Alfredo Prada Freixedo: «No puedo describir lo que sentí la primera vez que entré en Altamira»

Cándida Andaluz Corujo
cándida andaluz OURENSE / LA VOZ

ESPAÑA EMIGRACIÓN

miguel villar

El carballiñés trabaja desde hace diez años investigando en las cuevas cántabras

16 sep 2016 . Actualizado a las 11:16 h.

El carballiñés Alfredo Prada Freixedo tiene 43 años y ayer fue el protagonista del inicio del curso en el IES Nº1 de su localidad natal. Su presencia no fue casual. Forma parte de la lista de antiguos alumnos que se ocupan de dar la bienvenida a los escolares y de animarles a seguir sus sueños y a aprovechar los años de estudio. Es un claro ejemplo de hasta dónde puede llegar alguien con ilusión y esfuerzo. Es conservador y restaurador en el Museo Nacional y Centro de Investigación de Altamira desde el 2006. Estudió en la Facultad de Geografía de Historia de Santiago y más tarde en la Escuela Superior de Conservación y Restauración de Galicia, en la especialidad de Arqueología. «Mi interés viene gracias al propio instituto, a las clases de algún profesor de aquí. Nos daban historia del arte y me empecé a interesar en los temas de patrimonio. Sobre todo me llamó la atención la arqueología y la prehistoria. A medida que fui estudiando en la carrera, me decanté por el arte rupestre y por las cuevas», explica. Así, poco a poco, fue hilando su profesión, encaminada a la conservación del arte rupestre.

Una vez terminados los estudios universitarios, Alfredo Prada siguió formándose. Viajó a Asturias, Cantabria, País Vasco y hasta Francia para participar en alguna excavación. «Se trataba de continuar aprendiendo. A través de contactos con profesores de mi universidad hice prácticas en varias escuelas de restauración, conservación y arqueología. Hasta que llegó la oportunidad de realizar una asistencia técnica en el Museo de Altamira. Iba como autónomo y hacía trabajos concretos», resume. Era el año 2006. Así siguió durante un tiempo hasta que en el 2010 surgió la posibilidad de presentarse a la plaza, por oposición. «Pasé unos exámenes bastante duros y, tras cinco pruebas, accedí. Y ahora soy conservador y restaurador del museo».

Sin llegar a los cuarenta años cumplió ya parte de un sueño, teniendo en cuenta que su pasión es el arte rupestre. «A nivel nacional no hay otro sitio con mayor trascendencia, relevancia e importancia que las propias cuevas de Altamira. Pero no lo veo como una meta, porque sigo formándome, acudiendo a congresos y visitando otras cuevas. Lo importante es que en Altamira trabajo con un equipo de físicos, químicos y biólogos. Y sigo aprendiendo», subraya.

Cuando se le pregunta por lo que sintió cuando entró por primera vez en las cuevas de Altamira, responde: «No se puede describir lo que sentí al entrar en Altamira, Es una sensación muy parecida a la que he tenido al entrar instituto después de 25 años sin venir. Es todo sentimiento. Nerviosismo y alegría a la vez». Una sensación que se fue puliendo con el tiempo, aunque con la misma admiración: «Tras entrar varias veces ya voy centrándome en mi trabajo y no me ocurre como la primera vez». En Altamira realiza trabajos de investigación. Han localizado galerías en la cueva, además de encontrar nuevas piezas de arte rupestre. «Esto es un trabajo para muy largo plazo no solo para nosotros sino para los que vengan», explica. En el laboratorio de restauración tiene en sus manos, a diario, piezas únicas.

«Nosotros, por una parte, restauramos y conservamos material que se expone en el museo, de los objetos que salen de las excavaciones. Por otra parte, obramos en la cueva. Aquí no intervenimos sobre el bien. No tocamos las pinturas, solo los factores que las degradan». Tener en sus manos ese tipo de objetos al principio es una responsabilidad pero con el tiempo -«como cualquier profesión», dice- la experiencia hace que se vea como un oficio o un trabajo más. «Lo tienes que hacer lo mejor que puedas», subraya.

«A veces reúno a amigos y hago pulpo. Pero no me queda tan bien como en Arcos»

En O Carballiño disfruta de sus amigos y de su familia, aunque hace ya diez años que desplazó su residencia a Santander, desde donde viaja todos los días a Santillana del Mar, en donde se encuentran las cuevas. Regresa a su tierra natal menos veces de las que desearía, pero allí donde está presume de O Carballiño. «A veces reúno a amigos y les cocino pulpo. No queda igual que en Arcos, pero voy mejorando», ríe.

Asegura que cuando regresa a Galicia enseguida recupera su acento y, como cualquier otro joven, echa de menos la comida de su madre, que como ocurre en muchos casos, traslada en táperes a Santander. El lunes regresará al trabajo, así que podrá disfrutar las fiestas en casa. Su cita en el instituto carballiñés, dice, le pilló por sorpresa: «Sabía que se hacían estos encuentros porque amigos míos participaron, pero no creí que pensarían en mí para hablar con los alumnos. Pero es un orgullo. Enseguida dije que sí. Aunque estaba nerviosos, me apetecía. Además, vi a profesores que hace años que no veía, me alegró muchos y me emocioné. De aquí solo tengo cariño y muy buenos recuerdos». Se considera el «bicho raro» de su familia y amigos, ya que es el único que guio sus pasos hacia el arte. Incluso, explica, no comparte mucho de su profesión con sus padres. «Yo hablo mucho con ellos, pero más de otro tipo de problemas. No les hablo de lo que hago. Yo creo que hoy mis padres se pusieron un poco al día de mi profesión», relata. Tampoco es un tema recurrente entre sus amigos. «Yo sé que no a todos no les pueden interesar estos temas. Llama la atención porque Altamira la conoce todo el mundo a nivel internacional. Me preguntan, pero hablamos de muchas otras cosas».