Dos currantes que sudan la camiseta bajo el calor africano

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

AFRICA

Montaron una base para la ONU en la República Centroafricana y ahora una explotación agraria en Argelia

26 mar 2016 . Actualizado a las 11:06 h.

Carlos Rodríguez y Jorge Iglesias son dos vilagarcianos en África. Dicho así parece casi el título de una de aquellas películas de Paco Martínez Soria o Alfredo Landa que hacían reír con las historias cómicas y dramáticas a partes iguales de aquellos españoles que desembarcaban en Alemania sin saber las cuatro letras. Pero nada más lejos de la realidad. Afortunadamente, aunque los dos vieron asomarse el fantasma del paro alguna vez en sus vidas, no se marcharon al continente africano sin formación ni experiencia. Son mano de obra cualificada. Y, como tal, están allí. Contaban ayer su historia desde Argelia. Pero, si se hubiese contactado con ellos hace un tiempo, lo harían desde la República Centroafricana. Escuchar qué les llevó a sudar la camiseta bajo el sol africano y, sobre todo, qué aportó África a sus vidas reconforta. ¿Por qué? Porque valoran más lo que les espera en Vilagarcía.

Habla primero Carlos, que es de palabra fácil y desnuda bien lo que ven sus ojos. Carlos explica primero qué hacen tanto él como Jorge en Argelia. Ambos son montadores de estructuras modulares, con larga experiencia. Y una empresa de Zaragoza les ofreció viajar hasta ese continente para levantar allí una estructura agraria. «O que buscan é incentivar que a xente cultive aquí, e por iso se montan estas instalacións», explica. El trabajo a pie de obra, en un lugar ya desértico, donde por el día se pasa de los treinta grados por facilidad y por la noche al termómetro no le cuesta bajar hasta los menos tres, tiene una dureza importante, pero eso no es lo que le quita el sueño a Carlos: «Para min o peor é ter que vivir nunha base de vida, uns barracóns rodeados de arame dos que non podemos saír. De aquí non nos podemos mover sen avisar ás autoridades, imos da casa á obra, que está a vinte metros, e nada máis, levamos así 47 días. Da pena porque o que nos gustaría é ver o pobo onde estamos, coñecer á xente. Iso sería o xenial de África».

Jorge, más tímido, habla también de la base de vida: «Sí, de aquí no puedes salir. Es decir, trabajamos y punto. Las autoridades argelinas son muy, muy severas con el tema de la seguridad». Los dos creen que no tendrían problemas si se acercasen al pueblo, de hecho lo hicieron una vez, «porque es muy tranquilo». Pero Jorge explica: «Estamos cerca de una zona caliente del ISIS y, claro, no se puede arriesgar, así que estamos en la base».

Vivir en la base de vida, no poder moverse, es lo que marca la diferencia con la República Centroafricana. Los dos estuvieron en este último país montando un campamento para la ONU, y allí, en pueblos como Cagabandoro, sí podían salir y entablar relación con los africanos. «Aquel lugar era como volver ao mundo da aldea, estaban a sesenta anos do que é agora mesmo Galicia. Era unha pasada, atopamos xente encantadora, foi o mellor daquela viaxe». Ahora, la relación con los argelinos es menor. Solamente conocen a los que vienen a trabajar a la obra. A Carlos le generan sentimientos contradictorios: «Non sabería definir moi ben como son. Ás veces falas con licenciados que che din que gañan moi pouco e faste a idea de vidas moi duras pero logo hai cousas nas que non ves tanta pobreza. Non sei que pensar».

Jorge y Carlos tienen morriña. Carlos habla del verde gallego que añora. Cuenta poco de otros sentimientos. Pero algo se le escapa. «Miña nai non se da moi ben co Whatsapp e, claro, ás veces tardo en falar con ela porque non sempre podo chamar», cuenta. Y dice sin decir que echa de menos a la mujer que le dio la vida.