Una beca a Canadá les cambió sus vidas

Sofía Vázquez
Sofía Vázquez REDACCIÓN / LA VOZ

AMÉRICA

Cinco gallegos cuentan un año de vivencias en el extranjero con la Fundación Amancio Ortega

04 mar 2017 . Actualizado a las 12:40 h.

Son listos. Listísimos, y eso les facilitó cursar primero de bachillerato en EE.UU. o Canadá -lo hicieron con la Fundación Amancio Ortega- adonde se fueron con la disculpa de aprender inglés. Sí, una productiva disculpa porque a partir de ahí no solo les cambió su vida sino también su perspectiva de vida. Lo que no es poco cuando se tienen 20 años.

1. A romper el hielo

Alicia Bugallo (Ferrol, 1997): «Aprendí que las cosas son como son»

Desde Ferrol se fue a Canadá y allí se le abrieron todas las puertas para estudiar Popular Music Performance en The Institute of Contemporary Music Performance, de la capital británica. «Si no hubiera ido, no me hubiera atrevido a venir a Londres. Aquella experiencia me dio el coraje necesario para estar hoy aquí», dice. Estudia música en la capital británica, en un centro de referencia mundial. Blues, jazz, pop, rock... Ella hace canto. «En Canadá me di cuenta de que se podía vivir de la música sin necesidad de estar en la lista de los 40 Principales. «Cuando pedí la beca Amancio Ortega -recuerda- mi intención era viajar, ver otras culturas. Y esta experiencia me hizo crecer como persona». Los primeros días fueron muy divertidos: vio las cataratas del Niágara, viajó a Toronto y al poco tiempo llegó al instituto, que acogía a chavales de distintos pueblos muy distantes entre sí. Fue entonces cuando aprendió que «hay que llevar los problemas con tranquilidad, hay que darles menos importancia y no se puede depender de los demás». «Me costaba hacer amigos -recuerda- porque las distancias eran tan grandes que afectan a la vida social. El entorno te aísla y te das cuenta que nadie tiene ningún problema contigo. Las cosas son como son». Así que Alicia tuvo que hacer un esfuerzo y abrirse a esa nueva vida.

2. Fuera prejuicios

Nuria López (Vigo, 1999): «Volví diferente»

Nuria López se marchó al interior de Estados Unidos siendo agnóstica, y hoy confiesa que lo sigue siendo, pero con un mayor respeto hacia el prójimo, hacia el que piensa de manera diferente. Llegó a Kansas donde la recibió un matrimonio profundamente religioso, que vivía la fe de una manera intensa. En paralelo, le correspondió un colegio cristiano y allí, cuenta, todos los días se estudiaba la Biblia. Nuria, que era la mejor de su clase de Inglés -algo que llama la atención porque sus compañeros habían hablado ese idioma a lo largo de toda su vida-, logró poco a poco y desde su agnosticismo comprender y respetar aquella cultura. Se adaptó, hizo amigos y a la vuelta se dio cuenta de que ya le importaba mucho menos lo que pensara la gente de ella. Esta pontevedresa de amplio vocabulario se muestra plenamente convencida de que aquella experiencia la había convertido en una joven con muchos menos prejuicios de los que tenía cuando comenzó el viaje de ida.

3. Se quería quedar

Fran Ayala (Laracha, 1997): «Maduré»

Francisco Javier Ayala se fue y no tenía ganas de volver, pero era demasiado joven para que sus padres lo dejasen volver a volar a más de 7.000 kilómetros de distancia. Un año fue suficiente. Hoy estudia el doble grado de Biología y Química en la Universidade da Coruña, ha retomado -sobre todo los fines de semana- sus estudios de violín y se ha autoprometido volver a machacar el japonés. En Canadá, Fran vivió con un matrimonio de 70 años, con el que se entendió perfectamente. El instituto al que iba tenía 400 alumnos, de los que una cuarta parte eran internacionales, por lo que la integración fue fácil. Ese entorno lo hizo madurar y cambiar la perspectiva de lo que le rodea. «Ya he amenazado a mis padres que cuando acabe me voy a Canadá», ríe.

4. ¿Y las prioridades?

Laura Balseiro (Viveiro, 1998): «Me sirvió para conocer mejor España»

Con el viaje a EE.UU. venció su timidez al tiempo que se alejó de su zona de confort. Se dio cuenta de que o tomaba la iniciativa y se relacionaba con los demás compañeros o estaría aislada todo lo que le quedaba de año. Para ella sus prioridades fueron siempre sus estudios, pero una vez en Canadá -país volcado en los aspectos sociales y el voluntariado- comprendió que «lo más importante es ser feliz. Porque por encima de los estudios están todos aquellos a los que quieres». «Canadá -subraya- cambió mi personalidad. Era muy tímida y tuve que aprender a encarar mi vida». También le sirvió para conocer mejor España y ver su lado más positivo. Laura, que estudia en la Universidad Carlos III el doble grado de Derecho y Economía, guarda un buen recuerdo de las clases que recibió en Canadá. «El nivel no es menor. Aquí somos más memorísticos y allí enseñan de una manera más comprensiva. Las clases duran hora y media, por lo que la explicación del profesor era muy profunda». Laura lee todos los días el periódico, le encanta debatir y aprender.

5. Nuevas ilusiones

Pablo López (Sarria, 1999): «Hay que espabilar»

Un amigo le había contado su experiencia de estudiar en el extranjero y a él le pareció interesante. Un día vio una noticia sobre las becas en el periódico y decidió apuntarse. Se la dieron y aprendió a «hacer muchas cosas por sí mismo, a desenvolverse. «Espabilas y, aunque al principio lo pasas mal, poco a poco te sueltas, dejas la timidez y todo lo que te ata». El regreso para Pablo no fue tan fácil como parecía, pero el colegio lo retomó bien. Ahora ya hace planes para estudiar Publicidad y Relaciones Públicas «y, si tengo la oportunidad, en el extranjero».