«Las máquinas pueden tallar cristal con perfección, pero pierde la gracia»

Juan María Capeáns Garrido
Juan capeáns SANTIAGO / LA VOZ

ARGENTINA

Álvaro Ballesteros

Estudió en Santiago, emigró a Argentina y volvió para montar una tienda de sonido

28 nov 2016 . Actualizado a las 10:17 h.

Sobran los dedos de una mano para contar los artesanos que siguen haciendo talla y grabado de cristal en Galicia. Y esa mano mejor que tenga buen pulso, porque como todo oficio requiere delicadeza, precisión y cierto sentido artístico. Lo tiene, sin duda, Domingo Castiñeira, un compostelano nacido en Teo que habla con un deje porteño, porque al otro lado del charco pasó buena parte de su juventud y sus primeros años de adulto.

Curiosidades de la vida, cuando regresó a Santiago la casualidad quiso que su nueva etapa girase en torno a la calle República Arxentina. Allí tiene una tienda, Domiart, que es junto a la farmacia el negocio más veterano del entorno de Romero Donallo y Santiago de Chile. No es un comercio recomendable para que entre un elefante. Las piezas de cristal desbordan un bajo con varias vitrinas y un espacio recogido en el que trabaja con su torno y el lápiz electrónico. Esta semana está grabando una placa de cristal para un policía que se jubila, y con un vistazo es fácil darse cuenta cuál es el público al que se dirige esta curiosa tienda. Por las estanterías hay bandejas con el escudo de la Universidade o con los de clubes de fútbol, botellas de champán grabadas con los nombres de unos novios, vasos con motivos decorativos y copas de vino «únicas». Esa palabra es importante en la filosofía de Castiñeira, que advierte que las máquinas han acabado con el oficio y que «aunque tallan con perfección, los objetos pierden la gracia». Ha superado la edad de jubilación pero ha ampliado su tiempo de actividad porque no tiene sucesor. Lo ha buscado, y ahora que su mujer se ha prejubilado, le gustaría que el negocio siguiese en marcha en manos de alguien que se implicase con la artesanía, y de hecho él le daría «todas las facilidades» al candidato que muestre interés y habilidades.

Su afición por el tallado, que después convirtió en su profesión, fue tardía, aunque él mismo sitúa el origen en su amor por la caligrafía en el colegio La Inmaculada, al que iba a diario caminando desde Vilar de Calo. A los 14 años se puso a trabajar en las oficinas de Curtidos Otero, en el bajo donde ahora está A Curtidoría. Solo duró un año, porque la familia, que había emigrado tiempo antes, lo reclamó en Argentina. Se fue con cierto pesar y resistencia y le costó adaptarse hasta que su hermano le buscó un empleo lavando copas «en un boliche», una discoteca. Fueron sus primeros contactos con el cristal, aunque nada tenía que ver el trato con lo que después ocurrió. La vida le dio un vuelco. Comenzó a estudiar Industriales por las noches y se dejó en Argentina muchas horas de sueño, ya fueran de diversión o de trabajo.

Castiñeira regresó en el 72 para ver a su madre y ya empezó a picarle el gusanillo para quedarse, más que nada porque conoció a una chica «que hoy es mi mujer», por lo que tres años más tarde retornó definitivamente tras su aventura americana. Era una ciudad distinta, reflexiona, «pero me enganchó por ser pequeña y porque se puede disfrutar cada día». Los campos de San José, Xelmírez... lugares en los que jugaba de camino al colegio, «todo era nuevo», y estaba construido.

En el bajo de República Arxentina donde está Domiart montó antes un mítico negocio de electrónica y discos. Se llamaba Argenson. «En la tienda llegué a tener multitud de equipos de sonido y veinte órganos Hammond, que vendí a muchos particulares e instituciones», recuerda.

El cristal no se cruzó en la vida de Castiñeira hasta este siglo, cuando descubrió por la insistencia de un amigo de la Universidade que trabajarlo es como hacer «pequeñas joyas que nunca son iguales».

Nombre. Domingo Castiñeira (Calo-Teo, 1942).

Profesión. Artesano del cristal.

Rincón elegido. La praza do Toural, porque por esta zona y las rúas adyacentes se acercaba siempre que tenía tiempo libre en la infancia. Lo sigue haciendo hoy.