses, la cosa va tomando forma incluso como posible destino definitivo. Pero antes tienen que darse varias condiciones. Para empezar, ver la cara de su primer hijo, que llegará hacia finales de julio. Fran es uno de los dos canteros de Pontevedra que participará en la restauración de la sede del Congreso de EE.UU. Tanto él como Manuel Rial Pérez han empezado ya la cuenta atrás para plantarse el día 1 con el mono enfundado en Washington y ponerse a trabajar.

De momento solo han recibido una llamada y fue en gallego. Menos mal. «Inglés xa che digo que nada, supoño que irei aprendendo sobre a marcha», reconoce entre risas. La voz al otro lado de la línea era la de José, uno de los responsables de Lorton Stone, la empresa que Rosa García Seara y su hermano Manuel, naturales de Soutelo de Montes, crearon en Virginia, y a la que hace décadas se llevaron a muchos vecinos que dominaban el arte de la piedra. Algunos ya están de vuelta en su tierra con una jubilación cargada de acento norteamericano; otros siguen allí.

Ninguno de ellos les va a acompañar, en cualquier caso, en esta aventura. Dos francocanadienses y un italiano afincado en Grecia completarán el equipo que se encargará de devolver el brillo a uno de los edificios más indiscutiblemente emblemáticos del planeta. «É unha cousa... non sei se espectacular, pero dende logo no Capitolio non entra todo o mundo», confiesa Manuel Rial. Él dejó la Escola de Canteiros hace treinta años -tiene ahora 48-, y desde entonces ha acumulado experiencia laboral: en el Pazo de Raxoi en Santiago, y el rosetón de las ruinas de Santo Domingo, la antigua sede de la Delegación de Educación reconvertida en edificio administrativo de la Deputación de Pontevedra, entre otros. También tuvo que viajar a Lima para reproducir la obra de un artista, que acababa de venderla y quería reponerla. Pero esto, admite, es diferente.

«Son cousas que pasan unha vez na vida». En su caso dos, contando con Perú. Ríe. «Si, pero saír é difícil», dice, mucho menos nervioso en el tú a tú que en el acto oficial de presentación, unas horas antes, en el Pazo Provincial de Pontevedra, con móviles y cámaras de foto y vídeo grabándole a unos centímetros. Puede que incluso le hayan impresionado más que el gigante que se levanta ante a sus ojos, a solo unas horas de vuelo y a un proyecto entero de vida de distancia. «Non me emociona tanto como o edificio. É que vannos mirar con lupa tanto cara dentro como cara afora; esas institucións contan con moita seguridade. Teñen tanta información sobre nós que poderían facer un clon», dice medio en broma. Aunque él ya tiene algo mejor que eso. Tiene dos años y se llama Nahia.

Fran y él poseen un perfil más artístico que constructivo. Algo que, por cierto, ni una parte ni otra han podido comprobar. «É unha cuestión de confianza mutua», reconoce. Ellos apenas tienen datos de lo que van a hacer, y la empresa tendrá que esperar para ver resultados. Y Fran, por si fuera poco, para ver a su hijo.