Corona González y Ramón González, los grandes mecenas de Ribadeo y O Porriño

MARTÍN FERNÁNDEZ

ARGENTINA

BENITO PRIETO

El matrimonio llevó a cabo una importante labor benéfica y filantrópica

18 feb 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Eran, en el buen sentido de la palabra, buenos. Y, como Antonio Machado, conocían el secreto de la filantropía. La generosidad, el altruismo y el mecenazgo del matrimonio que formaron la porriñesa Corona González Santos y el ribadense Ramón González Fernández fue de tal magnitud que su memoria ni la llevará el viento ni la borrará la lluvia.

Él había nacido en Porcillán en 1856 y, tras estudiar Náutica y Comercio, emigró muy joven a Rosario (Argentina). Comenzó siendo empleado en una tienda y, tras hacerse socio de la firma Mendeto y Cía, se quedó con la empresa y amasó una gran fortuna. En 1899 tenía los recursos suficientes para poder regresar y vivir cómodamente. Cuando se instaló en Galicia, abrió sucursales en Santiago y Vigo del Banco Español del Río de la Plata del que había sido consejero delegado en Rosario. Y en un viaje que hizo a Porriño para ver a un amigo argentino, conoció a Corona. Se casaron en 1900 en la capilla de las Angustias, en Sanguiñeda (Mos), y fijaron su residencia en la capital del granito pero con periódicas visitas a su villa natal.

En Ribadeo, Ramón González fue miembro y presidente en 1910 de la sociedad de socorros mutuos La Concordia. Subvencionó clases e instrumentos musicales del Ateneo. Financió la construcción del Teatro y las fiestas patronales de 1925 y dio 150.000 pesetas para comprar los terrenos y construir la Plaza de Abastos. 

Mecenazgo y becas

Su labor filantrópica se completó con un mecenazgo de gran trascendencia social y cultural. Concedió becas a alumnos sin recursos para que pudiesen estudiar. Uno de ellos fue el joven Benito Prieto Coussent -que luego sería uno de los más grandes pintores españoles contemporáneos- al que, en sus inicios, ayudó, protegió y compró varios cuadros.

En justo reconocimiento de sus méritos, los ribadenses dieron su nombre a una calle y lo nombraron Hijo Predilecto en 1922.

En O Porriño, el matrimonio también ejerció una importante labor benéfica, social y cultural. Financiaron el templo parroquial, aportaron 40.000 pesetas para abastecer de harinas al pueblo, ayudaron a viudas y huérfanos del mar, sufragaron la construcción del campo de fútbol y contribuyeron con grandes sumas a remediar las calamidades de la gripe de 1918.

Pero su obra filantrópica más recordada fue la construcción del Consistorio porriñés que encargaron en 1921 al famoso arquitecto gallego Antonio Palacios autor, entre otros emblemáticos edificios, del Ayuntamiento de Madrid o del Banco Español del Río de la Plata -hoy Instituto Cervantes-, ambos en la Plaza de la Cibeles (Madrid).

La espléndida obra, concluida tres años después, hizo exclamar al poeta Ramón Cabanillas, entonces secretario del Concello de Mos, «será unha obra que marcará, por sempre, o comenzo do noso Rexurdimento artístico». Y así fue.

Feminista y defensora de la independencia de la mujer

Corona González Santos nació en O Porriño en 1882. Allí vivió -con breves estancias en Ribadeo- y murió en 1972. Cuando se casó tenía 18 años y su esposo casi treinta más. Era una mujer instruida, liberal y con gran conciencia social. Iba por delante de su tiempo pues, como recuerdan Celia Castro y María Presas, practicaba la escritura, la fotografía y la escultura en barro y cemento. En 1926, un año después de la muerte de su marido, el Concello de Ribadeo la nombró Hija Adoptiva.

No era especialmente religiosa pero patrocinó el templo parroquial de O Porriñoy le adosó un mausoleo estilo Art Decó al que trasladó los restos de su esposo y en donde ella misma figura enterrada.

Su carácter y personalidad se ponen de manifiesto en los trabajos que publicó en A Nosa Terra en los años veinte del pasado siglo. En ellos se muestra como precursora del feminismo. En sus artículos -firmados desde lugares como París, Londres o Río de Janeiro- predominan dos temas: la emigración y la morriña de Galicia y la necesidad de educar a las mujeres.

En un momento en que estas no abundaban en ningún ámbito profesional y tenían escasa visibilidad social, Corona González defendía que se debía obligar a los padres a dar instrucción a sus hijos y que la falta de educación era la causa de la marginalidad de muchos gallegos, sobre todo mujeres, en la emigración.

En un artículo titulado «Pros país que teñen fillas», publicado en el citado semanario, Corona González escribe: «É necesario enseñar ás mulleres a traballar para ser independentes e facerlles comprender que non é necesario o casamento, nen ser monxa, para ser feliz neste mundo. Só poden adquirir a súa independencia por medio do traballo, e o día en que as nosas mulleres podan gañar a vida sin precisar de ninguén, terán independencia de carácter e poderán casarse, ou non, sin ter medo a quedar solteiras pois non precisan de ninguén que as manteña».

Hay sectores y mujeres que hoy no piensan así. Ella lo escribió el 1 de abril de 1927.

De la fiesta popular a la ingratitud de los políticos y del esperpento, al unánime elogio una vez muerto

Ramón González y Corona G. Santos quedaron en la historia de Ribadeo y de O Porriño. Pero no todo fueron rosas. Cuando en 1921 se supo que pagaban el edificio del Consistorio porriñés, hubo gran fiesta. Balcones engalanados, bandas de música, campanas al vuelo... Era tanta la alegría que se organizó una excursión automovilística hasta Baños de Molgas (Ourense), en donde la pareja descansaba, para agradecer su generosidad.

En 1924 se inauguró el edificio, que costó 135.000 pesetas. El acto, como recuerda Fernando Salgado, fue «serio, sencillo, modesto, sobrio, como corresponde a las circunstancias, al estado del erario municipal y al deseo público». Esa sobriedad contrastaba con la anterior euforia. En medio se pasara del turismo de la Restauración a la Dictadura de Primo de Rivera. El pueblo estaba dividido y los nuevos munícipes denostaban al “viejo régimen”. Y aún se subió un peldaño en la frialdad y el esperpento.

Un busto del filántropo, esculpido en Madrid por encargo de los anteriores gobernantes, llegó a O Porriño. Nadie lo recogió, ni los viejos ni los nuevos mandamases. Durante dos meses estuvo tirado en la estación del tren.

La compañía ferroviaria decidió subastarlo para cobrar los portes. Entonces se organizó un gran escándalo y un bando acusaba al otro de no respetar al protector y de utilizarlo como arma política... Al final, el gobierno abonó 2.000 pesetas y rescató el busto.

Cuando en diciembre de 1925 Ramón González falleció, todo se volvieron alabanzas... Y hasta El Ideal Gallego, periódico católico, alabó su fondo cristiano y sus obras de amor y caridad. Suele pasar. Y aún hoy en día...

martinfvizoso@gmail.com