A Brasil por los estudios... y por un sueño

Marcos Fidalgo

BRASIL

Andrea cruzó el charco para ampliar sus conocimientos. Martín partió persiguiendo un sueño, y domingo huyendo de la tristeza. Los tres han aprendido ya la lección de vida de la emigración, y ninguno se arrepiente

31 jul 2015 . Actualizado a las 11:19 h.

Andrea Hernández se fue a Brasil para quedarse seis meses, pero ya ha pasado más de un año. Natural de Monforte, esta gallega de 26 años se prepara ahora para regresar a España, pero no descarta volver a Brasil en el futuro. Se fue para mejorar los estudios en su área, la Física, pero también para cumplir con el sueño de conocer al país que siempre le produjo gran curiosidad por su clima y su cultura. Instalada en Campinas, ciudad a una hora de São Paulo, la joven comparte una habitación con otros ocho estudiantes de la Universidad de Campinas (Unicamp), donde ya tenía amigos estudiando. «Tener amistades en un lugar tan lejos de tu zona de confort fue tal vez uno de los puntos decisivos para de mi elección por esta universidad y no otra de las muchas opciones que tenía, tanto en Brasil como en Latinoamérica», cuenta Andrea, que echa mucho de menos a sus familiares, además de la comida y las costumbres gallegas. No obstante, la morriña se hace menor con el grupo Amigos en Brasil, que la ayudó con temas burocráticos. «Ahora con las pasadas elecciones, por ejemplo, me han respondido a dudas para efectuar el voto por correo». Campinas, con un millón y medio de habitantes, le pareció una ciudad muy activa, pero con un transporte público bastante deficitario. En cuanto a la universidad, le agradaron las diferentes líneas de investigación ofrecidas en la institución, además de los laboratorios, que le permitieron practicar todo lo enseñado en aula. Con el curso ya terminado y entre los preparativos del regreso a Galicia, a Andrea le resulta difícil sacar tiempo, algo que también falta a los demás gallegos que participaron en el reportaje. Están a tope de trabajo, pero felices de encontrar todo que no les había sido posible hallar en Galicia, ya sea por la crisis, por el clima, o por demandas interiores. Quizá, sin percibirlo, fueron influenciados por el destino de pertenecer a una tierra donde emigrar es no solo una palabra, sino también una lección de vida que se aprende temprano.

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MARTIN OTERO

«La mayoría de la gente aquí no sabe que Galicia existe»

La vida en Brasil, para Martín Otero, no es mejor, ni peor que en España. «Es diferente», dice. Desde la pequeña Teresópolis, en la sierra de Rio de Janeiro, cuenta que se fue gracias a su novia ?hoy su mujer? una brasileña que conoció en su ciudad, Santiago de Compostela. También se marchó influenciado por la crisis, pensando que la vida sería muy mejor en Brasil, como todos le hacían creer. Hoy, a los 30 años, llevando ya dos como emigrante, llegó a la conclusión: «No es ni mejor ni peor». 

Rodeada de montañas, Teresópolis es donde se ubica el centro de entrenamientos de la selección brasileña. Martin vive bien ahí, muy bien. «He de reconocer que con toda la violencia que hay en gran parte de Brasil, debido a las grandes diferencias sociales, aquí en Teresópolis se vive tranquilamente, con mucha naturaleza y aire puro», relata 

Martin actúa como monitor de camiones vía satélite, una profesión que ni sabía que existía. «Nosotros somos los que bloqueamos el vehículo si hace falta, verificamos que vaya por la ruta deseada por el cliente, liberamos las puertas, etcétera. En caso de siniestro, sea por robo, accidente o cualquier cosa que ponga en riesgo la vida del conductor, entramos en contacto con la policía». Sobre Amigos en Brasil, considera que ha sido «una gran idea de gallego», la de juntar a tantos emigrantes de distintos países: España, Argentina, Paraguay... «Poder conocer gente, hablar en tu mismo idioma e intercambiar experiencias es una gran ayuda para todos».

