La restauración gallega cruza el mar

carmen garcía de burgos PONTEVEDRA / LA VOZ

EMIGRANTES A CORTO PLAZO

Los mejores alumnos de cada año del Carlos Oroza optan a becas para hacer prácticas en el extranjero: desde Croacia a Madeira pasando por Malta

27 sep 2015 . Actualizado a las 09:37 h.

En el hotel Seabank de Malta no quieren que Amaya se vaya. Le han prometido que si, no se vuelve a Galicia, la ascienden. Otra vez. Llegó hace año y medio como ayudante de cocina y en estos momentos es la jefa de partida de dos de los seis restaurantes que tiene el complejo turístico. Son el americano y el italiano, pero antes de eso ya pasó por el brasileiro, la cocina caliente y el cuarto frío, entre otros. Vamos, por todos. «Saben que quiero aprender y me han ido moviendo», cuenta desde la isla. Tampoco querían que se fuera del Hilton de Croacia en el que hizo un Erasmus durante el segundo trimestre del 2014. Pero el país adriático acababa de entrar en la Unión Europea y no había acuerdo de trabajo entre ambos países.

La restauración gallega, una de cuyas máximas expresiones formativas bulle permanentemente en el CIFP Carlos Oroza, empieza a llegar a todos los rincones del mundo. De Madeira se encargan, por ejemplo, Gabriel Vázquez y Tomás Ucha. Ellos también se beneficiaron de una de las becas que ofrece el centro de educación para sus mejores alumnos. Gabriel fue el primero en aceptar la posibilidad de trabajar en un gran hotel de la capital del archipiélago portugés, Funchal. Tomás, el tercero mejor de clase, se decantaba por Malta, pero en cuanto le comunicaron que el alumno con la segunda mejor nota, al que le correspondía la plaza, la rechazaba se dejó convencer por su amigo, hicieron las maletas y se plantaron allí. Aquello fue hace tres meses, y aún les quedan otros tres.

Casualidad y vocación

El primero de ellos cayó en la especialidad de Servicios del instituto casi por casualidad, pero enseguida le conquistó. «La gente cree que para ser camarero no hay que saber nada, y están muy equivocados», asegura. Si tiene que elegir tres virtudes, apenas lo duda: buen trato con los clientes, buena presencia y, por encima de todo, paciencia. Mucha paciencia. Son algunas de las lecciones que se aprenden en el extranjero. Igual que el idioma.

Lo de Tomás fue vocacional. Siempre supo que quería dedicarse a eso, y ahora está acumulando experiencias que, de otra forma, sería difícil obtener. Por ejemplo, «a trabajar en equipo. Los lunes, que son días de llegada, a veces estamos tres en el bar para atender a 60 u 80 personas; es una animalada». Aún así, le gusta trabajar allí. Más que en otras zonas del hotel. «Puedes charlar con los clientes y preparar cócteles», labores agradecidas. Pero con mesura. «No puedes estar hablando una hora con ellos, porque puedes resultar pesado, tienes que saber medir los tiempos y las distancias».

Él, nacido en Argentina pero de abuelo de Mos -se mudó con su familia huyendo del corralito y la locura del país andino-, y Gabriel son muy jóvenes. Tienen 23 y 21 años, respectivamente, y viven en la residencia que tiene el hotel para sus 500 empleados y 10 becarios.

Amaya tiene 33. Cuando terminó el Bacherelato no quiso seguir estudiando, y empezó a trabajar de camarera. En parte porque siempre le gustó merodear por el restaurante que su abuelo tenía en Arcade, de donde es natural. Le encantaba la cocina y, cuando tuvo la oportunidad y el valor que da llevar una temporada aceptablemente larga sin trabajo, se decidió a hacer realidad lo que llevaba años soñando. Del 6 que tenía de nota media en el instituto pasó al 8,87 con el que cerro el ciclo superior en Dirección de Cocina y a ser una de las alumnas más aventajadas y mejor valoradas tanto del Carlos Oroza como de los empleos por los que ha ido pasando.

El momento de volver

Ahora le toca el momento de volverse. Lleva año y medio volcada en su experiencia profesional en el hotel de Malta y su sobrino, de casi un año, «no me conoce». Al igual que Gabriel y Tomás, admite que lo más duro de estar lejos de casa es echar de menos a la familia. También a los amigos y a la pareja.

Los tres reconocen que, fuera de nuestras fronteras, la restauración española solo suena a paella, y la gallega, si hay suerte y la conocen, a marisco. «Es el primer restaurante en el que trabajo en mi vida en el que no tienen ni una sola referencia gallega», lamenta Gabriel, que cuando vuelva irá al País Vasco a estudiar para hacerse sumiller.

Tomás y Amaya también lo tienen claro: tuvieron que coger las maletas y aterrizar en una isla para saber lo que es trabajar en un macrohotel y, ahora que lo saben, volverán a un restaurante pequeño donde la estrella Michelin les vuelva a recordar por qué es ese su lugar.