A Martin los brasileños parecen «muy atentos y simpáticos, aunque presenten una diferente educación en algunas situaciones». Siempre que puede, les habla de Galicia. «Cuento a todo el mundo maravillas de mi tierra e invito a conocerla, ya que la gran mayoría ni sabe que existe». Y si la vida le quiere dar otra oportunidad, no lo pensará dos veces: «Volveré a mi Galicia». En el fondo siempre queda la morriña.

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DOMINGO FERREIRO

El cocinero que fue para olvidarse 

Con el corazón maltrecho, Domingo Ferreiro, más conocido como Domin, llegó a São Paulo el 30 de diciembre del 2004. Acababa de terminar un matrimonio de 8 años cuando se le ocurrió que unas vacaciones en Brasil serían un buen remedio para la separación. Tenía unos ahorros y la idea de comenzar el 2005 en los trópicos le seducía intensamente. Hoy, aunque reconoce que trabaja demasiado ?incluso el día de su nombre? piensa que «al final no se trataba solo de poner tierra de por medio», sino también de colocar un océano entero entre su ex y él. 

El ourensano comenzó pasando unos días en el litoral de São Paulo. Lugares como Guarujá y Santos, para él, tuvieron el efecto balsámico que solo el sol y la playa producen en un gallego acostumbrado a las inclemencias del tiempo. Veintiún días después cogió un avión a Río de Janeiro, para que no irse de Brasil sin conocer la ciudad maravillosa. 

Domin siempre había trabajado en hostelería, desde su juventud, pasando por todas las funciones de una cocina. En Río entró en contacto con gente de su gremio y recibió una interesante oferta de empleo en un restaurante como ayudante de cocinero. «Acepté, prolongué mi estancia y comencé mi vida laboral en Brasil». En aquellos tiempos, no obstante, no todo fue carnaval. «El dinero se acabó, llegué a vivir en las favelas y llegué a tener problemas con la justicia. Entre unas cosas y otras, entre risas y lágrimas, fueron pasando mis dos primeros años en Rio». Un día, al saber que Domin era Español, un cliente del restaurante en que trabajaba le preguntó si sabía hacer paellas y pulpo a la gallega. A partir de ese momento las cosas comenzaron a mejorar progresivamente para Domin, que dejó el restaurante y comenzó a cocinar para eventos privados. «Con la gastronomía española en alza y pocos españoles que cocinasen en Río, de pronto me vi trabajando casi sin competencia en un mercado en expansión». Corría el año 2006 y la crisis todavía no había golpeado a España, lo que iba aumentar el flujo migratorio hacia Brasil. 

Los siguientes años fueron de bonanza, entre paellas, churrascos y risottos. En el 2008 conoció a Raquel, una abogada carioca que hoy es su mujer. Cuando empezaron a llegar los fugitivos de la crisis, Domin descubrió la comunidad Españoles en Brasil, una de las vertientes de Amigos en Brasil. «Gracias a la red de mi paisano Fernando Iglesias hice algunas amistades interesantes, resolví dudas y cuestiones burocráticas y jurídicas de diversa índole. Siempre recomiendo a los recién llegados que se unan al grupo, un faro en un mar de oscuridad». 

El cocinero aclara que no se puede olvidar que Rio de Janeiro no es una ciudad fácil. «Los problemas aquí no son pocos, como todo el mundo sabe. Y en ese sentido Amigos en Brasil realiza una labor encomiable».

Domin tiene buenas perspectivas de futuro, a pesar de saber que el milagro económico brasileño acabó. «Se avecinan tiempos difíciles para el mercado de trabajo, pero considero que estoy parapetado y con una buena cartera de clientes labrada en la última década». Sin embargo, el ourensano también sueña con regresar a Galicia: «No desisto nunca, un día volveré».